Jacobo Herrero (Miedo y esperanza)



MIEDO Y ESPERANZA

El sonido de los disparos despertó a Ali. No supo si estaba soñando o si los disparos eran producto de su imaginación, alentada por el temor de los últimos días al conocer las noticias de la devastación de aldeas vecinas debido a su devoción religiosa. “Nosotros seremos los siguientes”, recordó que siempre decía su vecino David. Una segunda oleada de disparos despejó totalmente a Ali. El pánico y el terror comenzaron a adueñarse de su cuerpo, pero la adrenalina impuso el control. Se levantó del sofá. Los disparos habían cesado. Echó un vistazo a la puerta, que seguía atrancada, tal como la dejó la noche anterior. Un silencio inquietante impregnaba el ambiente. El instinto básico de supervivencia gritaba a Ali que corriera, pero no pudo evitar acordarse de la que había sido su familia. Los familiares de Yasmin, su mujer, le habían echado de su casa hacía ya dos semanas por adulterio. No había ningún error de los que había cometido Ali en toda su vida del que se arrepintiese más que ese. Los disparos reanudaron. Cogió la cruz de encima de la mesa, la besó y se la guardó.  Aun recordaba los preciosos ojos esmeraldas de Yasmin y la inocente sonrisa de Luzieta, su hija. Eso fue lo que condenó a Ali, y le llevó a comenzar a correr hacia la que durante tantos años había sido su casa, e intentar lo imposible: salir con vida de aquel infierno.

Mientras corría oyendo silbar los múltiples proyectiles y explosiones que destrozaban el pueblo, se percató de que los yihadistas ya habían quemado media aldea, aunque seguía tropezando con vecinos que huían aterrorizados. Pisó accidentalmente varios cuerpos humanos que descansaban en el suelo.” Polvo sois y en polvo os convertiréis”–no pudo evitar pensar Ali con un escalofrío.

Oía llantos y gritos que eran acallados de inmediato por ráfagas de disparos. Vio salir de una casa vecina a un hombre con el rostro tapado que agarraba por el pelo a una mujer que gritaba, histérica. En la otra mano portaba un kalashnikov. Ali apartó la mirada, y siguió corriendo, diciéndose a sí mismo que no podía hacer nada.

 Una explosión ilumino la cara de Ali. La casa de David, vecino y amigo, había estallado en llamas, y de ella salió despedido el propio David. Portaba una ak-47, con la destreza de quien había sido instruido en el manejo de las armas, pues David era un desertor del Estado Islámico. Un solo intercambio de miradas bastó a Ali para comprender que David había conseguido eliminar a uno de los terroristas y quitarle el arma, por lo que siguieron corriendo. “Hurra por David”-pensó Ali. Su amigo se dirigía a la salida del pueblo, pero Ali gritó, desesperado: ¡David, mi familia! David se frenó en seco y se dio la vuelta, mascullando una maldición en árabe. Le lanzó una pistola, que también había arrebatado al yihadista, y se dispuso a seguirle.

Los dos amigos llegaron a la casa de Yasmin. Aparentemente por fuera no había sufrido ningún daño, salvo la puerta, que había sido derribada. Ali intercambió con David una mirada sombría.” Quédate vigilando”- le indicó. Su amigo asintió, y Ali entró en la estancia. Los escasos muebles estaban totalmente destrozados, y el suelo estaba repleto de cristales. El crucifijo de encima de la puerta había desaparecido. Sin quererlo, lágrimas comenzaron a surcar su rostro silenciosamente.

Lo llevaba avisando hace tiempo. La muestra de devoción cristiana en aquellos tiempos era una absoluta locura. No tendrían que haber organizado misas en el pueblo, instando a los habitantes de las aldeas vecinas a acudir, y ayudar a propagar la devoción cristiana de ese pueblo. Deberían haber retirado todos los adornos religiosos de sus casas. No tendrían que haber hecho su fe pública. Eso solo había conseguido acelerar el proceso que ISIS llamaba “la purificación del Islam”. Como siempre, nadie le hizo caso, y ahora estaban pagando con sangre y lágrimas su error. Ali sollozó. Con la voz quebrada, llamó a su mujer y a su hija por sus nombres, teniendo el convencimiento de que había llegado demasiado tarde. A la tercera llamada, sin embargo, oyó un ruido en el piso superior. Con el corazón en el puño, subió las escaleras y se encaminó hacia la habitación de Yasmin. Estaba atrancada, pero no le costó derribarla. La puerta cayó con gran estrépito, y reveló a su mujer en una esquina de la habitación en una posición que irradiaba agresividad y determinación por defender a su hija, que estaba agarrada a ella.

La cara de Yasmin se iluminó, y se abalanzó para abrazarlo mientras lloraba y decía su nombre. El alivio de Ali y su alegría en aquel momento eran inmensurables. Luzieta también lloraba abrazada a sus padres. Una vez calmados, Ali inquirió:

-¿Estás loca? ¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué no habéis huido? ¡Podrían haber quemado la casa

-Teníamos mucho miedo- musitó Yasmin, aún con lágrimas en los ojos.- Estaban disparando a todo el que salía de la casa, y quedarnos aquí nos pareció lo más sensato. ¿Por qué hacen esto Ali? No lo entiendo, no son humanos, no son humanos- repitió sollozando  histéricamente Yasmin, mientras miraba a Luzieta que seguía aterrorizada e incapaz de articular palabra.

-Lo importante ahora es salir con vida de este infierno- la cortó Ali- tenemos que…
No pudo terminar la frase. Se oían gritos y golpes en el piso de abajo. Asustado pero decidido, Ali ayudo a su mujer y su hija a esconderse en el armario. “Todo va a salir bien”-mintió Ali. Los gritos habían cesado, pero aun así aferró el arma que le había entregado David antes de entrar en la casa. Bajó sigilosamente las escaleras, y logró esconderse detrás de un sofá derribado.

Dos yihadistas sujetaban a David, que se debatía en el suelo. Uno de ellos, que parecía ser el líder, apuntaba firmemente con un arma a David a la cabeza y le gritaba:

-¿Dónde coño está el hombre con el que has entrado?

Armándose de un valor que hasta entonces desconocía, y diciéndose a sí mismo: “Prefiero morir de pie que vivir de rodillas”, Ali apretó la cruz de su bolsillo, se encomendó a Dios, y arremetió contra los terroristas. Consiguió tumbar a uno de ellos, pero no tuvo la misma fortuna con el otro, que se levantó rápidamente, y le apuntó con el arma. Estando Ali en el suelo, David reaccionó y se abalanzó contra el que se había puesto de pie y le ahogó con sus propias manos mientras el terrorista apretaba el gatillo del arma, que le fulminaba. Ambos murieron en el acto. Mientras tanto, Ali consiguió reducir al segundo y último yihadista, y le apuntó con el arma.

-Quítate la ropa-le ordenó.

-¿Qué?-exclamó el yihadista-¿te has vuelto loco?

-¡Que te la quites!- exigió Ali, esgrimiendo el arma.

El hombre se apresuró a obedecerle y se quedó en ropa interior. Ali procedió a hacer la misma acción, y ambos quedaron en ropa interior. Le ordenó que se intercambiaran la ropa, y el terrorista no tuvo más remedio que obedecer, todo esto  mientras Ali le apuntaba con mano firme. Después, con serena calma y ante la actitud resignada del terrorista, le disparó en la cabeza. El sonido retumbó la habitación. “Era él o yo”, se dijo Ali, haciendo caso omiso del horror que le producía el haber cometido un homicidio.

“Tengo que darme prisa, el resto del grupo deben de haber oído el disparo”. Temblando, Ali escondió los cuerpos de los dos terroristas, pero dejó el cuerpo de David. Los disparos habían perforado la cara de su amigo, y estaba completamente desfigurada. Se le ocurrió una súbita idea. Intercambió la ropa que se había quitado antes con la de David, es decir, la suya propia; y ocultó la ropa de David. Ali seguía ataviado con las vestimentas del grupo terrorista. Su amigo y el tenían una complexión parecida, eran morenos y tenían la misma altura. Ni siquiera Yasmin se daría cuenta de que el cuerpo no era de su marido.” Es necesario”-se dijo apenado. Solo así podría hacerse pasar por uno de los asaltantes, y tratar de convencerlos de la muerte de todos los habitantes del poblado, para así instarles a abandonar el pueblo y permitir que Yasmin y Luzieta escapasen. Miró con tristeza las escaleras. El resto lo dejaba en manos de ellas. Sabía que era necesario que su familia le creyera muerto, para que no le persiguiesen. Lo que estaba a punto de hacer era difícil pero necesario. Oyó pasos y gritos de fuera. El resto del grupo se acercaba. Se encomendó a Dios, y afrontó su destino.

Luzieta esbozó una sonrisa al ver los edificios de Beirut (Libia) empequeñecerse en el horizonte a bordo del barco que la alejaba del infierno que antes consideraba su hogar. Miró hacia su derecha. Su madre Yasmin agarraba con firmeza al último integrante de la familia, que había nacido dos semanas antes. Le habían bautizado con el nombre de Ali, en honor a su padre. “Si estamos vivos es gracias a él”, pensaba la pequeña. Hacía ya un mes que su pueblo había sido devastado por el Estado Islámico.

 Luzieta aún tenía pesadillas en las que aparecían la cara de su padre sonriéndola mientras las escondía a su madre y a ella en un armario. Después una ráfaga de disparos acababan con él, entre los lloros y las súplicas de su madre, que nada podía hacer para salvarle. Aun recordaba sobrecogida el cadáver con la cara desfigurada por balazos de su padre. Jamás había visto llorar tanto a su madre. Ella no lloró. Desde ese día no había articulado palabra. Su madre había rogado a los soldados que les habían salvado de las garras de ISIS que llevaran a su hija a un médico, para hallar algún remedio a su trauma. Luzieta no creía que volviera a hablar. “¿Qué sentido tenia hablar, si después de todo no estaba su padre para responder sus preguntas, aliviar sus preocupaciones y responder sus bromas? La vida ya no tenía el mismo sentido que antes.

 Su madre y ella, enfrascadas en sus pensamientos, no se habían percatado de la figura de un hombre que se acercaba a ellas con paso lento pero firme. El hombre tenía uniforme de soldado y lucía una barba de varios días, además de varias cicatrices recorriendo la mejilla izquierda. Se movía con la seguridad de quien ha madurado y ha vivido mucho en muy poco tiempo. Los ojos del hombre brillaban con la luz de quien ve a sus seres queridos después de tanto tiempo y de quien ha dejado atrás el sufrimiento y la guerra. Agarró con firmeza la cruz de su bolsillo, y con paso firme se aproximó y se dispuso a reencontrarse con la familia que ya había dado por perdida tanto tiempo atrás.
Jacobo Herrero 1ºA Noviembre 2016



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