Papá-
“A dormir todos que ya son las 22:30”
Hijos-
“¡Pero papá que no tenemos sueño! ¡Cuéntanos la historia de la medusa!”
Papá-
“pero si ya os la conté el mes pasado”
Hijos-
“¡Da igual es la mejor historia de todas!”
Papá-
“Vale, pero solo si os vais a dormir después”
Bueno pues como ya os conté hace un mes. Hace 8 años me
fui a Australia porque me habían dado trabajo allí durante un año. Las dos
últimas semanas que estuve allí podrían haber sido fantásticas de no ser por la
ultima. Había ido a una playa poco conocida pero muy bonita para relajarme con
el sonido de las olas y tomar un poco el sol. Me tumbé en la orilla y me dormí
una hora y media después me levanté y estaba un poco quemado así que me metí en
el agua para darme un baño. El agua era de color azul-verdoso por lo que no
podía ver mucho. Después de diez minutos en el agua me di cuenta de que me
había alejado más de lo conveniente de la orilla y cuando iba a comenzar a
volver noté un tremendo dolor en la pierna derecha, lo primero que me vino a la
cabeza fue la idea de que me había mordido un tiburón. Estaba esperando ver
mucha sangre a mi alrededor, pero no vi nada lo cual aumento mi pánico. No
sabía la causa de mi dolor, pero mi corazón se estaba acelerando por momentos y
mis músculos estaban súper tensos, empecé a perder la habilidad de hablar y
pensar, creía que me iba a morir. Estaba demasiado cansado para nadar, pero de alguna
manera alcancé la orilla.
Una vez allí vi unas líneas rojas en mi pierna como si
estuvieran pintadas con boli rojo. Un submarinista Salió del agua y me avisó de
que había muchas medusas de las más letales en la playa, acto seguido me vio la
pierna y se puso de los nervios. Me dijo que una me había picado y que tenía que
ir al hospital de inmediato. Yo que no era consciente de lo que estaba pasando
me levanté y me fui mi único objetivo era llegar a casa. Lo siguiente que
recuerdo era despertarme en el sofá con una bolsa de guisantes congelados en mi
pierna.
Recuerdo esa sensación de impotencia al no poder mover
las piernas es como si estuviera prisionero en mi cuerpo. Después de dos días
el veneno comenzó a bajar, mi pie estaba muy hinchado mi dedo meñique parecía
el dedo gordo. Llamé a Claudia mi compañera de trabajo y ella me acompaño al
hospital. Al llegar al hospital lo primero que me dijo el médico fue que,
porque no había ido antes, yo le explique todo lo que recordaba de la historia
a lo que el respondió que ya no podían hacer nada porque el veneno se había
metido en mi sistema así que se limitaron a limpiarme la herida. L apersona que
me limpio la herida me dijo “tienes suerte de que la medusa te haya picado en
la pierna y no en el pecho de lo contrario no estarías aquí”.
Esa historia es la razón de que tuviera que andar con bastón
tres años y que hoy tenga esta gran cicatriz en la pierna.
Enrique Merás Triqueros
1ºA 12 /2/2017
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