EN
AQUEL MARAVILLOSO LUGAR
Gotas, gotas y gotas.
Caían una
detrás de otra, sin parar, hacía tiempo que había perdido la cuenta de cuales
eran suyas, cuáles eran del mar y cuales caían de las nubes que había sobre
ella, aunque teniendo en cuenta todo lo que pasaba por su cabeza en aquel
instante, aquello simplemente dejaba de tener importancia.
Sus largas piernas tocaban la húmeda arena y se estremecían con aquel suave tacto, ella era solo una joven chica de ciudad poco acostumbrada a la playa y a lo que sus placeres se refería, aunque allí sentada con el aire ondulando su pelo y la ausencia de sol, se sentía como una más, como si siempre hubiese vivido allí, eso probablemente se lo debía a él.
Ahora miraba al lugar
en el que apenas unas horas antes había estado su compañero, la hoguera estaba
ya apagada, y ni se oía el crepitar del fuego, ni se sentía el calor que este
desprendía, solo quedaban las cenizas, el
recuerdo.
Ese hueco a su lado era
el mismo hueco que quedaba en su corazón, no sabía por qué, pero así se sentía
allí sentada en aquel lugar, su mente no hacía más que vagar, sin rumbo alguno, intentaba averiguar por qué
seguía allí si él ya se había ido, suponía que había algo que la retenía, pero
tampoco sabía el qué. Entonces una fuerte ola chocó contra sus piernas y alarmada
se echó hacia atrás y se topó con un pequeño cuerpecito. Aquella era una niña
de unos seis años, con grandes ojos azules y una tímida sonrisa, la miró por
unos instantes intentando averiguar qué podía hacer aquella niña allí sola, sin
nadie más, pero por mucho que pensaba y miraba a su alrededor, no tenía ni la
más remota idea.
Así, la niña al no ver
respuesta alguna de aquella mujer le tocó el brazo y le dijo:
-
¿Nos vamos a casa ya? Hace frío
La mujer se sorprendió
de que le hablara a ella, aunque si había algo familiar en aquellos ojos, no
entendía por qué debía de llevar a aquella pequeña a su casa, ¿es que no tenía
padres? Aquel pensamiento la hizo
enfadar en parte y decidió ignorar a la niña un poco más, sumergiéndose de
nuevo en su mundo, en aquellos ojos.
Entonces sí que recordó
a alguien, era ese apuesto chico de pelo rizado que había estado con ella esa
mañana en la playa, y que se había ido sin razón alguna, de repente, cuando
todo había estado bien, ellos habían estado riendo, comiendo y bañándose juntos
en aquel lugar, y luego le había dicho que se tenía que ir, que ahora aquel
sitio tenía que compartirlo con los demás, pero ella se negaba. Lo único que
deseaba era que aquel chico siguiera allí, aquel al que nunca pensó que podría
amar, con aquel abrigo de la temporada pasada al que vio por primera vez en el
metro, aquel que amaba la parte quemada de la paella y que hablaba alemán en
vez de inglés, él era lo único que esperaba que volviera, pero no iba a
hacerlo.
De nuevo un suave toque
en su brazo y esa niña con su cubo de playa rojo mirándola, decidió preguntarle
entonces:
-
Él no va a volver, ¿verdad?
La niña la miró con
ojos llorosos y se subió encima de ella, abrazándola.
-
Abuela yo también le echo mucho de menos,
pero aun así no va a volver
Fue como un cubo de
agua fría sobre su cabeza, por unos instantes recuperó todos sus recuerdos,
todos esos años vividos con todas esas personas a las que quería. Veía al
hombre al que amaba tras aquella niña, pero ya no era tan joven, ni tan guapo,
las arrugas marcaban sus facciones, y su sonrisa era la de un hombre marcado
por el tiempo, aunque sus ojos… Sus ojos le llevaban hasta los de aquella niña,
eran los mismos, y cuando quería volver a mirar los de su esposo, él ya no
estaba allí.
En aquel momento se
encontraba en la playa como antes, pero con mucha más gente a su alrededor, sus
piernas tendidas en la arena ya no eran las de antes, el sol volvía a brillar,
y aunque él ya no estaba allí, aquella niña sí lo estaba, solo que ahora era
casi una mujer mirándola con aquellos mismos ojos llorosos, creo que ambas se
habían dado cuenta de que él vivía en otro sitio ahora, aunque parte de él siempre
estaría en aquel lugar.
Así que ante la atenta mirada de esta, solo pudo
sentirse orgullosa al ver en lo que se había convertido esa pequeña niña, y le
resultó casi inevitable sonreír de nuevo al escuchar su voz:
-Tranquila abuela, todo
va a ir bien.
Comentarios
Publicar un comentario