Ida sin vuelta.
Y ahí estaba yo, tranquilamente en mi casa, un día de diario
normal. A la hora de comer habitualmente poníamos las noticias, todos los días
las noticias que ponían eran del momento que estábamos viviendo, cuando las
veíamos, las comentábamos mi familia y yo como algo cercano pero a la vez sin
pararnos a pensar que en algún momento nos tocaría vivirlas a nosotros.
Al día siguiente seguimos con nuestra rutina, los cuatro sentados
en la mesa del comedor con la televisión puesta de fondo, de lo que no teníamos
ni idea es que dentro de unos instantes iban a cambiar nuestras vidas por
completo.
Empezamos a escuchar gritos y golpes por el edificio, cada vez se
iban acercándose más y más hasta que por desgracia tocó nuestra puerta.
Sabíamos quiénes eran, habíamos escuchado hablar mucho de ellos y
de lo que hacían pero hasta que no te ves en esa situación no sabes lo que es
sentir verdadero miedo y sobre todo lo vulnerable que te sientes al saber que
esa gente te va a separar de tu familia y tú no vas a poder hacer nada.
Todo pasó muy rápido, no me acuerdo ni de la despedida con mi
familia, ahora me encontraba solo, sin ellos, todo caras desconocidas.
Intento hacer memoria y de lo único de lo que puedo acordarme es
de sentir empujones al meterme en aquel tren.
Ahora me encontraba apilado entre gente desconocida, casi no podía
ni abrir los ojos, y lo único que podía escuchar era el ruido ensordecedor de
aquella máquina que nos llevaba a algún sitio ,por ahora, desconocido.
El viaje fue interminable, no podíamos ni hablar entre nosotros,
10 horas de calor insoportable, hambre, sed pero sobretodo incertidumbre. A
medida que pasaban las horas me iba imaginando un sinfín de ideas de a dónde
podría llevar aquel tren, a todos se nos venía a la cabeza el mismo sitio ya
que casualmente todos teníamos una característica en común, por la cual
habíamos sido perseguidos durante tantos meses, aun así yo seguía dándole
vueltas hasta un frenazo me devolvió a la realidad, habíamos llegado a aquel
misterioso destino.
Quería salir ya para saber a que lugar me había llevado ese
intenso trayecto, pero, por otra parte tenía unas ganas inmensas de estar de
vuelta con mi familia o por lo menos de saber algo de ella.
Por fin llegó aquel momento, se abrieron las puertas, la luz me
molestaba no veía nada, lo único que pude ver a duras penas fueron dos hombres
uniformados con cara de pocos amigos y cada uno una pistola colgada del
pantalón por si alguno de los que estábamos allí nos resistíamos a acatar
alguna de sus órdenes.
Después de cinco minutos, al fin, pisé tierra firme, no pude ver
el nombre exacto de donde estábamos. Nos pusieron en fila, nos dieron un
uniforme a cada uno y nos hacían pasar uno a uno para cortarnos el pelo.
Al final, me di cuenta de que estaba allí, en ese lugar del que
nadie volvía, lo estaba viviendo yo en primera persona.
Pasaron días y días, lo único que hacíamos allí era trabajar, trabajar
y acatar órdenes, no teníamos ningún tipo de derecho, y lo dejaron bien claro
desde el primer día, cuando vi que en el momento que se decía una palabra no te
daban opción a fallar una segunda vez.
Aunque ya había conseguido hacerme un par de amigos en ningún
momento dejaba de acordarme de mi familia, me preguntaba cómo estarían ellos, y
realmente esperaba que estuviesen mejor que yo.
A mediodía, mientras engullíamos la poca comida que nos daban y
charlábamos de lo poco que sabíamos, llegó el momento que todos habíamos
esperado con ansia, desde que llegamos a aquel espantoso lugar no habíamos podido
ducharnos en ningún momento, y por fin nos llaman.
Nos dirigimos al lugar esperado, los meten primero en un cuartito
en el que debíamos desvestirnos y dejar nuestro uniforme ahí colgado, a los dos
minutos nos abrieron la puerta que llevaba al lugar más deseado del momento.
Cuando estábamos dentro, aquel lugar no olía a jabón, ni el suelo
estaba precisamente limpio ni mojado, más bien lo contrario.
A la voz de: “están dentro” , se cerraron las pesadas puertas,
aquellas puertas que sin tener yo ni idea me habían dado paso a las últimas
imágenes de mi vida.
Marta Prado Calvo.
1º Bachillerato A.
Comentarios
Publicar un comentario