Francisco Montabes (Splash)



SPLASH:

Nunca, nunca en mi vida me había sentido así, miraba a Dana y la veía feliz, sonreía, nunca la había visto de tal manera, me sentía libre, lejos de las barbaridades de Ámsterdam, libre.

Hacía frío, habíamos llevado la misma ropa durante meses, me sentía sucio, y se me hacía pesado tener que oler tan mal, lo habíamos pasado fatal, viendo edificios derrumbarse, a los padres llorar, a los niños gritar, habíamos sentido miedo, como si fuese el fin del mundo.

Pero yo me sentía libre, aunque no lo fuese, me sentía libre, llegamos a una casa flotante en el canal Lisse, y en la puerta estaba un hombre, sentado, esperándonos, y con él, un perro.

La casa flotante no era muy grande, era larga con dos o tres ventanas, y algo cutre, pero en ese momento me sentía como si estuviese en un gran hotel, el hombre se llamaba Bernard, era rubio, pálido, con unos grandes ojos azules, y muy alto, altísimo, juraría que desde entonces no he visto a una persona que me diese tanta impresión como él, siempre con la misma cara, estuviese contento, triste, agobiado… Sin embargo, aunque diese mucho miedo, él nos hizo un tremendo favor, y desde que nos ofreció acomodarnos en su casa, le estaré eternamente agradecido.

Cuando entramos en la casa Bernard nos dijo: “Si el perro ladra, tiraros al canal por la ventana, meteros debajo de la casa y no habléis”, pero el perro no ladraba nunca. Una semana después Albert salió a por comida y el perro, como loco, se puso a ladrar, corriendo, nos tiramos al agua, Albert volvió y nos dijo que no había de que preocuparse asique decidimos meternos en la casa.

El perro no se callaba por mucho que Albert le tranquilizase, mire a Dana, que estaba mirando por la ventana, asustada, con los ojos como platos, a lo lejos se podían apreciar dos figuras, dos hombres, ¡eran oficiales! Nos volvimos a tirar al agua y nos metimos debajo de la casa flotante, otra vez. Desde abajo podíamos oír sus pisadas, pero no exactamente lo que decían, cuatro o cinco minutos estuvimos esperando, mojados, helándonos del frío, cuando ya por fin no podíamos oír sus pisadas, decidimos salir, nos dijo Albert que no pasaba nada, solo eran oficiales que preguntaban por direcciones, para saber cómo ir a la casa de un hombre, que él creía que escondía a una familia de judíos.

Al día siguiente nos prohibió dormir en la casa, y nos proporcionó un pequeño bote de madera y una cabaña en donde dormir situada encima de una isleta, esa misma noche nos dirigimos a la isla, teníamos mucho miedo, no podíamos ver nada, cuando de repente oímos: “splash, splash” como si cayesen rocas en el agua, me dijo Dana: “nos han encontrado, necesitamos llegar cuanto antes a la isleta” sentía como un tremendo calor instantáneo me abrasaba el cuerpo, y empecé a remar más rápido, cada vez oíamos más fuerte ese extraño sonido.

Llegamos a la isleta, no veíamos nada, Dana estaba alterada, respiraba muy fuerte, y hablaba muy alto, la tranquilice y la mande callar, ahora se oía un chirrido, constante, y continuo, incesante, encontramos la cabaña y nos metimos directamente, sin pensarlo, el chirrido se hacía más fuerte y más potente, buscando en los cajones, Dana encontró unas cerillas, y en el momento en que la encendió, surgió el peor instante de mi vida, había ratas por todas partes, en la cama, en los cajones, en la ventana, entre los tablones de madera, Dana se puso a gritar, yo también, salimos corriendo de la cabaña y decidimos acostarnos en el pequeño bote, aquella noche no dormí si quiera, pensando en si había tocado alguna rata, en si me habían podido transmitir alguna enfermedad.

Al amanecer nos dirigimos a la casa flotante en el bote, estábamos cansados y algo mojados, Albert nos esperaba dentro con un trozo de pan, que era lo que desayunábamos todos los días, nos dijo que había buenas noticias, el imperio Nazi se estaba derrumbando, pero que Hitler había mandado matar a tantos judíos como pudiesen en esos últimos días, era increíble, no nos lo creíamos, estábamos felices, felices como nunca, incluso más felices que cuando llegamos a el canal Lisse, el mejor día de toda mi vida.

Francisco Montabes de la Cruz, 4º F, noviembre de 2016.

Comentarios