UN
RECUERDO AL PASADO
Ochenta y dos años, el número en si puede no parecer
mucho si lo comparas con un millón o con dos billones, pero ochenta y dos años
de experiencia son bastantes. Los adolescentes de hoy en día han tenido la
suerte de haber nacido en esta época, no han tenido que vivir ninguna guerra mundial ni ninguna guerra civil.
Mi nieta viene a visitarme regularmente y no deja el móvil ni un segundo, tiene
peleas constantes con sus padres sobre el toque de queda o sobre tener más o
menos "fondo de armario". Otros adolescentes se quejan de lo mucho
que tienen que estudiar o de la hora a la que tienen que levantarse. Niños del
tercer mundo tienen que caminar kilómetros para tener una mínima educación y
viven en situaciones deplorables.
Seguro que os imagináis como debe ser vivir una guerra
y lo mucho que esta puede afectar a un país, a su economía, a las familias, a
las ciudades...etc. Pero, ¿os imagináis lo que es ser judía en mitad de la
segunda Guerra Mundial? Yo lo sé, y creerme, no se lo deseo a nadie.
En septiembre de 1939 estallo la segunda guerra
mundial, yo tenía 5 años y vivía por entonces en el norte de Francia, en una
ciudad llamada Metz. Vivíamos en una casa a las afueras de la ciudad, teníamos
una pequeña granja y éramos muy amigos de los vecinos, ellos también eran judíos.
Al principio no se notaba el cambio que sufrimos por la guerra, poco a poco iba
notando algunos desprecios por parte de mis compañeros de clase, estos
desprecios se convirtieron en insultos, a mí me sentaban realmente mal porque
no entendía porque no les caía bien por el mero hecho de ser judía. En mi casa
les hacía mil preguntas a mis padres sobre el tema de porque nos odiaban, ellos
lo único que me respondían era que lo entendería cuando fuera un poco más
mayor.
Un año después las tropas alemanas invadieron Francia
por lo que mi familia y mis vecinos, decidimos movernos hasta Paris. Durante el
camino los adultos estaban especialmente nerviosos, mi amigo Remi y yo no entendíamos
lo que ocurría, pero no le dimos mayor importancia. Estuvimos viajando durante
2 semanas, de tren en tren, de camino en camino, de pueblo en pueblo, hasta que
decidimos pararnos en una ciudad no muy lejos de Paris. Tengo los recuerdos muy
vagos de aquella época pero nunca olvidare aquella noche. Los alemanes entraron
en el hotel, dando gritos y pidiendo la documentación a todo el que se les
cruzaba. Nuestros padres nos metieron a mi vecino Remi y a mí en el armario y
nos dijeron que pasara lo que pasara no hiciéramos ningún ruido. Por la mirilla
del armario recuerdo ver a los alemanes entrando en nuestra habitación llevándose
a nuestros padres. Remi no pudo contenerse y empezó a llorar, un soldado alemán
se acercó y nos descubrió. Recuerdo a mi padre poniéndose muy nervioso y
empezando a resistirse a las ordenes alemanas, por lo que uno de los soldados
le disparo sin pestañear, el ruido de la pistola pareció perforarme el tímpano,
el corazón me iba a mil por hora, no entendía nada de lo que estaba ocurriendo
en esa habitación.
Nos metieron en una camioneta, el viaje no duro mucho
aunque a mí se me hizo eterno. Finalmente llegamos a un descampado rodeado por
unas verjas, nos separaron a las chicas y a los chicos. A mi madre y a mí nos
metieron en una habitación en la que nos dieron unos especies de pijamas y nos
cortaron el pelo, luego nos llevaron a un edificio más grande con muchas otras
mujeres. Tuvimos suerte, los campos de concentración en Francia no tenían nada
que ver con los de Alemania o Polonia. Fueron meses difíciles, mi madre un día
fue elegida para irse con un grupo de mujeres y nunca volvió. Los días se
convirtieron en semanas, las semanas en meses y los meses en años.
Aun me sigo preguntando como sobreviví, suerte
supongo. Cuando ya tenía 11 años, en 1945 un grupo de soldados británicos nos
sacaron a todos de allí. También considero suerte mi reencuentro con Remi,
muchas personas no tuvieron la suerte que tuvimos nosotros. Muchas familias
francesas adoptaron a los niños huérfanos, Remi y yo no nos separamos nunca,
tuvimos una educación, un techo y comida hasta que cumplimos la mayoría de
edad.
Decidimos mudarnos a España, nunca nos sentimos del
todo a salvo en Francia. Poco después y supongo que gracias al destino y la
suerte nos acabamos enamorando y formando una familia. Ahora veo a mi hija y a
mi nieta a salvo de todo esto y ajenas a cualquier conflicto. Sé que mi nieta
no tiene las mismas preocupaciones que tenía yo a su edad, y no se lo deseo,
pero cada vez que la veo le recuerdo lo afortunada que es por tener lo que
tiene y por vivir sin miedo.
Natalia Marcos
Noviembre de 2016
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