“HISTORIA
DE UN PRÓLOGO”
Siempre se repite la misma historia. Es
un ciclo que no acaba.
El miedo, los nervios, la tensión… El
día antes nunca duermo, aunque la noche sea fresca, sudo, tiemblo, me entra
tiritona hasta que casi con las primeras luces del amanecer logro dormirme
cansado, como si hubiera estado corriendo toda la noche.
Por la mañana estoy tranquilo, charlando
con mi gente, procurando reír para disimular los nervios
de la responsabilidad, de intentar triunfar en lo mío, de no decepcionar a
nadie. Imagino que eso nos pasa a todos antes de un gran acontecimiento.
Luego, llega la hora de entrar a ese
enorme edificio en el que todo se decide, la suerte o la desgracia, el triunfo
o el fracaso, la vida o la muerte…. ¡o la gloria!
Y entonces me arrodillo y rezo. Rezo a
mis imágenes de Cristos y Vírgenes, rezo porque tengo Fe, porque estoy seguro
de que Dios me escucha en el Cielo, pero también rezo como si mis estampas
fueran amuletos que me protegen de todos los males, como si mí Fe fuera una
armadura indestructible.
A partir de ahí, nunca es nada claro, es
como un sueño; la gente me rodea, me saluda, se acerca a desearme suerte; también
mi gente me acompaña. Son las siete de la tarde y hace un día luminoso,
pero yo no lo noto, todo está
difuminado, casi oscuro.
Entonces,
suena ese sonido de cada tarde, y me acurruco en mi capote, piso la arena, me
santiguo y saludo con el mismo ritual de siglos a mis compañeros. En ese
momento tengo la certeza de que estoy en mi sitio, siento la tela entre mis
manos, la luz se hace, camino decidido por el ruedo, un sonido seco anuncia que
una puerta se ha abierto… y ahí está, la gloria o la muerte. El Toro sale al
ruedo y es mi vida torearlo.
Isabel Sainz de
Baranda Miranda (1ºA)
Mayo de 2015
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