¿Feliz? Cumpleaños
Tengo muchas historias para contar y no tengo
ninguna. Sobre qué escribir? Recuerdo los libros que había leído y los anuncios
de la televisión que había visto. Las veces que me quedaba llorando en el suelo
del baño y llorando de risa con la mejor gente del mundo. Recuerdo también una
señora con el síndrome de Down en el metro nombrando las estaciones para si
misma o para los que íbamos ahí. Y si pienso en eso entiendo que fue más útil
que la mayoría de las cosas que hacemos en el transporte público. Recuerdo
entonces reflexionar sobre lo que de verdad es útil y de nuestro tiempo
perdido.
Se puede
hablar de algunas cosas continuamente, incluso entenderlas y acordarse de ellas
pero no cambiar nada. Cuántas veces hemos oído ya sobre los valores humanos,
sobre la injusticia en la sociedad, sobre el paso del tiempo? Y qué? Así que
hablaré de otra cosa, de la que no dejo de pensar pero nunca llego a hablar.
Hoy es mi
cumpleaños, mis 16 años y recuerdo otros momentos que no tienen que ver con el
sentido de la existencia humana pero tienen que ver con el sentido de la mía.
Veo mis referencias de Instagram y le veo a ella. Una vieja amiga, conocida.
Quizá tan vieja que ya dejó de serlo.
Hace 3 días
cumplió sus 16, que curiosidad. En la foto tiene más flores en sus manos que yo
había recibido en toda la vida y cada uno de sus regalos vale una cantidad de
dinero suficiente para alimentar un pequeño pueblo africano durante dos semanas
como mínimo. Se lo merece o no, no lo sé, solo sé que sus padres se lo pueden
permitir. Recuerdo mi último cumpleaños cuando me podía permitir pedir el
regalo que de verdad quería, recuerdo mi mente completamente libre de ese tipo
de pensamientos y de números rodeando los objetos de deseo, de números en rojo.
Recuerdo mi país antes de la crisis, la cocina llena de todo tipo de dulces y
mi habitación con todos los juguetes y las muñecas. Recuerdo no entender porque
saliendo a la calle me enfrentaba a tantas caras tristes y desesperadas.
Todo empezó hace
tres años. Aparecen ahora, en mi mente, numerosas imágenes de las maletas
totalmente diferentes a las que hicimos para irnos de viaje a París, aunque su
color y tamaño eran iguales. Pero su sentido ya no era el mismo. Ese fue el día
cuando para siempre dejé mi casa y cuando también dejé de tener una.
Empecé a
entender cosas que me duele entender, que no quiero saber, pero que no podía
ignorar. Este tipo de situaciones es el que más cambia nuestras mentes. Mis
ideas y mis ilusiones antiguas se chocaron contra la realidad y se rompieron en
trozos dejando solo el polvo de algunos hábitos que seguían orientándome en ese
momento. Mis valores empezaron a formarse de nuevo.
Miro a la
foto y me da pena pero nada de envidia porque hace tiempo entendí que esas
cosas que tiene ELLA no dan ni una gota de felicidad. Y fue eso lo que me dió pena.
Porque me gustaría que todo fuese tan fácil como comprar. Comprar la felicidad
y el sentido de la vida. Me gustaría que mi gran problema fuese elegir entre
Chanel y Gucci, pelearme con el novio o como máximo suspender una asignatura.
Pero no le tengo envidia. No tengo el deseo de estar en su sitio.
Han habido
muchas subidas y bajadas en la economía y más en las vidas de las familias. Había
visto lo que hay por los dos lados de la muralla y aquí es donde las personas
saben ser felices y saben vivir. En Rusia saben aguantar. Y yo? Yo solo sé que
no sé nada y que millones de personas tienen una vida mucho más terrible. Yo sé
que no quiero seguir igual. Quiero que los ricos dejen de enriquecerse gracias
a los pobres. Quiero conseguir lo que dicen que es imposible porque a mí un día
me habían dicho que mudarse de Rusia a un país europeo es imposible. Y sé que
no soy la única.
Mientras
tengo comida para mantener mi cerebro en funcionamiento, este me seguirá recordando
todos los mejores y los peores momentos de la vida. Y siempre me recordará que
mientras estamos buscando el sentido de la vida, alguien se está buscando la vida y dónde pasar la próxima
noche para sobrevivir el frío.
Iana Leshukova.
4 A. (03.2017)
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