Lucas Zarraluqui (Un infierno de trabajo)



UN INFIERNO DE TRABAJO

¿Qué pensaríais si  fuerais la segunda persona más importante de vuestro país y los únicos que quisieran venir a veros fueran indeseables?  Pues lo mío es mucho peor: soy el segundo más importante de la historia de la creación. Tengo la segunda casa más grande del universo, y desde luego, la más divertida. Hay sitios fantásticos para beber, jugar a todo tipo de juegos de azar, hay bellas mujeres, hombres apuestos…y sólo viene a verme lo peor de cada casa. ¡Ya no sé qué hacer!
Todo  empezó con un  equívoco. La verdad es que la gente  no  tiene ningún sentido del humor. Cuando se me acercó aquella chica desnuda, prácticamente desnutrida, lo único que hice fue ofrecerle algo de comer. ¿Cómo iba yo a saber que justo lo que le ofrecí era aquello que no podía comer? ¿Porque estaba a dieta? Pues  no. Por un capricho. Ya me diréis qué tiene de malo una manzanita. Pues ahí empezó  todo. Él no entendió mi generosidad. Y me castigó. Eternamente.
Desde entonces – y empezando  por uno de los hijos de la de la manzanita, un cafre, todo sea dicho – no os creeríais quiénes han venido a verme. ¡En menudas situaciones me he visto! ¿Cómo le  dices a Nerón que no puede prender fuego a la casa en la que vivo porque no es necesario? O por ejemplo, como le quitas el enfado a Atila cundo llegando  a tu casa montado en su caballo y comprueba que si vuelve a crecer la hierba, aunque  sea chamuscada.
En  fin, que  soy un incomprendido. Yo intento hacer las cosas  lo mejor que puedo, pero no me sale. Sin ir más  lejos, mientras escribo estas líneas me ha dicho mi secretaria que tengo en la sala de espera al Conde Drácula con un mosqueo monumental. Parece ser que cada  vez que  intenta morder a alguno de mis invitados por más que chupa no saca nada, y lo único que consigue es agarrarse un globo de narices de tanto aspirar.
La guinda del pastel – lo que seguramente me va a llevar a renunciar al cargo – es lo que  me paso ayer. ¡El colmo! Llaman al timbre, va Pepita a abrir y me anuncia la visita de un grupito que venía a instalarse por tiempo indefinido. Y que traían una lista de exigencias. Le dije que  los hiciera pasar. Y allí me veo a un tal Adolf (bajito, con un bigote  ridículo y un tono de voz desagradabilísimo), rodeado de toda su cuadrilla y blandiendo un papel en la mano. Como podéis imaginaros me arme de paciencia y me dispuse a leer el papelito en cuestión. ¡Increíble! Me pedía, perdón, me exigía, para quedarse a vivir en ¡¡mi casa!! poder matar diariamente a la friolera de 10.000 judíos, 5.000 gitanos, 2.000 homosexuales y todos aquellos que tuvieran alguna deficiencia física. Le eché de mi despacho con cajas destempladas diciéndole que la sección de delincuentes comunes no llegaba ni muchísimo menos a esas cifras y que desde luego, nuestros archivos no recogían ese tipo de filiaciones.
La  verdad  es que al final, sin atender sus exigencias, como es lógico, les he dado toda un ala de mi casa. Invitados tan ilustres no te visitan todos los días, desde luego. Pero estaréis conmigo que con estas compañías ¡¡ESTO ES UN INFIERNO!!.

Lucas Zarraluqui Garcia
Nº 33. 1º B

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