Ana Fernández Izquierdo ( En el mundo de nunca jamás)




EN EL MUNDO DE NUNCA JAMÁS

Érase una vez un niño muy feliz, con fama de ser l más gracioso, con problemas al igual que todos los niños, pero al igual que todos los niños él también los ignoraba. Vivía en su mudo con una lógica aplastante sobre el resto de las cosas.


Pero hoy no es ese niño, hoy es un niño triste. Por muy difícil que sea de entender el hecho de que su equipo de fútbol perdiera uno de los partidos más importantes del año, era lo único capaz de sacar a éste de su mundo paralelo.


Es difícil entenderlo porque hoy en día para el resto de la gente eso de tener una pasión, algo por lo que luchar, eso es algo para lo que ya no hay tiempo.


Érase una vez un hombre con mucho tiempo libre, a pesar de ello no estaba dispuesto a malgastarlo, pues a sus 80 años uno no sabe ya de cuanto dispone. Se pasaba la mayor parte del tiempo viendo las noticias y, sobre todo,  leyendo el periódico en papel, como debía ser, no como lo hacen los jóvenes dejándose la vista en pantallas todo el día,” La información es poder” le decía a su nieto día sí y día también, y éste, como de costumbre,  asentía mientras pensaba en lo pesado que era. Siempre igual.


Si había algo de lo que se informaba todos los días era del maldito Brexit, nombrado diariamente en alguno de los 100 artículos que se acostumbraba a leer. Lo único que tenía claro es que esa no era la vida que quería para su nieto.


Érase una vez una niña que había perdido el derecho a jugar, a reírse, a comer, a ser una niña. No podía dormir con el constante estruendo de bombas a sólo dos manzanas de su casa, eso no le impedía soñar; soñaba despierta con la vida que tenía antes de esto, una vida plenamente satisfecha de todas sus necesidades y de la que ya no tenía apenas recuerdos, aún así pensar en ello le relajaba.
Su madre le había explicado que su vida había cambiado porque un grupo de personas adultas  no sabían respetar las creencias de otras. Los adultos también nombraban de vez en cuando a un tal Abad Asad que, por lo que ella había entendido era su dictador. Pero sabía que realmente esto era más complejo y que para poder entenderlo merecía la pena arriesgar su vida todos los días de camino a la escuela.


Érase una vez una joven estudiante en la ciudad de los sueños, agobiada por una incesante presión social completamente innecesaria. Vivía en un constante dilema  que se basaba en perseguir el sueño de convertirse en una prestigiosa bailarina en la ciudad de los artistas. O lo que había decidido su familia antes de que naciera, acabar en un bufete de abogados en la ciudad de los rascacielos, que era lo que realmente le daría de comer.


Érase una vez un chico de 20 años que no había salido nunca de su pueblo, vivía en la miseria, al igual que todos los demás. Llevaba el pelo con un corte de justamente cinco centímetros, no podía llevarlo más corto, ni él ni nadie más, por muy absurdo que le parecía el hecho de quejarse era impensable ya que, en este lugar la libertad de expresión no era una opción.
No veía la tele ya que lo único permitido eran canales de propaganda electoral. Por lo que decían las lenguas que se atrevían a hablar de  los del sur, que al parecer habían tenido más suerte. Y él los envidiaba a más no poder. No suele ser ético nombrar a un culpable, pero evidentemente lo había, su única esperanza de vivir era que éste dejara de hacerlo por muy egoísta que pareciese.


Érase una vez un hombre asombrado, sus razones eran más que suficientes, pues por primera vez en muchos años al fin su poblado estaba en paz, la primera vez desde hacía mucho tiempo que había silencio. Por mucho que intentara aparentar estar tranquilo su cara lo decía todo, pues este conflicto había causado mucho dolor y era cuestión de tiempo que desapareciera.


Tuvo muy claro lo primero que haría cuando todo hubo acabado, observar; disponer de todo el tiempo que tenía para apreciar los intensos colores de los cielos de África, la densidad de la selva, los pozos de agua que tantos años de guerra les habían costado, las pinturas de la piel, los insectos, los bailes, todo aquello que un día pensó que no volvería a ver.


Érase una vez todas estas personas, el mismo día, a la misma hora, en el mismo planeta.


ANA FERNÁNDEZ IZQUIERDO, 1ºA






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