Miércoles. Dos de la
tarde. Acabo de despertarme y no tengo trabajo. Por las noches intento quedarme
hasta lo más tarde posible para no despertarme hasta pasado el mediodía. Para
mi es una tortura el estar en casa mientras antes estaba trabajando, por eso,
me levanto a la hora de comer.
Recuerdo el día que me
echaron como si fuese ayer. En la oficina, en la que yo trabajaba gracias a la
madre de una amiga mía, ya empezaban a renovar la plantilla y yo estaba entre
los nominados pero algo dentro de mí intentaba convencerme de que no iba a
pasar nada. Obviamente el día llegó y en el fondo la noticia ya me la esperaba.
Una de las cosas que más me costó fue decírselo a las personas más cercanas a mí.
Estaba preocupada porque no sabía cómo se lo iban a tomar. Siempre tuve el
miedo de que mis padres no estuviesen orgullosos de mí. La verdad es que la
reacción de la gente me sorprendió bastante. Cuando estábamos juntos y hablando
procuraban no sacar el tema para que no me sintiese ofendida o triste al
recordar que estaba en paro.
El paro, sí, eso fue
una de las cosas que más rara me hizo sentir. Siempre que escuchaba el tema o
lo veía en las noticias lo notaba más lejano de lo que pensaba. Todos hemos
visto en la televisión la cola del INEM (ahora llamado SEPE, servicio público
de empleo estatal) pero jamás nos hemos
imaginado allí buscando trabajo. Y eso fue justamente lo que me pasó a mí.
Verme allí de pie junto a toda esa gente me hizo darme cuenta de la realidad en
la que vivía. Todos también hemos escuchado en la televisión eso de que van a
generar empleos y cuando tú tienes uno suena hasta bonito pero en el momento en
el que lo estás buscando parece que todos se han puesto de acuerdo en no
dártelo.
Cuando salí de la
universidad, no tenía ni idea de cómo buscar trabajo. No te preparan para eso.
De hecho no sabía ni cómo empezar a escribir mi currículum.
Al final lo conseguí
hacer y empecé a preguntarme en qué quería trabajar en el fondo. Siempre nos
han implantado una forma de vida al salir de la universidad de trabajo familia
y casa. La verdad es que yo no quería vivir de esa manera, al menos por ahora,
no tenía prisa.
Vivir sola estaba bien
aunque la preocupación que sentía al no poder pagar las facturas era bastante
agobiante. De pequeña, a diferencia de muchas personas que crecieron conmigo,
mis padres siempre me habían empujado a hacer lo que me gustaba y lo que me
hacía feliz pero llegados a este punto, necesitaba ponerme a trabajar en cualquier
cosa.
Estuve trabajando en
empleos temporales durante unos meses. Iba cambiando a menudo y ninguno de
ellos tenía nada que ver con el anterior que había tenido. Mientras tanto,
estuve apuntada a unos cursos y también a clases de inglés pero los días pasaban
y no conseguía que me llamasen de ningún sitio a los que había ido.
De hecho, algunas
empresas a las que llamaba no quisieron ni hacerme la entrevista de trabajo y
las que accedieron a ello no volvieron a llamarme.
Al principio pensé que
sería cuestión de tiempo pero pasados estos seis meses de buscar trabajo y no
encontrarlo decidí probar suerte en otro país.
He de reconocer que al
principio me costó mucho tomar la decisión porque era difícil empezar una vida
nueva en un país que apenas conocía, lejos de la gente a la que quería y sin
mucho dinero ahorrado. Pero bueno, la decisión estaba tomada y me decidí a
comprar el billete de avión. Salía en una semana. Tenía el tiempo suficiente
para despedirme y para organizar todas las cosas que quería llevarme.
La noche de antes me
costó dormir porque no sabía qué me iba a esperar allí. Tampoco era seguro que
allí fuese a encontrar trabajo.
Sonó el despertador.
Desayuné y me fui al aeropuerto. Me senté en una silla de la sala de espera
porque el avión se había retrasado y de repente me empezó a sonar el teléfono.
Era una empresa a la que había estado insistiendo hace un par de meses. Mi
perfil encajaba con el tipo de persona que estaban buscando.
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