Gonzalo García (Me gustan las bodas)



ME GUSTAN LAS BODAS


La casa estaba llena de gente, todos levantados y vestidos iban de un lado para otro con prisa, parecían haberse vuelto locos. 
Mi abuelo y yo esperábamos en el jardín, estábamos muy guapos pero también muy aburridos
Yo tenía cinco años y nunca había ido a una boda.
-         Abuelo ¿Para qué es ese gancho grande de hierro que hay en el porche?
Yo, de sobra sabía que era para colgar jaulas, pero así mi abuelo empezaba a contar largas y divertidas historias de tiempos pasados, de cuando mi madre era pequeña y en aquella casa de campo además de jaulas con pájaros también había gatos, perros e incluso algún conejo.
Han pasado años pero hoy escribiendo este relato puedo afirmar que sí, que sin duda, me gustan las bodas.
Cuando tienes cinco años, en las bodas todo te parece sorprendente, un gran teatro, estas rodeado de montones de primos tíos y conocidos, tus padres están contentos, te dejan comer solo lo que te gusta, empacharte de chuches, beber Coca-Cola y hasta te consienten llevarte un pájaro a casa, ese pájaro que te has encontrado en el jardín y dice el abuelo que es un Canario.
No os podéis imaginar cómo cantaba. El canto de Lolo no era como el de los otros canarios, A veces la gente de la calle se paraba para escuchar,  Supongo que eso os parecerá exagerado, pero si lo hubieses oído no os lo parecería. 
Mi madre, que tantos animales había tenido de pequeña dijo que me lo podía quedar, pero que de lunes a viernes Lolo viviría con el abuelo. 
Cuando por la tarde al salir del colé merendaba en su casa, cantaba y cantaba, solo paraba para beber un sorbo de agua y seguir cantando.
Lolo estaba acostumbrado a viajar, le gustaba tanto como a mi pasar los fines de semana en el campo y dos largos meses de verano en la playa, iba tan contento en el coche que la abuela le ponía una pequeña sabana tapando la jaula para que se durmiera como yo.
En vacaciones el tiempo pasa más lento y tenía tiempo de observar a Lolo, al levantarme por la mañana, quitaba el paño que cubría su jaula, me saludaba con su trino y lo sacaba fuera mientras tomaba el desayuno , él solía saltar de un columpio a otro, haciendo piruetas y dando golpecitos a los barrotes para llamar mi atención.  
Más tarde, antes de bajar a la playa, poníamos la jaula sobre un periódico del día anterior en la mesa de la cocina para limpiar la jaula, él se ponía muy contento pus sabía lo que iba a pasar, después de cerrar todas las ventanas, mi abuelo lo ponía en su puño y él muy tranquilo dejaba que le acariciásemos su cabecita. 
Cuando la jaula estaba limpia, llenábamos de alpiste el comedero y poníamos agua fresca en el bebedero. 
Luego poníamos un recipiente donde al momento se bañaba, primero un ala, luego la otra, después metía la cabeza y se remojaba las plumas del pecho. Cuando terminaba se secaba con el pico, y se sacudía muy rápido moviendo las alas.
Los canarios necesitan volar, por eso después de la siesta le soltábamos, para que hiciese sus arriesgadas acrobacias aéreas que nos dejaban boquiabiertos
Pasaron seis o siete años.
Era habitual que las maletas quedasen junto a la Jaula de Lolo en el pasillo, preparadas para el regreso, pero ese verano Lolo no volvió a Madrid, murió esa misma noche, se había cansado de viajar.
Si has tenido la suerte de tener un perro o un gato tal vez te parezca muy aburrido tener un Canario, pero yo fui muy feliz con Lolo, aun me acuerdo de él cuando veo en el porche ese clavo grande que siempre seguirá allí, por si futuras generaciones deciden tener otro Lolo.

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