Beatriz García del Moral (Otra vida)



OTRA VIDA

-        Tengo que llevárselo

Observé a Javier, una tenue luz lunar se filtraba por la ventana, permitiéndome verle. Estaba bocarriba, sus ojos estaban cerrados y respiraba profundamente, por un momento dudé de haber oído bien. Estaba dormido.

-         ¿Tienes que llevar el qué? –pregunté dubitativa
-         El alfabeto gótico
-         ¿A quién? –pregunté muy intrigada
-         Al obispo Deucidas

¿De qué estaba hablando? ¿Acaso era una broma? Le miré fijamente para asegurarme de que no se le escapaba una imperceptible risita o que seguía tan inmóvil. Nada le delató. A la mañana siguiente le pregunté quién era Deucidas.

-         ¿Quién es ese? –me respondió
-         Dijiste su nombre en sueños
-         No sé quién es, aunque creo que es Ulfilas
-         Pero entonces sí que sabes quién es
-         No, de verdad que no sé quién es,  pero me suena que es Ulfilas –sonrió –llámalo intuición

Aquello ya me estaba pareciendo muy extraño. Nos encontrábamos de vacaciones en casa de mis padres y desgraciadamente no teníamos Internet, no obstante,  todavía conservaba una pesada enciclopedia. De momento era lo único de lo que disponía para buscar información. Primero busqué Deucidas, no encontré nada, después busqué Ulfilas y por fin encontré un resultado: “Obsipo arriano. Capadocia, 310 d.C – Constantinopla 382 d. C.  Tradujo la Biblia al gótico ideando un alfabeto con elementos griegos y runas góticas”. 

            Me quedé pensativa. Tenía que ser una broma, Javier era muy dado a gastar bromas a todo el mundo y seguro que había conseguido fingir maravillosamente bien la noche anterior. Sin embargo, no pude evitar pensar ¿Y si no es una broma? No sabía exactamente qué había ocurrido, Javier era muy deportista, simpático, inteligente pero nunca le había interesado mucho la historia. ¿De dónde salía un obispo del s. IV d. C?

            Aquella noche me quedé despierta, esperando que ocurriera el fenómeno de nuevo. Traté de disimular leyendo un libro para que Javier no se sintiera incómodo, cuando en realidad estaba atenta a todos sus movimientos. No tardó mucho en dormirse, hasta le oí roncar pero tuve que esperar una hora aproximadamente a que sucediera algo. 

            Mi espera se vio recompensada, al principio comenzó como un murmullo imperceptible hasta que me di cuenta de que estaba sollozando, cada vez con más fuerza. Aguardé, me daba muchísima pena verle llorar y ya iba a despertarle cuando dijo en un tono desgarrador.
-         Morirá. Temo por él, está muy mayor, muy mayor, no puede ir.

-         ¿Quién?
-         Ulfilas
-         ¿Dónde no puede ir?
-         A Constantina. Ha sido convocado al Concilio por Dámaso. Es un Papa inclemente –hubo un breve silencio hasta que lloró con más fuerza –morirá, morirá.

  ¿No puedes detenerle? –pregunté
-         No me hace caso
-         ¿Pero cuál es tu relación con él?
-         Soy su hijo
-         ¿Cuál es tu nombre? –me atreví a preguntar, contuve la respiración
-         Me llamo Eugenio.
-         ¿Cuántos años tienes?
-         33
-         ¿Cuántos años tiene Ulfilas?
-         72
-         ¿Y tu madre?

No me respondió, ni tampoco volvió a hablar durante toda la noche. La cabeza me daba vueltas, aquello no tenía sentido. Parecía otra persona, nada concordaba con quien yo conocía, se llamaba Javier, no Eugenio, tenía 38 años, no 33 y su padre había fallecido hacía ya unos años. 

Desde aquella noche supe que estaba ocurriendo algo raro, sobre todo después de buscar nuevamente en la enciclopedia. Efectivamente allí estaba Dámaso, había un epígrafe muy interesante “Fue el principal artífice de la declaración de herejía del Arrianismo” y las fechas coincidían, además el Concilio de Constantinopla fue en el año 381, Ulfilas murió en el 382. ¿Cuándo Javier dormía, hablaba otra persona? ¿Era él pero en otra época? No me cabía duda de que ya no era una broma, era imposible que tuviera esos conocimientos de historia, por no hablar de esos nombres tan raros ¿Ulfilas? ¿Constantina en lugar de Constantinopla? 

A veces pasaban días sin que dijera nada, pero siempre que empezaba a hablar yo me despertaba y le preguntaba.

-         ¿Eres alto?
-         Menos que mi padre
-         ¿De qué color tienes el pelo?
-         Del color del fruto de la palma -¿qué demonios era eso? Ya lo buscaría más tarde
-         ¿Y el color de los ojos?
-         Verdes –Javier los tenía castaños
-         ¿Cuál es tu oficio? –le pregunté
-         Soy hombre de valor
-         ¿Sabes manejar armas?
-         Soy diestro
-         ¿Dónde vives?
-         En Sais
-         ¿Y qué haces ahí?
-         Lucho contra los arabs en el desierto
-         ¿Ya no vives en Constantina?
-         No.
-         ¿Por qué?
-         Mi padre me escondió aquí, los rur atacaron Constantina durante tres días, y sólo mataron y mataron…
Su voz se desvaneció en un susurro, como recordando algo doloroso. Más tarde descubrí que el fruto de la palma es de un color rojizo brillante, Sais era una localidad en el delta del Nilo, desaparecida hoy en día.
            En otra ocasión, cuando noté que dormía, le pregunté
-         ¿Eugenio, estás ahí?
-         ¿Sí? –preguntó
-         ¿De dónde es Ulfilas?
-         De Ufa, como su nombre indica –su tono implicaba que aquello era lo más evidente del mundo
-         ¿Y dónde está Ufa?
-         En línea recta al este desde Kiú
Comprobé un mapa, en Rusia, en línea recta desde Kiev hay una localidad hoy en día llamada Ufá, a unos cuantos kilómetros de Moscú. 

Sin embargo no pude disfrutar de la conversación de Eugenio durante mucho tiempo. Una noche me despertó un ruido alarmante, alguien se estaba ahogando. Javier se movía en la cama, con los ojos cerrados y agarrándose la garganta.

-         ¡¿Qué te pasa?! –exclamé, le zarandeé pero no despertaba
-         Me ahogo –dijo con voz trémula
-         ¿Pero qué ha ocurrido?
-         Me han herido, una flecha, en el cuello
-         ¿Estás en el desierto?
-        
-         ¿Estás solo? ¿Nadie te puede ayudar?
No respondió, Javier seguía haciendo esos sonidos espantosos, cada vez más desesperados y lo sacudí con todas mis fuerzas.
-         ¡Despierta, despierta!
-         ¿¡Pero qué te pasa!? –exclamó Javier

Le miré atónita, ahí estaba, incorporado en la cama, mirándome enfadado y sin ningún atisbo de que segundos antes hubiera estado ahogándose. No respondí.
-         Joder, qué gritos. ¿Es que uno no puede dormir la noche del tirón? ¿Qué ocurre? –me preguntó malhumorado.
-         Nada
Me miró una última vez pero decidió no discutir más, se dio la vuelta y volvió a dormirse. Temí no volver a oír a Eugenio pero hubo un par de noches más, en las que me hablaba de su mentor, Stratus, de una chica de la que estaba enamorado, Amitra y de su día a día. Pero sus intervenciones fueran haciéndose cada vez más escasas hasta que finalmente pararon del todo.

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