ME GUSTAN LAS BODAS
La casa estaba llena de
gente, todos levantados y vestidos iban de un lado para otro con prisa,
parecían haberse vuelto locos.
Mi abuelo y yo
esperábamos en el jardín, estábamos muy guapos pero también muy aburridos
Yo tenía cinco años y
nunca había ido a una boda.
-
Abuelo ¿Para qué es ese gancho grande de
hierro que hay en el porche?
Yo, de sobra sabía que
era para colgar jaulas, pero así mi abuelo empezaba a contar largas y
divertidas historias de tiempos pasados, de cuando mi madre era pequeña y en
aquella casa de campo además de jaulas con pájaros también había gatos, perros
e incluso algún conejo.
Han pasado años pero
hoy escribiendo este relato puedo afirmar que sí, que sin duda, me gustan las
bodas.
Cuando tienes cinco años,
en las bodas todo te parece sorprendente, un gran teatro, estas rodeado de
montones de primos tíos y conocidos, tus padres están contentos, te dejan comer
solo lo que te gusta, empacharte de chuches, beber Coca-Cola y hasta te
consienten llevarte un pájaro a casa, ese pájaro que te has encontrado en el
jardín y dice el abuelo que es un Canario.
No os podéis imaginar
cómo cantaba. El canto de Lolo no era como el de los otros canarios, A veces la
gente de la calle se paraba para escuchar, Supongo que eso os parecerá
exagerado, pero si lo hubieses oído no os lo parecería.
Mi madre, que tantos
animales había tenido de pequeña dijo que me lo podía quedar, pero que de lunes
a viernes Lolo viviría con el abuelo.
Cuando por la tarde al
salir del colé merendaba en su casa, cantaba y cantaba, solo paraba para beber
un sorbo de agua y seguir cantando.
Lolo estaba
acostumbrado a viajar, le gustaba tanto como a mi pasar los fines de semana en
el campo y dos largos meses de verano en la playa, iba tan contento en el coche
que la abuela le ponía una pequeña sabana tapando la jaula para que se durmiera
como yo.
En vacaciones el tiempo
pasa más lento y tenía tiempo de observar a Lolo, al levantarme por la
mañana, quitaba el paño que cubría su jaula, me saludaba con su trino y lo
sacaba fuera mientras tomaba el desayuno , él solía saltar de un columpio a
otro, haciendo piruetas y dando golpecitos a los barrotes para llamar mi
atención.
Más tarde, antes de
bajar a la playa, poníamos la jaula sobre un periódico del día anterior en la
mesa de la cocina para limpiar la jaula, él se ponía muy contento pus sabía lo
que iba a pasar, después de cerrar todas las ventanas, mi abuelo lo ponía en su
puño y él muy tranquilo dejaba que le acariciásemos su cabecita.
Cuando la jaula estaba
limpia, llenábamos de alpiste el comedero y poníamos agua fresca en el
bebedero.
Luego poníamos un
recipiente donde al momento se bañaba, primero un ala, luego la otra, después
metía la cabeza y se remojaba las plumas del pecho. Cuando terminaba se secaba
con el pico, y se sacudía muy rápido moviendo las alas.
Los canarios necesitan
volar, por eso después de la siesta le soltábamos, para que hiciese
sus arriesgadas acrobacias aéreas que nos dejaban boquiabiertos
Pasaron seis o siete
años.
Era habitual que las
maletas quedasen junto a la Jaula de Lolo en el pasillo, preparadas para el regreso,
pero ese verano Lolo no volvió a Madrid, murió esa misma noche, se había
cansado de viajar.
Si has tenido la suerte
de tener un perro o un gato tal vez te parezca muy aburrido tener un Canario,
pero yo fui muy feliz con Lolo, aun me acuerdo de él cuando veo en el porche
ese clavo grande que siempre seguirá allí, por si futuras generaciones deciden
tener otro Lolo.
Comentarios
Publicar un comentario