Paula Soler (En aquel maravillos lugar)



EN AQUEL MARAVILLOSO LUGAR

Gotas, gotas y gotas.

Caían una detrás de otra, sin parar, hacía tiempo que había perdido la cuenta de cuales eran suyas, cuáles eran del mar y cuales caían de las nubes que había sobre ella, aunque teniendo en cuenta todo lo que pasaba por su cabeza en aquel instante, aquello simplemente dejaba de tener importancia.

Sus largas piernas tocaban la húmeda arena y se estremecían con aquel suave tacto, ella era solo una joven chica de ciudad poco acostumbrada a la playa y a lo que sus placeres se refería, aunque  allí sentada con el aire ondulando su pelo y la ausencia de sol, se sentía como una más, como si siempre hubiese vivido allí, eso probablemente se  lo debía a él.
Ahora miraba al lugar en el que apenas unas horas antes había estado su compañero, la hoguera estaba ya apagada, y ni se oía el crepitar del fuego, ni se sentía el calor que este desprendía, solo quedaban las cenizas, el recuerdo.
Ese hueco a su lado era el mismo hueco que quedaba en su corazón, no sabía por qué, pero así se sentía allí sentada en aquel lugar, su mente no hacía más que vagar,  sin rumbo alguno, intentaba averiguar por qué seguía allí si él ya se había ido, suponía que había algo que la retenía, pero tampoco sabía el qué. Entonces una fuerte ola chocó contra sus piernas y alarmada se echó hacia atrás y se topó con un pequeño cuerpecito. Aquella era una niña de unos seis años, con grandes ojos azules y una tímida sonrisa, la miró por unos instantes intentando averiguar qué podía hacer aquella niña allí sola, sin nadie más, pero por mucho que pensaba y miraba a su alrededor, no tenía ni la más remota idea.
Así, la niña al no ver respuesta alguna de aquella mujer le tocó el brazo y le dijo:
-          ¿Nos vamos a casa ya? Hace frío
La mujer se sorprendió de que le hablara a ella, aunque si había algo familiar en aquellos ojos, no entendía por qué debía de llevar a aquella pequeña a su casa, ¿es que no tenía padres?  Aquel pensamiento la hizo enfadar en parte y decidió ignorar a la niña un poco más, sumergiéndose de nuevo en su mundo, en aquellos ojos.
Entonces sí que recordó a alguien, era ese apuesto chico de pelo rizado que había estado con ella esa mañana en la playa, y que se había ido sin razón alguna, de repente, cuando todo había estado bien, ellos habían estado riendo, comiendo y bañándose juntos en aquel lugar, y luego le había dicho que se tenía que ir, que ahora aquel sitio tenía que compartirlo con los demás, pero ella se negaba. Lo único que deseaba era que aquel chico siguiera allí, aquel al que nunca pensó que podría amar, con aquel abrigo de la temporada pasada al que vio por primera vez en el metro, aquel que amaba la parte quemada de la paella y que hablaba alemán en vez de inglés, él era lo único que esperaba que volviera, pero no iba a hacerlo.
De nuevo un suave toque en su brazo y esa niña con su cubo de playa rojo mirándola, decidió preguntarle entonces:
-          Él no va a volver, ¿verdad?
La niña la miró con ojos llorosos y se subió encima de ella, abrazándola.
-          Abuela yo también le echo mucho de menos, pero aun así no va a volver
Fue como un cubo de agua fría sobre su cabeza, por unos instantes recuperó todos sus recuerdos, todos esos años vividos con todas esas personas a las que quería. Veía al hombre al que amaba tras aquella niña, pero ya no era tan joven, ni tan guapo, las arrugas marcaban sus facciones, y su sonrisa era la de un hombre marcado por el tiempo, aunque sus ojos… Sus ojos le llevaban hasta los de aquella niña, eran los mismos, y cuando quería volver a mirar los de su esposo, él ya no estaba allí.
En aquel momento se encontraba en la playa como antes, pero con mucha más gente a su alrededor, sus piernas tendidas en la arena ya no eran las de antes, el sol volvía a brillar, y aunque él ya no estaba allí, aquella niña sí lo estaba, solo que ahora era casi una mujer mirándola con aquellos mismos ojos llorosos, creo que ambas se habían dado cuenta de que él vivía en otro sitio ahora, aunque parte de él siempre estaría en aquel lugar.
Así que ante la atenta mirada de esta, solo pudo sentirse orgullosa al ver en lo que se había convertido esa pequeña niña, y le resultó casi inevitable sonreír de nuevo al escuchar su voz:

-Tranquila abuela, todo va a ir bien.

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