Carla Goldstein (Fiel compañero)



FIEL COMPAÑERO

"Corrían los años 40 en Las Palmas de Gran Canaria. Yo por entonces tenía unos 10 años y, como cada día, me preparé para ir al colegio, no sin antes haber sacado a mi perro Bennie, un  enorme pastor alemán, a dar un largo paseo por la playa de Las Canteras.
Antes de llegar a la playa, me di cuenta de que las calles estaban extrañamente vacías. No se veía ningún perro pasear con sus dueños. Estábamos solos Bennie y yo y, al doblar la esquina, nos encontramos con el camión del ayuntamiento con un gran cartel que ponía "PERRERA". Una anciana que se aproximó por detrás me dijo que estaban llevándose a todos los perros del vecindario  que vieran por la calle para ser sacrificados con la excusa de que "ensuciaban las calles y no servía de nada tener a un chucho en casa". La señora me dijo que me marchara. Me despedí de la ella y corrí a casa para que no vieran a Bennie y se lo conté a mis padres, que todavía no se habían ido a trabajar.
Mi padre, muy preocupado, estuvo pensando en las posibles soluciones para que a mi perro no se lo llevaran y para que sobreviviera. Aunque sabía que no tenían ningún derecho a llevárselo, se le ocurrió la idea de entregárselo al capitán de un barco mercante que estaba atracado en el puerto, y así podría salir de la isla y se libraría de los caza-perros. Bennie era como un hermano para mi, pero, por supuesto, quería que se salvase a toda costa, por lo que prefería que se fuese a que corriera cualquier peligro.
Llevamos a Bennie a ver al capitán del barco, un inglés llamado James que conocía a mi padre. Este aceptó encantado quedarse con mi perro y tener algo de compañía en un enorme barco lleno de contenedores y una tripulación de "gandules", como él les llamaba. Prometió cuidarle el tiempo que hiciera falta.
Por unas semanas le echamos mucho de menos, sobre todo yo, que era quien más cuidaba de él y le sacaba a pasear para disfrutar de la sensación de libertad que le daba correr en la arena, pero sabíamos que estaba en buenas manos y que tendría una mejor vida allá donde le llevase el capitán. Así, poco a poco nos fuimos olvidando de él.
Yo seguía yendo al colegio y jugando con mi hermano John, unos años menor que yo. La vida transcurría sin novedad en Las Palmas, mientras nos enterábamos por la radio y el periódico de las terribles noticias de la guerra civil en España, que, por suerte, no nos estaba afectando.
Como digo, todo sin novedad, hasta que un buen día apareció en la puerta un perro sucio y delgado que no paraba de ladrar. Fuimos todos a ver qué era lo que hacía tanto ruido y reconocimos a nuestro querido Bennie, que, en cuanto se vió cerca de la costa, se tiró desde el barco al mar y buscó su viejo hogar junto a nosotros tras varios días de vagar por la ciudad. La alegría fue inmensa. Le abrazamos, le limpiamos y le dimos de comer. Los de la perrera habían cesado con su misión hacía tiempo y Bennie estuvo con nosotros muchos años más. Volvimos a nuestra rutina de paseos mañaneros y, además, me acompañaba en mi nuevo trabajo de cartero.
Tuve que despedirme de él antes de marcharme a continuar mis estudios a un internado en Bournemouth, al sur de Inglaterra, donde había llegado la guerra, y esa fue la última vez que vi a mi fiel compañero."

David Sparrowe.

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