Nos
costó desperezarnos después del pesado viaje del día anterior. Aburrimiento y
tedio en el acostumbrado atasco de la Nacional 1, como es natural, en la
víspera de un largo puente. Serpenteante fila de coches con una larga hilera de
luces, camino hacia unos prometedores días de descanso y huida de lo cotidiano en
nuestro rinconcito de la Sierra.
Era
una bonita y gélida mañana de otoño y el sol empezaba a calentar y ofrecía una
bonita luz plata reflejada en cualquier objeto sin ningún pudor. Mi padre ya levantado desde muy temprano, regresó
a casa con unos sabrosos dulces que nos darían en el desayuno las fuerzas
suficientes para el día que nos esperaba. Harinados, tortas de manteca,
rosquillas y roscos, rematados por unas hogazas de pan y tortas de aceite que
convenientemente acompañadas de ricas viandas, nos acompañarían durante nuestra
excursión por el Monte en busca de boletus y setas.
Después
de coger fuerzas, y abrigarnos convenientemente (nunca lo suficiente según mi
madre) nos dispusimos los 4 miembros de mi familia - papá, mamá, mi hermana
pequeña y yo- a recoger en la “cochera” los elementos necesarios para pasar
nuestro día en la naturaleza; cestas de mimbre, navajas recolectoras, bastones
y calzado adecuado.
Mal
empezó el día…, nuestro coche destinado a las excursiones en el campo, tras más
de tres semanas sin ser utilizado, se quejaba en cada intento que hacía papá
para ponerlo en macha. Al final hubo que
arrancarlo “a empujón”, lo que no dejo de tener su “gracia”, aunque solo fuera
por ver a mi hermana y mi madre empujando para que arrancara.
Por
fin nos pusimos en marcha y el cielo anunciaba malos augurios, porque poco a
poco se iba oscureciendo. Seguimos nuestro camino caracoleando, disfrutando de
un paisaje que parecía sacado de la paleta de un pintor. Los colores en otoño siempre
me han impresionado; verdes, ocres, rojos, marrones.., que iluminados con la
luz, hacen un paisaje indescriptible.
Todos
íbamos en silencio en el coche, cuando de repente mi padre pegó un brusco
frenazo que nos sacudió a todos. El espectáculo que discurrió ante nosotros era
muy bonito, ya que delante de nuestro coche pasaron seis o siete corzos
corriendo con algún que otro cervatillo y todo se llenó de naturaleza y
belleza.
Continuamos
con nuestro viaje, acompañados por muy negros nubarrones, pero contentos por
los corzos que habíamos contemplado y comentando sobre el suceso.
Por
fin llegamos y nos dispusimos a buscar los boletus y setas por un paisaje que
parecía sacado de un cuento… Era lo único positivo, porque del preciado tesoro
que buscábamos ni rastro. Sólo mi hermana, y verdaderamente por pura
casualidad, encontró dos hermosas setas, ante el regocijo de todos los acompañantes,
para “auto animarnos” en lo que parecía una empresa imposible.
Las
figuras de los componentes de nuestra expedición, con su variado colorido,
contrastaban con los colores del monte y poco a poco todo se iba oscureciendo
hasta que empezó a llover. Lo que en principio era un hilito de lluvia, se
convirtió en fuertes algarazos de agua y viento. Empapados y cansados nos
dispusimos a buscar una vieja cabaña de pastores que había en el bosque, para
resguardarnos de la lluvia.
Por
fin la encontramos, pero al irnos acercándonos vimos figuras inquietantes que
transitaban en su interior con mucha algarabía; pero nuestro frío y humedad
ganaron a nuestro miedo y al abrir la puerta de la cabaña, un gran número de
corzos salieron disparados de ella, presos del miedo.
Entramos
en silencio y observamos una leve figura reflejada en las sombras de la cabaña.
Se trataba de un pequeño cervatillo que no tendría más de 7 días y que no había
tenido la fuerza suficiente para huir. Estaba asustado y temblando de frio. Mi
hermana se acercó a él y después de unos instantes se dejó acariciar.
Hicimos
lumbre y entramos todos en calor, incluido el cervatillo, al que le dimos un
platito de leche para que cogiera fuerzas. Cuando todo estaba tranquilo y nos
disponíamos a dar buena cuenta de nuestra comida, la puerta de la cabaña
chirrió y se abrió, apareciendo una figura majestuosa con una inmensa
cornamenta.
Todos
permanecimos en silencio y solo se oyeron las patitas del cervatillo caminando
hacia la puerta… Al juntarse con el imponente ciervo, miró hacia atrás...; comenzaron
a correr y se perdieron por el bosque.
La
lluvia había cesado y mi hermana rápidamente, saltó y corrió tras de ellos
perdiéndose también por el bosque… De repente, oímos un sonido ensordecedor. Era
mi hermana que comenzó a gritar.
Todos
corrimos hacia allí y la vimos tendida en el suelo con cara de felicidad. “He
estado siguiendo a los ciervos, y me han traído hasta aquí…”
Ante
nuestros ojos, se presentaba una imagen difícil de describir, “La más inmensa
pradera jamás vista, llena de boletus y setas que puedas imaginar”. Ellos nos
habían llevado hasta “nuestro tesoro”.
Por
supuesto, no desvelamos en el pueblo, dónde habíamos realizado tan espectacular
recolección ni el modo en el que la encontramos…; lo que sí es seguro es que
todas las gentes del lugar, recuerdan nuestra “Recolección de Hongos” como la
mayor de toda la Zona y una verdadera hazaña.
Carlos
Colín Ponce
1ºB
Bach, escrito a día 13 de noviembre de 2016
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