Elena Lopez de Coca Hernandez (Sus ojos)



Sus ojos

Sus ojos eran los más azules. Su luz no era normal, tampoco lo era su transparencia, ni su brillo; eran espectaculares, te podrías pasar las horas absorta mirándolos. A veces dos turquesas, otras dos zafiros, siempre dos estrellas.

Y es verdad que los ojos son el reflejo del alma y hablan por sí solos.
¿Que qué decían los suyos?... Decían paz, amor, tranquilidad y bondad. Una bondad enorme, tan grande que podría hacer incluso desaparecer el odio en los hombres.

Esto me contó ella una de las muchas veces que iba a visitarla. Sentada en su viejo sillón, con los pies bajo las faldillas de la mesa camilla, en aquel frío salón, rodeada de fotos de hijos, nietos y bisnietos fruto de una feliz vida centenaria, me narraba aquel soleado día de 1937, en mitad de la Guerra Civil, cuando siendo niña salió a la calle a hacer un recado. Las tropas enemigas atacaron por sorpresa, contaba que asustada se escondió donde pudo. Atemorizada por el ruido de los disparos, sola, ya arrodillada en el suelo sacó su estropeada estampita de la Virgen del Prado del bolsillo trasero de su falda, donde siempre la solía llevar. Segundos después alzó la vista y vio a un hombre que la estaba apuntando. Apretó entonces a su Virgen con todas sus fuerzas, siendo ella su única esperanza. Miró con sus ojos azules a los de ese hombre pensando que sería lo último que vería, los cerró con fuerza y rezando esperó. Espero lo que tenía que pasar pero que afortunadamente no pasó. Los volvió abrir y el hombre ya no estaba allí.

Desde aquel día siempre dormía con su Virgen en la mesilla de su cama.

Me decía que había sido un milagro, pero en mi opinión aquello fue magia, la magia de sus ojos que hechizaron a aquel hombre y sacaron lo mejor de él: su humanidad.

Hoy hace ya más de dos meses que tienes los ojos cerrados, y aunque nada me gustaría más que me volvieras a mirar, me consuelo con haber tenido la suerte de haberte conocido, de haber comprobado como el tiempo y la vida no restaban ningún brillo a tus ojos, aquellos ojos que todos creíamos eternos e inmensos como el mar. Y sé que desde ahí arriba me sigues mirando con la misma dulzura de siempre. Y siento que desde que ya no estás, el cielo se ve más azul que nunca, y me pregunto, querida Bisabuela, si ¿sigues viendo tu jardín amarillo desde ahí arriba? o si con el azul del cielo ahora lo ves verde ….

Comentarios