Blanca García Estévez (Prisionera de un burka)




PRISIONERA DE UN BURKA

Todavía recuerdo aquellas noches de verano, tumbada en el césped mirando las estrellas, horas y horas, no sé que tenían de especial ni porque me sentí tan embaucada por ellas. Supongo que porque siempre parecían decirte algo, o dibujarte una figura en el cielo. Aún recuerdo el olor a césped mojado y cómo el viento movía mi pelo lentamente de un lado a otro.

Me sentía protegida nada me preocupaba, nada temía y era feliz.

Ojalá pudiera vivir esos momentos otra vez con mi amigo Jalil, pero todo esto nunca volverá a suceder.

Me llamo Sakina Al-Jatib, y soy musulmana. Nací en Ceuta, pero toda mi familia procede de  Marruecos.  Allí viví feliz, siempre al lado de mi mejor amigo Jalil. Siempre me gustó mucho, pero a mi padre no le gustaba verme con él ya que su familia no era muy adinerada. Mi padre siempre me decía que quería lo mejor para mí, pero ahora me doy cuenta que lo que quería era lo mejor para él y la honra de mi familia.

Cuando cumplí dieciséis años mi “valí”, mi padre firmó un contrato matrimonial con la familia más poderosa del pueblo, yo no estaba de acuerdo, pero mi opinión no importaba y no podía hacer nada.

Yo estaba enamorada de Jalil y no sabía cómo darle la noticia, quedé con él ese mismo día, por la tarde, me notó nerviosa y fuimos a tumbarnos a nuestro lugar favorito, allí donde nuestros problemas se desvanecían y parecían cada vez más pequeños. Giré mi cabeza para observarle, veía su imagen mezclada con los brotes del césped, él acercó su mano a la mía, me agarró muy fuerte y me preguntó con voz tímida qué era eso tan importante que tenía que decirle. Yo no sabía por dónde empezar, sólo podía mirar sus enormes ojos marrones, me armé de valor y le conté que mi padre me iba a casar con el hijo de la familia Al-Jatib.  Me soltó la mano desvió su mirada y se quedó contemplando las estrellas. Yo no sabía qué decir, hasta que por fin se rompió el silencio, me dijo que esa familia no era buena para mí, su padre los conocía,  y le dijo que no se acercara a ellos. Después de esa noche no volví a ver a Jalil.

Un año más tarde, los nervios, inseguridad  y miedo corrían por mi cuerpo, era el día de mi boda, yo todavía no conocía a mi marido, sólo sabía que se llamaba Abdul. Debía haber sido el día más feliz de mi vida y sin embargo me sentía la mujer más triste del mundo.

Mi matrimonio fue lo que esperaba, un auténtico fracaso, mi marido era un fundamentalista para el que la mujer era un ser inferior. Su comportamiento conmigo no era el de un buen musulmán, era el carcelero que me tenía presa en mi propia vida.


Prefiero no recordar todo lo mal que me lo hizo pasar, yo quería ser maestra y  tuve que abandonar mis estudios porque a las mujeres de su familia las prohibían estudiar. Mi marido y su familia no me permitían salir a la calle sola, ni maquillarme, ni siquiera llevar un zapato con un pequeño tacón. Por supuesto no podía hablar con ningún hombre que no fuera de la familia, pero lo peor de todo era tener que llevar el burka. Sí, ese vestido que te cubre desde la cabeza hasta los pies, donde sólo se adivinan tus ojos a través de una telita translúcida. ¿Me creéis ahora cuando digo que  he estado encarcelada en mi propia vida?

Un día, en el zoco, comprando con las demás mujeres de la familia, siempre acompañadas por el hermano de mi marido, me acerqué al mejor puesto de frutas, el  más grande y que mejor género tenía y entonces le vi.

Mi corazón empezó a latir fuertemente. Habían pasado sólo dos años y estaba más guapo que nunca, era Jalil.  Ya tenía su propio puesto en el zoco junto a su familia, habían prosperado y ahora eran unos ricos comerciantes. Estaba frente a él y me quedé paralizada no sabía qué hacer ni qué decir, entonces él, escondiendo algo en su mano me dijo: “Tengo un tesoro para ti” y me entregó un dátil. Eso es lo que todas las noches que mirábamos las estrellas, me traía de sus palmeras, un dulce dátil que era mi fruto favorito.

Le pregunté que cómo me había reconocido,  Y me dijo: “Siempre reconoceré la luz de esos ojos verdes a pesar de que te los  quieran esconder”.

En ese momento me di cuenta de que no podía seguir viviendo aquella vida. Al día siguiente, me levanté muy temprano, sin hacer ruido, cogí una maleta e intenté llenarla lo más rápido que pude, miré a mi marido, deseando que esa fuera la última vez que le iba a ver. Sí, me escapé, aun sabiendo los grandes castigos que podría que sufrir por ello.

Me dirigí al zoco tan rápido como pude, me di cuenta de que un coche me seguía, no lo pude ver muy bien, pero estoy segura de que era mi marido con su hermano. En ese momento corrí lo más rápido que pude, entre toda la gente que había en el zoco. Por fin vi a Jalil, me vio angustiada, y corrió a socorrerme. Me acogió en su casa, donde le conté mi plan de escapar e ir a Madrid, me dijo que iría conmigo y que todo iba a cambiar.

Nos dirigimos a Ceuta para coger un ferri hasta Tarifa, durante el trayecto le noté nervioso y muy pendiente del teléfono, supongo que sería normal, hasta que un coche se cruzó en nuestro camino, era Abdul, todas mis ilusiones y sueños se desvanecieron. Miré a Jalil y con ojos de tristeza me pidió perdón. Abdul le entregó un maletín lleno de dinero, le dio la mano y le felicitó por su trabajo. No podía creerlo, ¿por qué me haría algo así Jalil?

Sentía como mi corazón se iba partiendo en trocitos y como la decepción recayó sobre mis hombros.

Estaba sola, más sola que nunca y teniéndome que enfrentar a toda la familia y a un tremendo castigo. Fue entonces cuando Jalil volvió, pero esta vez tenía un arma, le pedí por favor que no la usara, que no merecía la pena, no disparó pero les dijo que se mantuvieran lejos de mí y que nunca más me buscaran, que me dejaran ser libre.

Jamás podré agradecer a Jalil esas palabras, pero todavía no lograba entender por qué avisó a Abdul cuando me escapé. Me dijo que necesitábamos el dinero y que él nunca hubiera dejado que me volviera a llevar con él. Esas palabras me convencieron para seguir con nuestro plan y sinceramente, no me puedo arrepentir de decir que es la mejor decisión que he tomado en mi vida. Pronto llegamos a España, donde vivo feliz al lado de la persona que he elegido para compartir mi vida.

Acabé mis estudios y soy maestra, trabajo con niños y procuro enseñarles que la religión no se puede utilizar para tiranizar a las personas sino para hacerlas más libres.

Yo pude escapar de la cárcel de mi vida y voy a trabajar para ayudar a todas las mujeres que como yo, están presas del fundamentalismo. Y hoy, desde mi libertad puedo gritar al mundo que soy libre y que soy feliz.

Comentarios