Distancia abstracta
Me preparé el desayuno
de siempre, unas tostadas y un café, escaso, para llegar a tiempo al trabajo.
Mi casa estaba vacía,
solo se escuchaba el tictac del reloj y el sonido de la cuchara rebotando en el
vaso de leche con café.
Al acabar el desayuno
me asomé al balcón y pude ver que ya había terminado la construcción del
edificio de en frente, un edificio de apartamentos de 30 pisos que parecía
bastante lujoso.
Ya se estaban mudando
los nuevos inquilinos y propietarios. Todos ellos vivían antes en edificios más
pequeños.
Yo me encerré en mis
pensamientos y dejé pasar el tiempo, ya no escuchaba el tictac del reloj.
Me empecé a dar cuenta
de que cada vez vivimos más cerca físicamente, pero a la vez nos distanciamos
más de las personas.
Cada vez nos parecemos
más. Tenemos los mismos gustos, la misma ropa, la misma marca de teléfono
móvil, las mismas aficiones, la misma apariencia, incluso compartimos coordenadas.
Vivimos unos encima de otros, separados por simples ladrillos que nos hacen
sentir lejos de los demás, en edificios cada vez más altos. Aunque desde un
punto de vista vertical estamos en el mismo sitio.
Nos preocupamos de
compartir aspectos externos y nos olvidamos de lo importante, de compartir lo
más valioso, de compartir el tiempo con los demás. Lo malgastamos todo en nuestro propio
beneficio sin darnos cuenta de que invertir el tiempo en los demás es lo que da
la felicidad.
Queremos llegar a casa
al acabar el trabajo como si ahí estuviera la felicidad, como si fuera un
hogar. Pasar de estar encerrado en una oficina a estar encerrado en una
habitación. Pero no nos damos cuenta de que el verdadero hogar son las
personas, no los sitios. Y a veces nos encerramos tanto en nosotros mismos y en
nuestro trabajo pensando que la felicidad la da el dinero, que no nos damos
cuenta de donde está realmente. Lo que hacemos es actuar como robots: trabajar
y volver a casa. Y perdemos la esencia real de las personas.
De repente desperté de
mis pensamientos. Volví a escuchar el tictac del reloj. Volví a la realidad.
Habían volado los
minutos, daba la sensación de que el tictac había duplicado su velocidad,
llegaba tarde al trabajo y ya era la segunda vez esta semana.
Decidí enviar
un mensaje a mi jefe y decir que estaba enfermo.
Llevaba tanto tiempo sin salir que decidí llamar a un buen amigo que estaba en el paro
para ponernos al día y desconectar del mundo. Y desconectamos.
Jaime Prada
Ramos, 1º BACHILLERATO A, Octubre 2016
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