Jaime Prada (Distancia abstracta)



Distancia abstracta

Desperté aquella mañana de invierno de un día laboral.

Me preparé el desayuno de siempre, unas tostadas y un café, escaso, para llegar a tiempo al trabajo.

Mi casa estaba vacía, solo se escuchaba el tictac del reloj y el sonido de la cuchara rebotando en el vaso de leche con café.

Al acabar el desayuno me asomé al balcón y pude ver que ya había terminado la construcción del edificio de en frente, un edificio de apartamentos de 30 pisos que parecía bastante lujoso.

Ya se estaban mudando los nuevos inquilinos y propietarios. Todos ellos vivían antes en edificios más pequeños.

Yo me encerré en mis pensamientos y dejé pasar el tiempo, ya no escuchaba el tictac del reloj.

Me empecé a dar cuenta de que cada vez vivimos más cerca físicamente, pero a la vez nos distanciamos más de las personas.

Cada vez nos parecemos más. Tenemos los mismos gustos, la misma ropa, la misma marca de teléfono móvil, las mismas aficiones, la misma apariencia, incluso compartimos coordenadas. Vivimos unos encima de otros, separados por simples ladrillos que nos hacen sentir lejos de los demás, en edificios cada vez más altos. Aunque desde un punto de vista vertical estamos en el mismo sitio.

Nos preocupamos de compartir aspectos externos y nos olvidamos de lo importante, de compartir lo más valioso, de compartir el tiempo con los demás.  Lo malgastamos todo en nuestro propio beneficio sin darnos cuenta de que invertir el tiempo en los demás es lo que da la felicidad.

Queremos llegar a casa al acabar el trabajo como si ahí estuviera la felicidad, como si fuera un hogar. Pasar de estar encerrado en una oficina a estar encerrado en una habitación. Pero no nos damos cuenta de que el verdadero hogar son las personas, no los sitios. Y a veces nos encerramos tanto en nosotros mismos y en nuestro trabajo pensando que la felicidad la da el dinero, que no nos damos cuenta de donde está realmente. Lo que hacemos es actuar como robots: trabajar y volver a casa. Y perdemos la esencia real de las personas.

De repente desperté de mis pensamientos. Volví a escuchar el tictac del reloj. Volví a la realidad.

Habían volado los minutos, daba la sensación de que el tictac había duplicado su velocidad, llegaba tarde al trabajo y ya era la segunda vez esta semana.

 Decidí enviar un mensaje a mi jefe y decir que estaba enfermo.
                                                                                                                   
Llevaba tanto  tiempo sin salir que decidí  llamar a un buen amigo que estaba en el paro para ponernos al día y desconectar del mundo. Y desconectamos.


Jaime Prada Ramos, 1º BACHILLERATO A, Octubre 2016

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