Pablo Zarco (Reencuentros)



REENCUENTROS

Tal y como habían predicho los pronósticos, el cumulonimbo que se había formado a tres mil metros de altura estaba listo para dejar caer toda su carga. Era una cálida noche de verano, y millones de gotas de lluvia estaban en sus marcas, preparadas para saltar cuando la nube alcanzara su masa crítica. La mayoría de las gotas veía su trabajo como algo rutinario, en ocasiones, hasta tedioso. Pero había una que no lo sentía así. 

Esta gota, si bien no muy diferente del resto de gotas, amaba su tarea como gota de lluvia. Era su parte preferida del ciclo del agua. Le encantaba sentir el aire en la cara mientras caía sin saber, por unos segundos, qué sucedería a continuación. Sobre todo le gustaba caer sobre hierba fresca y poder contemplar el amanecer siendo rocío. Estaba deseosa de saltar.

Por fin llegó el momento, y nuestra pequeña gota se dejó caer, precipitándose hacia el vacío, hendiendo el aire como una bala, por su forma y velocidad. Y de nuevo tuvo aquella sensación. De pronto nada existía, solamente la gravedad que tiraba de ella. Dejó su mente en blanco y disfrutó del viaje.  Solo caía y caía. 

Cómo le gustaba aquello.

No sabía qué esperaba encontrar allí abajo, pero desde luego no esperaba caer sobre el capó de un coche. ¿No se suponía que en aquella zona todo era verde campo? La gota echó un vistazo alrededor. Increíble, solo había una carretera en kilómetros a la redonda y tenía que aterrizar justo en el único coche al que se le podía ocurrir parar en plena carretera a las tantas de la  madrugada. La gota estaba indignada.

   -Un momento, ¿Lluvia? No puede ser. ¿Lluvia? ¿Eres tú?

La gota se giró al oír su nombre, y tras ella encontró a alguien a quien no esperaba encontrar allí.
    -¿Alcohol? ¡Sí, soy yo! ¿Qué haces tú aquí?
    -No tengo ni idea, la verdad es que me siento un poco como pez fuera del agua ahora mismo.
    -Pues será por agua con la que está cayendo –dijo Lluvia, y ambos rieron.

Alcohol era un viejo amigo de Lluvia. Solían encontrarse en las verbenas al aire libre y en otros tipos de fiestas. Siempre era agradable encontrarse con él.

    -¿Chicos? ¿Sois vosotros?

Alcohol y Lluvia volvieron la vista para descubrir, nada más y nada menos que a…

    -¡Sangre, qué sorpresa! ¿Cómo tú por aquí? –dijo Alcohol.
    -Pues, en realidad, no estoy muy segura ni de dónde estoy ni de qué hago aquí.
    -Entonces, bienvenida al club –dijo Lluvia.
Sangre y Alcohol solían pasar mucho tiempo juntos, de ahí que, aunque Lluvia no conocía demasiado bien a Sangre, pudieron charlar tranquilamente.

    -¿Sangre? ¿Lluvia? ¿Alcohol? ¿Habéis quedado y no me habéis invitado?
    -¡Lágrima! Parece que de reencuentros va la noche. ¡Ven aquí, compañero! –dijo Alcohol.

Las cuatro gotas estuvieron hablando toda la noche, sorprendidos por la casualidad que los había reunido. Rieron los chistes de Alcohol y pasaron un buen rato, haciendo caso omiso de los constantes sollozos del niño que iba en el asiento del copiloto e ignorando el ruido de las sirenas de la ambulancia y los coches patrulla. 

Pero todo lo bueno acaba, y uno a uno les fue tocando el turno de evaporarse. Cuando lo hizo lluvia, miró hacia abajo por última vez y observó el maltrecho y desfigurado coche sobre el que lo había pasado tan bien con sus amigos.

«¡Qué bonitos son los reencuentros!» pensó antes de desvanecerse.

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