Ana Martínez (La tristeza de un adiós)



LA TRISTEZA DE UN ADIÓS

Hola abuelo, soy Anita. Te escribo porque mamá me ha dicho que tengo que hacerlo porque te has ido. ¿Ir a dónde? ¿Qué ha pasado? No entiendo nada. Empecemos por el principio:

Es el cumpleaños de la abuela  y se supone que íbamos a cenar todos como siempre. Pero de repente todo ha cambiado.

Son las 9 de la mañana del 19 de junio de 2008, me acabo de levantar para desayunar, vestirme e ir al colegio. Mientras mi papá me prepara el desayuno, yo me lavo la cara y voy a darle un beso a mamá que se estará duchando. Salgo corriendo hacia su baño para darle una sorpresa, pero algo pasa, ¿y mamá? ¿Dónde está mamá? No está. Voy a la cocina rápido para decirle a papá que dónde está mamá, que ella nunca se va sin decirme adiós. Entonces noto algo raro, muy raro; mi padre se calla y no sabe que responder, cosa muy extraña en él. Le sigo insistiendo,  pero me doy cuenta de que no me va a decir la verdad porque algo va mal , y como yo imaginaba, me cuenta que mamá hoy ha entrado antes al trabajo. Que mentira…

Bueno no sé a lo mejor es verdad, pienso. Así que sin más que hacer, me siento a desayunar, me visto y me voy al colegio. Por el camino, mi padre se despide de mí para ir en dirección al garaje y yo subo a clase. Sigo pensando que algo me están ocultando, pero no tengo cómo averiguarlo, así que desisto. Entro en clase, me siento y la mañana transcurre como otra cualquiera.

A la una y veinte llego a mi casa para comer con mi hermano, los dos tenemos clase por la tarde; así que como y me voy de vuelta al colegio.  Ya se me ha olvidado que mamá tampoco me había llamado a la hora de comer para preguntarme qué tal la mañana, que raro; pero bueno ya no puedo hacer nada. Las clases de por la tarde se hacen pesadas, ¡qué sueño!                                                                                                                          Ya son las 5, salgo de clase y ahí está Dani, mi cuidadora esperándome con el zumo y la mochila para que yo me vaya a gimnasia rítmica. Todo transcurre como siempre, hasta que otra vez, son las seis menos cinco y mi padre no ha aparecido para verme en la clase, siempre lo hace aunque sea cinco minutos, siempre está.


Total, a las 6 y cuarto llego a mi casa y me pongo a hacer deberes hasta la cena que llegan mis padres y Dani se va a dormir. Sobre las 11 la puerta se abre, ¡qué bien, ya están aquí! Voy corriendo y solo está mi padre, así que me armo de valor (con 8 años) y le digo a mi padre que me explique qué es lo que le pasa a mamá y por qué solo yo no lo sé. Para mi sorpresa, mi padre se cambia de ropa, se sienta en la cocina y me lo cuenta todo. Allá va:

Cuqui -me dice. Mamá no está porque el abuelo se ha ido al cielo y está organizando todo; no vendrá hasta tarde.                                                                                             ¡¿Qué?! No entiendo nada. Mi abuelo se había operado hace dos días y había salido todo bien, pero si yo le fui a ver a casa y estaba como un niño.                                    ¿Qué es lo que ha pasado? - le pregunto.                                                                                - Mamá se levantó a las 3 de la mañana porque la abuela la llamó, diciendo que el abuelo estaba mal y necesitaba que fuera. Así que ella se vistió y fue para allá; por eso no estaba esta mañana. Fue lo último que supe hasta que me llamó a las 6 diciéndome que el abuelo se había ido al cielo y esta tarde hemos estado en el entierro.

La verdad, no sabía qué hacer. Siempre vi el tema de la muerte de mis abuelos muy lejos, es verdad que el padre de mi padre ya había fallecido; pero eso era distinto porque no le llegué a conocer.                                                                                                 Cuando mi padre me lo dijo, me puse a llorar, era algo que no me esperaba y encima ya le habían enterrado; todo había sido muy rápido. Solo quería que volviera mi madre y darle un abrazo.

Me fui a la cama, pero cuando vino mi madre, no sé cómo, me desperté  y la fui a ver.  Eso sí que fue una mala idea, la vi más triste que nunca y además llorando, cosa que nunca había hecho delante de mí. Lo único que hice fue darle un abrazo y un beso y me volví a dormir.                                                                                                              A la mañana siguiente, mamá estaba más tranquila y ya me lo contó todo.                     Aunque intentaba aparentar que no estaba mal, yo se lo notaba y sabía qué; al igual que yo, ella también iba a echar mucho de menos al abuelo.

No me acuerdo muy bien cómo, pero sé que me dijo que el funeral de mi abuelo era el viernes  y que le haría mucha ilusión que yo leyese.                                                ¡Madre mía!- pensé. Con el pánico que le tengo yo a leer en público…..pero tenía que hacerlo aunque fuera solo por mi abuelo y por ella.

Era una enana y todavía no sé cómo me salió algo parecido a esta carta:


“Hola abuelo, soy Anita. Te escribo porque mamá me ha dicho que tengo que hacerlo porque te has ido. ¿Ir a dónde? ¿Qué ha pasado? No entiendo nada. Sé que estás en el cielo porque no paran de repetírmelo y además la abuela está segura y si ella lo está, yo también. Solo te quería decir abuelo, que te voy a echar muchísimo de menos, voy a echar de menos tus historias, tus viajes y tu compañía. Voy a echar de menos verte cuando vaya a dormir a tu casa o que no estés en todas las comidas familiares intentando convencerme de que sea del Atlético o discutiendo con mamá cada dos por tres.

Tengo muy buenos recuerdos nuestros que nunca voy a olvidar. ¿O es que no te acuerdas de cuándo no llegaba a un cumpleaños y pinchamos una rueda del coche?, así que me puse a llorar porque ya sí que no llegaba a la celebración, que era en el cine. Entonces sin pensártelo dos veces, solo por mí, dejaste el coche tirado y nos fuimos los tres corriendo por la calle para llegar a tiempo .Y llegué, que no se diga que no nos hicimos una buena carrera.                                                                                                            

Tampoco te puedes olvidar abuelo, de lo enfadada que estaba todos mis cumpleaños porque claro, también era tu cumpleaños y me fastidiaba muchísimo no tener el protagonismo en las comidas familiares y encima siempre llegaba tarde a mis propios cumpleaños porque comíamos muy lento con todos. Que rabia me daba de verdad. Siempre deseaba haber nacido en otro día, y ahora fíjate abuelo, como es la vida, que no hay cosa que vaya a echar más de menos en mi cumpleaños que a ti. Ya si que no vas a estar y no te voy a poder echar la culpa de que llegue tarde ni tampoco voy a tener que dar un regalo a nadie, pero lo más triste es que ahora voy  a tener que soplar las velas sola porque no vas a estar. Ojalá hubiera aprovechado más cada cumpleaños contigo y me hubiera quejado menos, pero ya es tarde.

Siempre vas a estar en mi corazón abuelo y nunca voy a olvidarte. Cuídanos a todos desde ahí arriba y si puedes respóndeme y dime si hay o no hay televisiones en el cielo, que aquí abajo Juli y yo no encontramos respuesta.

Te quiero abuelo. Descansa en paz y no te olvides de mí porque nos volveremos a ver.”

Ana Martínez Iglesias. 1ºBachillerato A. 13/11/2016

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