Borja Pavón (El juego de la bolsa)



EL JUEGO DE LA BOLSA

En 1922 tenía 2.500 dólares ahorrados tras haber estado guardando una parte de mi sueldo durante los últimos 4 años. Como no sabía qué hacer con ellos, unos días atrás escuche a mi jefe hablar de la bolsa, y de la compra de acciones, así que como a mi jefe no le parecía ir por mal camino en este mundillo de la bolsa, decidí comprar acciones de Ford, las cuales en su momento solo costaban entre 5 y 10 dólares.

Tras dos años de espera y continuo ascenso del valor de mis acciones, alcanzaron los 12.000 dólares entre todas las acciones que compré. Había conseguido duplicar, triplicar, y hasta cuadruplicar lo que costaban.

Con la constante subida, ¿quién iba a pensar en vender las acciones, pudiendo comprar más y esperar a que el precio de estas suba como con las anteriores? Por lo que decidí comprar más acciones, no recuerdo ni de qué empresa, no necesitaba saberlo, no necesitaba un asesor financiero. ¿Quién iba a necesitarlo? Si simplemente podía cerrar mis ojos y poner el dedo sobre cualquiera de las acciones del tablón, y para cuando abriese los ojos ya habría duplicado mi dinero.

Esta vez no tenía dinero ahorrado, pero eso no era problema, no tenía más que ir al banco. Una vez allí, depositaba como garantía parte de las acciones de las que ya disponía, y así poder recibir un crédito de 7.000 dólares.

Para 1927, todas las acciones que tenía se encontraban por encima de los 50.000 dólares de valor, por lo que decidí no gastar más de lo que fuese necesario para pagar los intereses de todos mis préstamos, y así poder seguir aprovechándome de esta situación de alza en la bolsa.

Decidí comprarme un coche, ya todo el mundo poseía uno, y una casa grande para toda mi familia hipotecada, con nuevas tecnologías como el aspirador y el lavavajillas. Continué haciendo inversiones en bolsas, siempre con el dinero obtenido por préstamos. A diferencia de muchos de mis compañeros de trabajo, no dejé mi puesto para dedicarme por completo a la inversión. Su sueldo en comparación con lo que llegaban a ganar en bolsa eran una simple calderilla.

En 1928, poseía más de 200.000 dólares en valor de acciones, pero como la cantidad de dividendos que recibía era baja, tuvo que pagar préstamos a partir de mi sueldo. A comienzos del año 1928, mis acciones llegaran a tener un valor de 325.000 dólares, pero el banco ya no aceptaba más acciones como garantía, así que necesitaba dinero urgentemente para pagar el coche, la hipoteca de mi casa y demás intereses de préstamos.

No me quedó otra que comenzar a vender mis acciones, pero esta misma solución pensé yo, la pensaron millones y millones de personas. Hasta entonces no había nadie pensado en vender, lógicamente, para qué vender tu acción que vale 40 dólares, cuando mañana se podrá vender por 75. La gente solo se dedicaba a comprar.

Pero hoy, el 24 de octubre de 1929, 8 millones de personas han decidido vender sus acciones, casi más de 13 millones de acciones sin un comprador al que vendérselas, todas ellas, a un precio menor del que valían solo unos pocos días atrás.

Un gran número de personas se avalancha alrededor de la Bolsa. Tal es la situación que la policía ha tenido que desalojar el salón de la bolsa. Hasta ahora solo he podido recuperar 2.500 dólares, la misma cantidad con la que empecé. He tenido que revender mi coche, vender mi casa por una cantidad mísera, y la empresa en la que trabajo quebró ayer.

Desde el balcón de esta ventana en la que me encuentro, no me queda otra que decir adiós.


Borja Pavón López, 1ºB, nº14

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