PRISIONERA DE UN BURKA
Todavía
recuerdo aquellas noches de verano, tumbada en el césped mirando las estrellas,
horas y horas, no sé que tenían de especial ni porque me sentí tan embaucada
por ellas. Supongo que porque siempre parecían decirte algo, o dibujarte una
figura en el cielo. Aún recuerdo el olor a césped mojado y cómo el viento movía
mi pelo lentamente de un lado a otro.
Me
sentía protegida nada me preocupaba, nada temía y era feliz.
Ojalá
pudiera vivir esos momentos otra vez con mi amigo Jalil, pero todo esto nunca
volverá a suceder.
Me
llamo Sakina Al-Jatib, y soy musulmana. Nací en Ceuta, pero toda mi familia
procede de Marruecos. Allí viví feliz, siempre al lado de mi mejor
amigo Jalil. Siempre me gustó mucho, pero a mi padre no le gustaba verme con él
ya que su familia no era muy adinerada. Mi padre siempre me decía que quería lo
mejor para mí, pero ahora me doy cuenta que lo que quería era lo mejor para él
y la honra de mi familia.
Cuando
cumplí dieciséis años mi “valí”, mi padre firmó un contrato matrimonial con la
familia más poderosa del pueblo, yo no estaba de acuerdo, pero mi opinión no
importaba y no podía hacer nada.
Yo
estaba enamorada de Jalil y no sabía cómo darle la noticia, quedé con él ese
mismo día, por la tarde, me notó nerviosa y fuimos a tumbarnos a nuestro lugar
favorito, allí donde nuestros problemas se desvanecían y parecían cada vez más
pequeños. Giré mi cabeza para observarle, veía su imagen mezclada con los
brotes del césped, él acercó su mano a la mía, me agarró muy fuerte y me preguntó
con voz tímida qué era eso tan importante que tenía que decirle. Yo no sabía
por dónde empezar, sólo podía mirar sus enormes ojos marrones, me armé de valor
y le conté que mi padre me iba a casar con el hijo de la familia Al-Jatib. Me soltó la mano desvió su mirada y se quedó
contemplando las estrellas. Yo no sabía qué decir, hasta que por fin se rompió
el silencio, me dijo que esa familia no era buena para mí, su padre los
conocía, y le dijo que no se acercara a
ellos. Después de esa noche no volví a ver a Jalil.
Un
año más tarde, los nervios, inseguridad y
miedo corrían por mi cuerpo, era el día de mi boda, yo todavía no conocía a mi
marido, sólo sabía que se llamaba Abdul. Debía haber sido el día más feliz de
mi vida y sin embargo me sentía la mujer más triste del mundo.
Mi
matrimonio fue lo que esperaba, un auténtico fracaso, mi marido era un
fundamentalista para el que la mujer era un ser inferior. Su comportamiento
conmigo no era el de un buen musulmán, era el carcelero que me tenía presa en mi
propia vida.
Prefiero
no recordar todo lo mal que me lo hizo pasar, yo quería ser maestra y tuve que abandonar mis estudios porque a las
mujeres de su familia las prohibían estudiar. Mi marido y su familia no me
permitían salir a la calle sola, ni maquillarme, ni siquiera llevar un zapato
con un pequeño tacón. Por supuesto no podía hablar con ningún hombre que no
fuera de la familia, pero lo peor de todo era tener que llevar el burka. Sí,
ese vestido que te cubre desde la cabeza hasta los pies, donde sólo se adivinan
tus ojos a través de una telita translúcida. ¿Me creéis ahora cuando digo
que he estado encarcelada en mi propia
vida?
Un
día, en el zoco, comprando con las demás mujeres de la familia, siempre
acompañadas por el hermano de mi marido, me acerqué al mejor puesto de frutas,
el más grande y que mejor género tenía y
entonces le vi.
Mi
corazón empezó a latir fuertemente. Habían pasado sólo dos años y estaba más
guapo que nunca, era Jalil. Ya tenía su
propio puesto en el zoco junto a su familia, habían prosperado y ahora eran
unos ricos comerciantes. Estaba frente a él y me quedé paralizada no sabía qué
hacer ni qué decir, entonces él, escondiendo algo en su mano me dijo: “Tengo un
tesoro para ti” y me entregó un dátil. Eso es lo que todas las noches que mirábamos
las estrellas, me traía de sus palmeras, un dulce dátil que era mi fruto
favorito.
Le
pregunté que cómo me había reconocido, Y
me dijo: “Siempre reconoceré la luz de esos ojos verdes a pesar de que te
los quieran esconder”.
En
ese momento me di cuenta de que no podía seguir viviendo aquella vida. Al día
siguiente, me levanté muy temprano, sin hacer ruido, cogí una maleta e intenté
llenarla lo más rápido que pude, miré a mi marido, deseando que esa fuera la
última vez que le iba a ver. Sí, me escapé, aun sabiendo los grandes castigos
que podría que sufrir por ello.
Me
dirigí al zoco tan rápido como pude, me di cuenta de que un coche me seguía, no
lo pude ver muy bien, pero estoy segura de que era mi marido con su hermano. En
ese momento corrí lo más rápido que pude, entre toda la gente que había en el
zoco. Por fin vi a Jalil, me vio angustiada, y corrió a socorrerme. Me acogió
en su casa, donde le conté mi plan de escapar e ir a Madrid, me dijo que iría
conmigo y que todo iba a cambiar.
Nos
dirigimos a Ceuta para coger un ferri hasta Tarifa, durante el trayecto le noté
nervioso y muy pendiente del teléfono, supongo que sería normal, hasta que un
coche se cruzó en nuestro camino, era Abdul, todas mis ilusiones y sueños se desvanecieron.
Miré a Jalil y con ojos de tristeza me pidió perdón. Abdul le entregó un
maletín lleno de dinero, le dio la mano y le felicitó por su trabajo. No podía
creerlo, ¿por qué me haría algo así Jalil?
Sentía
como mi corazón se iba partiendo en trocitos y como la decepción recayó sobre
mis hombros.
Estaba
sola, más sola que nunca y teniéndome que enfrentar a toda la familia y a un tremendo
castigo. Fue entonces cuando Jalil volvió, pero esta vez tenía un arma, le pedí
por favor que no la usara, que no merecía la pena, no disparó pero les dijo que
se mantuvieran lejos de mí y que nunca más me buscaran, que me dejaran ser
libre.
Jamás
podré agradecer a Jalil esas palabras, pero todavía no lograba entender por qué
avisó a Abdul cuando me escapé. Me dijo que necesitábamos el dinero y que él
nunca hubiera dejado que me volviera a llevar con él. Esas palabras me
convencieron para seguir con nuestro plan y sinceramente, no me puedo
arrepentir de decir que es la mejor decisión que he tomado en mi vida. Pronto
llegamos a España, donde vivo feliz al lado de la persona que he elegido para
compartir mi vida.
Acabé
mis estudios y soy maestra, trabajo con niños y procuro enseñarles que la
religión no se puede utilizar para tiranizar a las personas sino para hacerlas
más libres.
Yo
pude escapar de la cárcel de mi vida y voy a trabajar para ayudar a todas las
mujeres que como yo, están presas del fundamentalismo. Y hoy, desde mi libertad
puedo gritar al mundo que soy libre y que soy feliz.
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