REENCUENTROS
Tal y como habían
predicho los pronósticos, el cumulonimbo que se había formado a tres mil metros
de altura estaba listo para dejar caer toda su carga. Era una cálida noche de
verano, y millones de gotas de lluvia estaban en sus marcas, preparadas para saltar
cuando la nube alcanzara su masa crítica. La mayoría de las gotas veía su
trabajo como algo rutinario, en ocasiones, hasta tedioso. Pero había una que no
lo sentía así.
Esta gota, si bien no
muy diferente del resto de gotas, amaba su tarea como gota de lluvia. Era su
parte preferida del ciclo del agua. Le encantaba sentir el aire en la cara
mientras caía sin saber, por unos segundos, qué sucedería a continuación. Sobre
todo le gustaba caer sobre hierba fresca y poder contemplar el amanecer siendo
rocío. Estaba deseosa de saltar.
Por fin llegó el
momento, y nuestra pequeña gota se dejó caer, precipitándose hacia el vacío,
hendiendo el aire como una bala, por su forma y velocidad. Y de nuevo tuvo
aquella sensación. De pronto nada existía, solamente la gravedad que tiraba de
ella. Dejó su mente en blanco y disfrutó del viaje. Solo caía y caía.
Cómo le gustaba
aquello.
No sabía qué esperaba
encontrar allí abajo, pero desde luego no esperaba caer sobre el capó de un
coche. ¿No se suponía que en aquella zona todo era verde campo? La gota echó un
vistazo alrededor. Increíble, solo había una carretera en kilómetros a la
redonda y tenía que aterrizar justo en el único coche al que se le podía
ocurrir parar en plena carretera a las tantas de la madrugada. La gota estaba indignada.
-Un momento, ¿Lluvia? No puede ser. ¿Lluvia?
¿Eres tú?
La gota se giró al oír
su nombre, y tras ella encontró a alguien a quien no esperaba encontrar allí.
-¿Alcohol? ¡Sí, soy yo! ¿Qué haces tú aquí?
-No tengo ni idea, la verdad es que me
siento un poco como pez fuera del agua ahora mismo.
-Pues será por agua con la que está cayendo
–dijo Lluvia, y ambos rieron.
Alcohol era un viejo
amigo de Lluvia. Solían encontrarse en las verbenas al aire libre y en otros
tipos de fiestas. Siempre era agradable encontrarse con él.
-¿Chicos? ¿Sois vosotros?
Alcohol y Lluvia
volvieron la vista para descubrir, nada más y nada menos que a…
-¡Sangre, qué sorpresa! ¿Cómo tú por aquí?
–dijo Alcohol.
-Pues, en realidad, no estoy muy segura ni
de dónde estoy ni de qué hago aquí.
-Entonces, bienvenida al club –dijo Lluvia.
Sangre y Alcohol solían
pasar mucho tiempo juntos, de ahí que, aunque Lluvia no conocía demasiado bien
a Sangre, pudieron charlar tranquilamente.
-¿Sangre? ¿Lluvia? ¿Alcohol? ¿Habéis
quedado y no me habéis invitado?
-¡Lágrima! Parece que de reencuentros va la
noche. ¡Ven aquí, compañero! –dijo Alcohol.
Las cuatro gotas
estuvieron hablando toda la noche, sorprendidos por la casualidad que los había
reunido. Rieron los chistes de Alcohol y pasaron un buen
rato, haciendo caso omiso de los constantes sollozos del niño que iba en el
asiento del copiloto e ignorando el ruido de las sirenas de la ambulancia y los
coches patrulla.
Pero todo lo bueno
acaba, y uno a uno les fue tocando el turno de evaporarse. Cuando lo hizo
lluvia, miró hacia abajo por última vez y observó el maltrecho y desfigurado
coche sobre el que lo había pasado tan bien con sus amigos.
«¡Qué bonitos son los
reencuentros!» pensó antes de desvanecerse.
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