Ángela Montejano (El último acto)



EL ÚLTIMO ACTO

Unas delicadas manos me abren para leer una vez más la historia que tantas veces narré pero que de mil y un maneras fue sentida.

El suave bamboleo del metro me mece como tantas veces sus manos lo hicieron. Esas manos que descubrieron mi historia, y con ella, mis más oscuros secretos.

Nací sin nombre, el cuál más tarde sería descubierto por aquellos empeñados en bucear hasta lo más hondo de mi ser.

Pero mi nombre jamás tuvo importancia, fue mi historia la que embaucó a las miles de personas que carecían de alma y robaron la mía.

Recuerdo estar una vez enamorado. No sé si realmente fue por el deseo de tener a alguien que no me pertenece o porque de verdad lo estaba. Decidí dejarme  llevar por el deseo carnal que suscitaba su amor. Era un amor ilícito, pero ante la idea de poseerla se desataban mis pasiones y puse todo cuanto tuve al servicio de mis egoístas deseos. Llegué a tal  punto extremo de desesperación del que solo la vieja esa pudo sacarme.

Qué difícil se me hizo despojarme de la protección con la que guardaban sus progenitores a ese gran tesoro porque, que nunca se diga que no tuve que llegar a lo alto de esa torre para poder alcanzar su buscada y ansiosa perfección y pureza, que me llamaban a gritos engañados. Claro, en plena época medieval las mejores virtudes estaban encerradas bajo llave y no bastaba con que el amor fuese mutuo. Era más difícil aún; se tenía en cuenta la honra ¡Oh, dichosa honra! Y una vez seducido, los medios de comunicación eran injustamente traicioneros, ya que por medio se interponía el beneficio y la avaricia. Vivíamos atormentados bajo el poder del pecado y el desenlace que podía provocar en nosotros mismos.
Mis dos mejores criados acabaron encerrados por el gozo de la codicia y quién me diría que esa codicia fue la misma que me cegó a mí al conseguir alcanzar mi más ansioso deseo por el cual quedé totalmente ciego.

En mi nacimiento viví momentos duros, muy duros. Sólo muy pocos podían entenderme y tener la capacidad de ello.  No fui capaz de transmitir el mensaje de lo que fue la pasión, la insensatez y la perdición. Sólo el que estaba detrás de mis ignorados versos acrósticos supo conocer mi identidad hasta mi más profundo pensamiento.

Pero como todo en la vida, hay momentos de subidas y bajadas. Y yo conseguí llegar a MI momento. Deseado momento.

Periodos inhumanos de guerra pasé refugiado bajo míseras sábanas que apenas figuraban “hogar” para las personas que luchaban por su patria. En busca de un recuerdo, una excitación o de hurgar en el fondo de sus almas hasta volver a sentir lo que significaba amar, leían mis más desestimables entrelíneas con la mayor expectación que he podido tener jamás.

Cuantiosas transcripciones a distintos idiomas y dialectos del mundo ¡Mundialmente conocida! Y cuantiosas editoriales han pasado por mis versos apoderándose de algo que ellos nunca habían logrado escribir.

He llegado a ser recitada en grandes teatros del mundo y galardonada con numerosos premios que consiguieron rejuvenecer hasta mi pensamiento más vejestorio. He llegado a ser interpretada por grandes actores de hoy en día que consiguieron hacer real mi historia y mis principales personajes.

Enamoré a enamorados con mis versos, conquisté corazones con mi labia, pero no sólo eso, embrujé mentes prodigiosas para conseguir que perdurase  mi nombre a lo largo de la historia.

Pero algo me falla, y no creo que solo a mí. Cada vez mis páginas son palpadas por menos personas, y cogidas con menos entusiasmo. Voy perdiendo poder en la lectura y gano en la aversión de los jóvenes adolescentes que únicamente me estudian para aprobar, no para conocer mi fondo. Cada vez chirrío más, y me cuidan menos. Cada vez soy más aburrida.

Pero no creo que sea mi culpa, al contrario, yo no cambio. Los libros no cambiamos. Pero sí las personas. Cambia el modo de ver la vida y de vivir las pasiones, el modo de decir las cosas y de actuar. Cambian las ganas, los valores, la moral. La humanidad evoluciona tecnológicamente, y yo me estoy quedando atrás.





ÁNGELA MONTEJANO IZQUIERDO, 1ºA, 21

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