Natalia Marcos (Un recuerdo al pasado)



UN RECUERDO AL PASADO

Ochenta y dos años, el número en si puede no parecer mucho si lo comparas con un millón o con dos billones, pero ochenta y dos años de experiencia son bastantes. Los adolescentes de hoy en día han tenido la suerte de haber nacido en esta época, no han tenido que vivir  ninguna guerra mundial ni ninguna guerra civil. Mi nieta viene a visitarme regularmente y no deja el móvil ni un segundo, tiene peleas constantes con sus padres sobre el toque de queda o sobre tener más o menos "fondo de armario". Otros adolescentes se quejan de lo mucho que tienen que estudiar o de la hora a la que tienen que levantarse. Niños del tercer mundo tienen que caminar kilómetros para tener una mínima educación y viven en situaciones deplorables.

Seguro que os imagináis como debe ser vivir una guerra y lo mucho que esta puede afectar a un país, a su economía, a las familias, a las ciudades...etc. Pero, ¿os imagináis lo que es ser judía en mitad de la segunda Guerra Mundial? Yo lo sé, y creerme, no se lo deseo a nadie.

En septiembre de 1939 estallo la segunda guerra mundial, yo tenía 5 años y vivía por entonces en el norte de Francia, en una ciudad llamada Metz. Vivíamos en una casa a las afueras de la ciudad, teníamos una pequeña granja y éramos muy amigos de los vecinos, ellos también eran judíos. Al principio no se notaba el cambio que sufrimos por la guerra, poco a poco iba notando algunos desprecios por parte de mis compañeros de clase, estos desprecios se convirtieron en insultos, a mí me sentaban realmente mal porque no entendía porque no les caía bien por el mero hecho de ser judía. En mi casa les hacía mil preguntas a mis padres sobre el tema de porque nos odiaban, ellos lo único que me respondían era que lo entendería cuando fuera un poco más mayor.

Un año después las tropas alemanas invadieron Francia por lo que mi familia y mis vecinos, decidimos movernos hasta Paris. Durante el camino los adultos estaban especialmente nerviosos, mi amigo Remi y yo no entendíamos lo que ocurría, pero no le dimos mayor importancia. Estuvimos viajando durante 2 semanas, de tren en tren, de camino en camino, de pueblo en pueblo, hasta que decidimos pararnos en una ciudad no muy lejos de Paris. Tengo los recuerdos muy vagos de aquella época pero nunca olvidare aquella noche. Los alemanes entraron en el hotel, dando gritos y pidiendo la documentación a todo el que se les cruzaba. Nuestros padres nos metieron a mi vecino Remi y a mí en el armario y nos dijeron que pasara lo que pasara no hiciéramos ningún ruido. Por la mirilla del armario recuerdo ver a los alemanes entrando en nuestra habitación llevándose a nuestros padres. Remi no pudo contenerse y empezó a llorar, un soldado alemán se acercó y nos descubrió. Recuerdo a mi padre poniéndose muy nervioso y empezando a resistirse a las ordenes alemanas, por lo que uno de los soldados le disparo sin pestañear, el ruido de la pistola pareció perforarme el tímpano, el corazón me iba a mil por hora, no entendía nada de lo que estaba ocurriendo en esa habitación.

Nos metieron en una camioneta, el viaje no duro mucho aunque a mí se me hizo eterno. Finalmente llegamos a un descampado rodeado por unas verjas, nos separaron a las chicas y a los chicos. A mi madre y a mí nos metieron en una habitación en la que nos dieron unos especies de pijamas y nos cortaron el pelo, luego nos llevaron a un edificio más grande con muchas otras mujeres. Tuvimos suerte, los campos de concentración en Francia no tenían nada que ver con los de Alemania o Polonia. Fueron meses difíciles, mi madre un día fue elegida para irse con un grupo de mujeres y nunca volvió. Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y los meses en años.

Aun me sigo preguntando como sobreviví, suerte supongo. Cuando ya tenía 11 años, en 1945 un grupo de soldados británicos nos sacaron a todos de allí. También considero suerte mi reencuentro con Remi, muchas personas no tuvieron la suerte que tuvimos nosotros. Muchas familias francesas adoptaron a los niños huérfanos, Remi y yo no nos separamos nunca, tuvimos una educación, un techo y comida hasta que cumplimos la mayoría de edad.

Decidimos mudarnos a España, nunca nos sentimos del todo a salvo en Francia. Poco después y supongo que gracias al destino y la suerte nos acabamos enamorando y formando una familia. Ahora veo a mi hija y a mi nieta a salvo de todo esto y ajenas a cualquier conflicto. Sé que mi nieta no tiene las mismas preocupaciones que tenía yo a su edad, y no se lo deseo, pero cada vez que la veo le recuerdo lo afortunada que es por tener lo que tiene y por vivir sin miedo.

Natalia Marcos
Noviembre de 2016







                           



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