SPLASH:
Nunca, nunca en mi vida
me había sentido así, miraba a Dana y la veía feliz, sonreía, nunca la había
visto de tal manera, me sentía libre, lejos de las barbaridades de Ámsterdam,
libre.
Hacía frío, habíamos
llevado la misma ropa durante meses, me sentía sucio, y se me hacía pesado
tener que oler tan mal, lo habíamos pasado fatal, viendo edificios derrumbarse,
a los padres llorar, a los niños gritar, habíamos sentido miedo, como si fuese
el fin del mundo.
Pero yo me sentía
libre, aunque no lo fuese, me sentía libre, llegamos a una casa flotante en el
canal Lisse, y en la puerta estaba un hombre, sentado, esperándonos, y con él,
un perro.
La casa flotante no era
muy grande, era larga con dos o tres ventanas, y algo cutre, pero en ese
momento me sentía como si estuviese en un gran hotel, el hombre se llamaba
Bernard, era rubio, pálido, con unos grandes ojos azules, y muy alto, altísimo,
juraría que desde entonces no he visto a una persona que me diese tanta
impresión como él, siempre con la misma cara, estuviese contento, triste,
agobiado… Sin embargo, aunque diese mucho miedo, él nos hizo un tremendo favor,
y desde que nos ofreció acomodarnos en su casa, le estaré eternamente
agradecido.
Cuando entramos en la
casa Bernard nos dijo: “Si el perro ladra, tiraros al canal por la ventana,
meteros debajo de la casa y no habléis”, pero el perro no ladraba nunca. Una
semana después Albert salió a por comida y el perro, como loco, se puso a
ladrar, corriendo, nos tiramos al agua, Albert volvió y nos dijo que no había
de que preocuparse asique decidimos meternos en la casa.
El perro no se callaba
por mucho que Albert le tranquilizase, mire a Dana, que estaba mirando por la
ventana, asustada, con los ojos como platos, a lo lejos se podían apreciar dos
figuras, dos hombres, ¡eran oficiales! Nos volvimos a tirar al agua y nos
metimos debajo de la casa flotante, otra vez. Desde abajo podíamos oír sus
pisadas, pero no exactamente lo que decían, cuatro o cinco minutos estuvimos
esperando, mojados, helándonos del frío, cuando ya por fin no podíamos oír sus
pisadas, decidimos salir, nos dijo Albert que no pasaba nada, solo eran
oficiales que preguntaban por direcciones, para saber cómo ir a la casa de un
hombre, que él creía que escondía a una familia de judíos.
Al día siguiente nos prohibió
dormir en la casa, y nos proporcionó un pequeño bote de madera y una cabaña en
donde dormir situada encima de una isleta, esa misma noche nos dirigimos a la
isla, teníamos mucho miedo, no podíamos ver nada, cuando de repente oímos:
“splash, splash” como si cayesen rocas en el agua, me dijo Dana: “nos han
encontrado, necesitamos llegar cuanto antes a la isleta” sentía como un
tremendo calor instantáneo me abrasaba el cuerpo, y empecé a remar más rápido,
cada vez oíamos más fuerte ese extraño sonido.
Llegamos a la isleta,
no veíamos nada, Dana estaba alterada, respiraba muy fuerte, y hablaba muy
alto, la tranquilice y la mande callar, ahora se oía un chirrido, constante, y
continuo, incesante, encontramos la cabaña y nos metimos directamente, sin
pensarlo, el chirrido se hacía más fuerte y más potente, buscando en los cajones,
Dana encontró unas cerillas, y en el momento en que la encendió, surgió el peor
instante de mi vida, había ratas por todas partes, en la cama, en los cajones,
en la ventana, entre los tablones de madera, Dana se puso a gritar, yo también,
salimos corriendo de la cabaña y decidimos acostarnos en el pequeño bote,
aquella noche no dormí si quiera, pensando en si había tocado alguna rata, en si
me habían podido transmitir alguna enfermedad.
Al amanecer nos
dirigimos a la casa flotante en el bote, estábamos cansados y algo mojados,
Albert nos esperaba dentro con un trozo de pan, que era lo que desayunábamos
todos los días, nos dijo que había buenas noticias, el imperio Nazi se estaba
derrumbando, pero que Hitler había mandado matar a tantos judíos como pudiesen
en esos últimos días, era increíble, no nos lo creíamos, estábamos felices,
felices como nunca, incluso más felices que cuando llegamos a el canal Lisse, el
mejor día de toda mi vida.
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