UN
INFIERNO DE TRABAJO
¿Qué pensaríais si fuerais la segunda persona más importante de
vuestro país y los únicos que quisieran venir a veros fueran indeseables? Pues lo mío es mucho peor: soy el segundo más
importante de la historia de la creación. Tengo la segunda casa más grande del
universo, y desde luego, la más divertida. Hay sitios fantásticos para beber,
jugar a todo tipo de juegos de azar, hay bellas mujeres, hombres apuestos…y
sólo viene a verme lo peor de cada casa. ¡Ya no sé qué hacer!
Todo empezó con un
equívoco. La verdad es que la gente
no tiene ningún sentido del
humor. Cuando se me acercó aquella chica desnuda, prácticamente desnutrida, lo
único que hice fue ofrecerle algo de comer. ¿Cómo iba yo a saber que justo lo
que le ofrecí era aquello que no podía comer? ¿Porque estaba a dieta? Pues no. Por un capricho. Ya me diréis qué tiene
de malo una manzanita. Pues ahí empezó
todo. Él no entendió mi generosidad. Y me castigó. Eternamente.
Desde entonces – y
empezando por uno de los hijos de la de
la manzanita, un cafre, todo sea dicho – no os creeríais quiénes han venido a
verme. ¡En menudas situaciones me he visto! ¿Cómo le dices a Nerón que no puede prender fuego a la
casa en la que vivo porque no es necesario? O por ejemplo, como le quitas el
enfado a Atila cundo llegando a tu casa
montado en su caballo y comprueba que si vuelve a crecer la hierba, aunque sea chamuscada.
En fin, que
soy un incomprendido. Yo intento hacer las cosas lo mejor que puedo, pero no me sale. Sin ir más lejos, mientras escribo estas líneas me ha
dicho mi secretaria que tengo en la sala de espera al Conde Drácula con un
mosqueo monumental. Parece ser que cada
vez que intenta morder a alguno
de mis invitados por más que chupa no saca nada, y lo único que consigue es
agarrarse un globo de narices de tanto aspirar.
La guinda del pastel –
lo que seguramente me va a llevar a renunciar al cargo – es lo que me paso ayer. ¡El colmo! Llaman al timbre, va
Pepita a abrir y me anuncia la visita de un grupito que venía a instalarse por
tiempo indefinido. Y que traían una lista de exigencias. Le dije que los hiciera pasar. Y allí me veo a un tal Adolf
(bajito, con un bigote ridículo y un
tono de voz desagradabilísimo), rodeado de toda su cuadrilla y blandiendo un
papel en la mano. Como podéis imaginaros me arme de paciencia y me dispuse a
leer el papelito en cuestión. ¡Increíble! Me pedía, perdón, me exigía, para
quedarse a vivir en ¡¡mi casa!! poder matar diariamente a la friolera de 10.000
judíos, 5.000 gitanos, 2.000 homosexuales y todos aquellos que tuvieran alguna
deficiencia física. Le eché de mi despacho con cajas destempladas diciéndole
que la sección de delincuentes comunes no llegaba ni muchísimo menos a esas
cifras y que desde luego, nuestros archivos no recogían ese tipo de
filiaciones.
La verdad
es que al final, sin atender sus exigencias, como es lógico, les he dado
toda un ala de mi casa. Invitados tan ilustres no te visitan todos los días,
desde luego. Pero estaréis conmigo que con estas compañías ¡¡ESTO ES UN
INFIERNO!!.
Lucas Zarraluqui
Garcia
Nº 33. 1º B
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