La amarga realidad (Rodrigo Peñuelas)




LA AMARGA REALIDAD
Abro la puerta y me preparo para salir. Abandono mi casa y abordo el camino habitual para ir a la escuela. Cruzo por el puente sobre la M-30, avanzó las manzanas restantes hasta llegar al cole. Subo las escaleras, de manera que, sin darme cuenta, llego hasta mi clase rápidamente. Los minutos antes de que el profesor entre intento hablar con el chico que me gusta, llamado Pedro Pablo. Intercambio un par de palabras con él, y poco después el profesor llega a clase, con su coleta reglamentaria. El profesor pasa lista, han faltado 3 alumnos, y sé que por lo menos 2 no volverán. Uno ha huido del país al tenerse constancia de que su padre había ido a una congregación falangista, y la otra no tuvo tiempo de huir. El tercero, bueno, supuse que estaba enfermo. Comenzó la clase de Lengua y Literatura. Aburrida, como todas las demás. Mis padres me decían que debía estudiar más, que en casa no hacía nada. Divagando, la hora finalizó y me prepare para enfrentarme a una clase de antiderechismo, nueva asignatura apoyada por las Cortes. El profesor, un intelectual, se dedica a hablarnos del PP, y de contarnos como había martirizado y esclavizado a la sociedad española durante el mandato de Mariano Rajoy, insinuando que el PP era una organización criminal infiltrada. En cierto momento, Pedro, mi amor platónico, levanta la mano, esperando a que el profesor le diera el turno. Al hacerlo, pregunta algo inesperado: ¿Si el PP era una organización de crimen organizado, entonces, que es lo que son ustedes? Ante esta respuesta, Antonio, mi profesor, se quedó atónito por un momento, antes de responderle a Pedro que porque no le preguntaba esto a las fuerzas policiales del Estado. Acto seguido, se lo llevan por la puerta. Intervengo rápidamente gritando un no en voz muy alta. Ante el paripé, Antonio me dice que porque no le acompaño, que hago muy buena pareja con él, ante las risas generales de la clase. Mirándole muy seriamente, me voy de clase con Pedro al despacho del portentor, que es un miembro de Podemos que dirige el comportamiento de los alumnos y procura que se siga el principio de “España, siempre fue en parte roja” y, además controla al director. Nos presentamos ante él portentor, que habló con Pedro, y le preguntó que le parecía hacer lo que había hecho. Pedro calló. El portentor insistió, y Pedro, casi temblando, le espetó al portentor si tenía idea alguna de lo que era perder a alguien por la culpa de unos asquerosos como vosotros. El portentor asintió y comentó que una corrección valdría para amansarle. Llamó a unos guardias de seguridad, que se lo llevaron. El portentor se dirigió a mí. Preguntó qué porque había saltado a defenderle. Callé. Insistió, con un tono más meloso, como un gato a punto de saltar. Empiezo a tener miedo, le miró y le digo lo mejor que podía decirle: la verdad. Me mira, casi comprensivo, y me dice que siente lo que hace, pero que no tiene más opción. Pienso que quiere que me vaya y me levanto, acercándome a la puerta, me dice que pare, que aún le queda un tema por hablar conmigo. Me vuelvo a sentar, y me pilla descolocada preguntándome por mi madre, no la de mi casa, sino la de verdad. Pienso en ella, la recuerdo como un ángel de la guarda, alguien que me cuidaba. Aún conservó su nombre, María, y aunque haya perdido parte de mis recuerdos de él, recuerdo a mi padre, un hombre agrio y frío, pero que me quería con locura. Con lágrimas en los ojos, le digo que no me importa lo que haya hecho, que no soy como ella. Su carta de suicidio fue publicada en las noticias de Antena 3, suprimiéndose el canal mediante un movimiento armado. Sé que estoy en la cuerda floja, e intento parecer segura de mí misma. No funciona. Me dice que lo lamenta, pero que dejar cabos sueltos solo causaría problemas. Llama a los guardias, intentó huir pero, obviamente, no puedo. Los guardias me levantan y me llevan a una sala cerrada. La abren y allí veo a Pedro, absolutamente destrozado. El brazo estaba roto, y le habían roto varios dientes, estaba rajado por todas partes. Me ve y me da un abrazo, mientras dice que siente que por su culpa se haya llegado a esto. Yo no puedo contener mis lágrimas. Los guardias sacan un revólver, me apuntan, pero, cuando disparan, Pedro se pone en medio. Muere al instante. 5 segundos después tres pistolas apuntan a mi cabeza. Solo pienso en mi madre.

Comentarios