Jacobo Herrero (Un indidicio de esperanza)



UN INDICIO DE ESPERANZA

El sonido del teléfono de la sala del cuarto de espera me saca de mis pensamientos. Hacía ya dos semanas del trágico accidente que había mantenido a dos familias en jaque. Sobre todo, estos días tenía muy presente todos los inolvidables momentos que habíamos vivido juntos Rafa y yo. Desgraciadamente en los últimos años nos habíamos ido distanciando, simplemente por no tener tiempo para quedar y recordar viejos tiempos. Justo ese tiempo que hoy, tercer día que venía al hospital a visitarle, me sobraba.

Para mí de algún modo Rafa ya había muerto. Me parecía más realista hacerme a la idea y afrontarlo que mantener falsas esperanzas y sumirme en una condenada desesperación al ver como cada día seguía postrado en la cama del hospital en coma, con un 80% de posibilidades de morir según los médicos. Lo peor de todo eso era la impotencia que sentía al darme cuenta de que la salvación de Rafa estaba fuera del alcance de mis manos. Su familia también vivía una noche oscura, muy oscura de la que salían ocasionalmente al rezar para que su hijo viviera.

Me levanto de la silla de la sala de espera. Ya son las once, es decir la hora de las visitas. Subo lentamente las escaleras, dejando arrastrar pesadamente mis pies. Estas visitas en vez de ayudarme lo único que hacen es entristecerme y deprimirme más. De hecho, los días que había venido a visitar a Rafa, había cogido la misma línea de metro en la que le dio el paro cardiaco, por lo tanto, era constante el recuerdo de aquel fatídico día en cada uno de estos trayectos,

Finalmente llego a la habitación 304. Llamo la puerta, y entro en la estancia. La habitación está sumida en la penumbra, y reina un silencio sobrecogedor, interrumpido únicamente por la respiración de rafa y el pitido de la máquina que certifica que sigue vivo.

Hay alguien sentado una silla, al lado de la cama en la que reposa Rafa. Se levanta y me saluda. Se trata de José, el padre de Rafa. Tiene marcada la cara por las arrugas de cansancio y preocupación. Su aspecto de no haber dormido en varios días me hace preguntarme cómo puede seguir albergando esperanzas cuando no las hay.

-          Siéntate-me indica con un ademán de mano.

Yo obedezco, y no digo nada. A veces un silencio vale más que mil palabras.
Permanecemos así diez minutos hasta que inesperadamente José me dice:

-          Hemos decidido desconectarle
Le miro impasible, y en el fondo de mí, albergo dos sentimientos totalmente contradictorios. José acaba de confirmar mi mayor temor; pero por otro lado me alegro porque Rafa descansase por fin

Me acerco a José y le doy un reconfortante abrazo.

Veinte minutos después salgo conmocionado del hospital. Escribo a mis padres contándoles la decisión de los padres de Rafa.

Estoy tan centrado en mis pensamientos que me tropiezo con una niña que corre por el jardín del hospital con tan mala fortuna que la tiro al suelo

-          Lo siento ¿estás bien? - la pregunto mientras me inclino para ayudarla a levantarse.

-          No pasa nada- me responde emocionada- corría porque ¡por fin le van a dar el alta a mi hermano!


-          ¡Qué bien! -Exclamo risueño ¡Disfruta del momento!

Sin embargo, la niña se había ido corriendo en dirección al hospital, embriagada por la posibilidad de volver a casa con su hermano sano y salvo.

De repente soy consciente de que sigo llevando los bombones que en teoría iba a entregar al padre de Rafa, y me apresuro a entrar al hospital y subir las escaleras de dos en dos para entregárselos cuanto antes. Cuando llego a la primera planta empiezo a oír sollozos de una niña pequeña. Se trata de la chica con la que me había tropezado antes, y me acerco a averiguar qué le pasa. Ella se lanza a mis brazos y me cuenta que su hermano había recaído según sus padres y que tenía metástasis por el cáncer de páncreas. Cuanto mal hay en el mundo-pienso amargamente. La pido que me lleve a visitar a su hermano, y ya en su cuarto oigo al médico confirmar su estado de salud fatídico.

 Después de despedirme de la niña, que se llamaba Teresa, y prometerla que todo iba a salir bien, sabiendo en el fondo que la estaba alimentando con una falsa ilusión; me vuelvo a casa. Ya por la noche, reflexiono sobre lo que me había pasado en el hospital. El hermano de Teresa y Rafa estaban prácticamente con un pie en la otra vida. Yo ya había acabado asumiendo lo inevitable, pero no dejaría que esa pobre niña lo pasase mal.


Quedaba una semana para que desconectaran a Rafa, y en esos días me propuse a pasarlos con Teresa en vez de visitar a Rafa e intentar animarla. Pese a que los primeros días seguía muy triste, al cabo de un par de días comenzó a animarse e incluso comenzaba a albergar esperanzas de que su hermano se salvaría. Durante todos esos días llegué a apreciar de veras a Teresa; y cuando la veía en el hospital y me contaba que había visto en la tele el testimonio de chicos con cáncer que habían llegado a superarlo, yo solo podía sonreír amargamente recordando las palabras del médico y animarla a seguir cultivando esperanzas. Aunque muchas veces había hecho acopio de valor para intentar ponerla los pies en la tierra; nunca lo había hecho, pues la apreciaba demasiado y no quería ver como se marchitaba.


Un día de los tantos que pasaba con ella me pregunta por Rafa. Que, si estaba bien, que, si se curaría, que porque se pasaba el día durmiendo…. Yo me negaba a mentirla acerca de Rafa, así que le conté que le quedaban pocos días de vida. Ella debió de percibir resignación en mi voz, por lo que me abrazó y me aseguró que Rafa se iba a poner bien. En contra de mi voluntad, rompí a llorar

Al día siguiente, cuando quedaban dos días para que yo perdiese a Rafa definitivamente, decidí ir a visitarle en vez de pasar el tiempo con Teresa. Entré en la sala con vigor, y pese a que su familia entera estaba consternada, consolándose unos a otros, descubrí que ahora pensaba en Rafa como un amigo que estaba luchando por su vida, no como alguien que estuviese más muerto que vivo. Decidí intentar transmitir esa sensación al resto de su familia, y aunque muchos seguían desesperanzados, sentí que varios miraban a Rafa de una manera distinta; no como si fuese un muerto, sino como si viesen a una persona totalmente nueva; por lo que di por concluida mi labor, y después de despedirme de ellos, abandoné la sala.

El día de la desconexión de Rafa, llegué al hospital muy nervioso. Mi familia se siente como si estuviese yendo a un funeral, pero yo no. Gracias a Teresa, vengo al hospital no para despedir a mi amigo, sino con la esperanza verle y charlar con él. No sé qué espero. ¿Un milagro? Tal vez.

Estamos todos los seres queridos de Rafa esperando a la fatídica hora en la que vendrá el médico a desconectarle. Las mujeres ya preparan sus pañuelos y los hombres se van acercando a José para ser los primeros en darle el pésame. Sin embargo, yo confío en Rafa y sé que no me va a defraudar. No se rendirá tan fácilmente.

Me acerco a la cama, le sujeto la mano y se la aprieto ante la desesperada mirada de su madre, que no tiene más lágrimas para llorar. Mientras le sujeto la mano le miro la cara esperando una reacción; pero nada. Me doy la vuelta, sintiendo como el mundo se cae encima de mí cuando de repente oigo una respiración forzada. Miro a Rafa, y ante la incrédula mirada de su familia, sus amigos y los médicos, Rafa sale del coma.

Dos semanas después, estoy sentado con Rafa en nuestro banco preferido, viendo al sol ponerse.

-          Y pensar que fuiste el único en seguir creyendo en mi hasta el final…nunca podré agradecértelo lo suficiente

Sonrío, y le digo, sabiendo que el Rafa ya conoce la historia de Teresa

-          Nunca infravalores la esperanza y la fuerza de voluntad de una niña

Los dos nos levantamos, y comenzamos a caminar lentamente al hospital en el que Rafa volvió a la vida, a visitar al hermano de Teresa para construir una nueva esperanza.

Jacobo Herrero 1ºA 3 de Marzo 2016


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