Enrique Merás (El último adiós)



EL ÚLTIMO ADIÓS

Todavía recuerdo aquellos infernales años después de la guerra, hacia 1921. Fueron los peores años económicos que mi familia y mi país sufrieron. Mi familia apenas podía pagar la comida suficiente para alimentarnos los cuatro. Había veces que con suerte comíamos tres veces al día. Mi padre trabajaba todo lo que podía, día y noche, apenas lo veíamos, era empleado en una fábrica de electrodomésticos. Todas esas horas que mi padre sacrificaba trabajando sin descanso solo servían para traer a casa unos cuantos montones de billetes que en realidad tenían un valor casi nulo. La situación que sufría mi familia también se daba en otras múltiples familias alemanas, jamás habíamos tenido que pasar por una época tan dura. Los niños ya no jugábamos con juguetes sino con fajos de billetes porque estaban tan desvalorizados que era más valioso un juguete que una montaña de billetes. Recuerdo andar por la calle y oír como la gente gritaba “¡La hiperinflación sigue subiendo!”. Yo no tenía muy claro lo que aquello significaba porque solo tenía 14 años y asistía a la escuela cuando no era necesaria mi ayuda en casa, por lo que mis conocimientos eran muy escasos.

La vida de mi madre era muy rutinaria. Se levantaba a las nueve todos los días y mi hermano y yo la ayudábamos a limpiar la casa. A las once salía de casa con mucha prisa hacia la oficina de mi padre, para recoger el primer sueldo que mi padre recibía del día. Acto seguido mi padre que tenía media hora libre después de recibir su sueldo, iba con mi madre a hacer la poca compra que podían con ese dinero porque los precios subían tan rápido que cada hora contaba. Ya no recuerdo la última vez que vi una moneda, ahora todo se hacía en papel.  Nuestra situación era realmente caótica y a todo esto se sumó la grave enfermedad de mi hermano pequeño, los médicos le diagnosticaron cáncer, pero no se lo pudieron curar porque estaba demasiado desarrollado y a los dos meses falleció. La muerte de mi hermano causó una gran crisis familiar. El estrés y la tristeza de la gente se podía notar en el aire. Las noticias nos seguían llegando y Francia pedía de forma reiterada los pagos para las reparaciones de la guerra. El problema era que no teníamos el dinero exigido.

Mis padres, sin esperanzas en un futuro próspero en Alemania decidieron mandarme fuera del país, a Dinamarca. Fueron unos días muy tristes y después de aquella amarga despedida en el tren, en 1922, no volví a saber nada más de mis padres.

Tuve mucha suerte cuando llegué a Dinamarca porque a pesar de ser alemán una familia me acogió al año de estar en un internado. Me dieron un techo, comida, educación y la atención familiar que necesitaba.  Ya han pasado 16 años de aquel fatídico día en el que di un adiós definitivo a mi familia. Ahora por suerte la vida me sonríe y a mis 30 años tengo dos hijos con la mujer que amo, y dos personas maravillosas que me criaron como si fuera su hijo. Mi único deseo es que mis padres hubieran sabido que a pesar de haber tomado probablemente la decisión más dura de su vida, fue la más acertada.

Enrique Merás Trigueros  1ºA   18/11/2016

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