Sus
ojos
Sus ojos eran los más
azules. Su luz no era normal, tampoco lo era su transparencia, ni su brillo; eran
espectaculares, te podrías pasar las horas absorta mirándolos. A veces dos
turquesas, otras dos zafiros, siempre dos estrellas.
Y es verdad que los
ojos son el reflejo del alma y hablan por sí solos.
¿Que qué decían los
suyos?... Decían paz, amor, tranquilidad y bondad. Una bondad enorme, tan
grande que podría hacer incluso desaparecer el odio en los hombres.
Esto me contó ella una
de las muchas veces que iba a visitarla. Sentada en su viejo sillón, con los
pies bajo las faldillas de la mesa camilla, en aquel frío salón, rodeada de
fotos de hijos, nietos y bisnietos fruto de una feliz vida centenaria, me
narraba aquel soleado día de 1937, en mitad de la Guerra Civil, cuando siendo
niña salió a la calle a hacer un recado. Las tropas enemigas atacaron por
sorpresa, contaba que asustada se escondió donde pudo. Atemorizada por el ruido
de los disparos, sola, ya arrodillada en el suelo sacó su estropeada estampita
de la Virgen del Prado del bolsillo trasero de su falda, donde siempre la solía
llevar. Segundos después alzó la vista y vio a un hombre que la estaba
apuntando. Apretó entonces a su Virgen con todas sus fuerzas, siendo ella su única
esperanza. Miró con sus ojos azules a los de ese hombre pensando que sería lo
último que vería, los cerró con fuerza y rezando esperó. Espero lo que tenía
que pasar pero que afortunadamente no pasó. Los volvió abrir y el hombre ya no
estaba allí.
Desde aquel día siempre
dormía con su Virgen en la mesilla de su cama.
Me decía que había sido
un milagro, pero en mi opinión aquello fue magia, la magia de sus ojos que
hechizaron a aquel hombre y sacaron lo mejor de él: su humanidad.
Hoy hace ya más de dos
meses que tienes los ojos cerrados, y aunque nada me gustaría más que me
volvieras a mirar, me consuelo con haber tenido la suerte de haberte conocido,
de haber comprobado como el tiempo y la vida no restaban ningún brillo a tus
ojos, aquellos ojos que todos creíamos eternos e inmensos como el mar. Y sé que
desde ahí arriba me sigues mirando con la misma dulzura de siempre. Y siento
que desde que ya no estás, el cielo se ve más azul que nunca, y me pregunto,
querida Bisabuela, si ¿sigues viendo tu jardín amarillo desde ahí arriba? o si con
el azul del cielo ahora lo ves verde ….
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