Rodrigo Peñuelas (Lo correcto no es justo)



LO CORRECTO NO ES JUSTO

La oscuridad se adueñaba del cielo cuando llegué a casa. Había estado trabajando durante todo el día y, verdaderamente, estaba cansado. No había sido un buen día, después de todo. En mi trabajo, tengo que estar picando la tierra durante varias horas, legislado por varios “jefes” que nos indican lo que hacer. Al menos me dejan volver a casa, otros no tienen la misma suerte y otros ni siquiera viven ya.

Ah, cierto, no me he presentado. Mi nombre es Akhila Al-Zubihairud, tengo 12 años, y hasta hace unos meses vivía en Siria. El gobierno en mi país hace cosas malas. He visto a gente que moría porque no creía en Alá, y he visto como sin tapujos, aquellas personas eran decapitadas o acribilladas hasta morir.

También me han pasado algunas cosas malas. Una vez, unos de nuestros jefes me obligo a venir con él, y me hizo cosas malas y que dolían mucho. Algo parecido le pasó a otra chica que trabajaba en el campo. Nunca volví a verla de nuevo.

Apenas tenemos dinero, y nuestras reservas de comida son ínfimas. Hoy, de hecho, la comida es agua embarrada y una hogaza de pan. He oído que nuestro gobierno ha hecho una cosa muy buena en una ciudad llamada París, a unas personas que no creían en Alá. Supongo que sí ha sido algo bueno, lo estarán pasando bien, y eso me reconforta.

No lo he dicho antes, pero hace 3 años iba a la escuela. Se me daban muy bien las Matemáticas y la Lengua, y era buena estudiante. Pero un día, sin explicación, dejé de ir al colegio porque mi padre me obligó, y desde entonces trabajó aquí. Como mi padre se lleva bien con altos mandos del Estado, ya que tiene información clave sobre ellos, me permiten dormir en mi casa después de trabajar en los campos de concentración.

La vida en los campos puede ser muy dura. El sol, la arena, los picos, todo era muy pesado, y si te frenabas entonces te pegaban. Hoy me han dado dos latigazos porque me han visto parada. Se lo digo a mi padre mientras cenamos, y me responde que es mi culpa por no saber trabajar. Mi madre intentó defenderme, pero se detuvo cuando mi padre levantó el brazo para golpearla. Acto seguido, se va mi madre y mi padre se abalanza sobre mí. Mi padre solo me pega cuando hago algo mal, así que entonces, tenía que haber hecho algo mal, aunque no supiera que era.

La paliza me rompió un brazo y me dañó la mandíbula. Al día siguiente, en el trabajo, al no poder ejercer bien, los supervisores se ensañaron conmigo. Volví a casa completamente destrozada, física y mentalmente. Tras cenar, esta vez sin incidentes, me fui a la cama.

Una vez allí, reflexioné. La vida no era justa, pensé, mientras se me anegaban los ojos de lágrimas. Los maestros nos habían dicho una vez que la vida es un regalo de Alá. Si esto era un regalo, entonces la muerte sería una bendición. Sopesé la opción de quitarme la vida, pero sabía que no iba a ser capaz.

El día siguiente se suponía que iba a ser normal, pero hacia la media mañana, ocurrió algo anormal. Una especie de ave, que los profesores denominaban como avión, se aproximaba hacia nuestra ubicación en el campo. El avión no tardó en soltar un objeto de forma redondeada, y cuando cayó…

La explosión erosionó el terreno. Quede semiinconsciente, y al recobrarme, vi que todo estaba arrasado, y el cielo, en pleno día, estaba completamente oscuro. El cielo se había vuelto completamente negro. Pensé en mi familia. Volví corriendo a mi casa, y vi cosas absolutamente asquerosas. Gente con quien yo había hablado alguna vez, tendida en el suelo, enterrada, descuartizada, y otras cosas que no quiero describir: Pero cuando llegué a mi casa, se me cayó el alma a los pies: No estaba, en su lugar, solo había un gigantesco cráter. No podía ser, pensé yo. Mi padre, mi madre, toda mi vida…Destrozada

Escuché una voz gritar, y vi a un hombre detrás. Un hombre muy alto y rubio, y de ojos azules. Gritó algo y me cogió sin preguntar. Es el que me trajo aquí. Mi madre detestaba lo que había hecho el que denomináis ISIS, y no tuvisteis pudor en matarla. Cometéis una injusticia al hacer que paguen justos por pecadores, Señor. Mi vida y la de muchos otros han sido destruidas por vuestra arrogancia y solo os regocijáis en ello. Señor, lo lamento, pero no puedo suministraros la información que mi padre poseía para que podáis asesinar a gente a la que quise.

El hombre que me hablaba, de mirada azulada y semblante serio, comunicó algo que un traductor me transmitió. Había dicho, “Si no me das la información, los mataré de igual forma, salvo que morirá más gente, tú decides”. Mucha gente no había hecho nada malo, dije yo. A lo que él respondió: Te prometo que si cooperas, ayudarás al mundo, podrías hasta salvarlo.

No puedo, Señor, negué. Muy bien, respondió el hombre. Entonces no me dejas otra elección que matarte. Podrías acabar como uno de ellos y no me voy a arriesgar. Dios te perdonará, porque es su deber hacerlo, igual que el mío es acabar con vosotros. Lo lamento.
Ahí un hombre apunto su arma contra mí. Solo pensé en mi madre.
Rodrigo Peñuelas Sanz-Llano. 1º B. 14/11/2015



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