Lucas klingenberg (La no tan Gran Guerra)




La no tan “Gran Guerra


Los silbidos que retumban en mis tímpanos hacen que respire como si fuese la ultima vez, al fin y al cabo, ¿Qué hacia yo aquí? En un frío infernal que me quema las manos, en una lluvia helada que calaba mis huesos, y en una tierra inhóspita, lejos, muy lejos de casa. Allí hablaban del honor y de la valentía, “recordad muchachos, a las chicas les encantan los soldados” gritaban en los puestos de reclutamiento, “vamos chico, alístate” susurraban las ancianas.


Antes de que pueda notarlo los disparos cesan, habrán vuelto a sus trincheras supongo, yo no tenia la misma suerte, era mi noche de guardia, la mía y la de mi hermano, de 17 años, y solo teníamos unas cartas para entretenernos, también había cambiado sobres y papel por un paquete de cigarros, dicen que nos los envía el rey, pero no creo que se preocupe tanto por nosotros, de todas maneras estaba prohibido fumar de noche, los alemanes siempre acechan decía el sargento Laws.


Ni siquiera odiaba a los alemanes, solo quería que la guerra acabase pronto y volver a casa por Navidad, Mamá dice que los campos están vacíos, que ya no se canta en los bares y que aquellos que vuelven a casa no son los mismos. Yo llevaba aquí ya un año, cuando llegué todo estaba lleno de árboles pero ahora solo hay troncos quemado, y el aire fresco se ha convertido en olor a carne podrida y pólvora. Lo único que he conseguido son unas buenas ampollas en los pies.

El frente no es tan malo como dicen, de hecho, es mucho peor. Siempre la misma comida el mismo tabaco y el mismo sargento imbécil dando órdenes como si fuese el Rey. Por no hablar de los bombardeos incesables o los ataques de gas, yo llevaba tres, eso que llaman gas mostaza parecía salido del mismo infierno, aun recuerdo la sensación de mi pecho quemándose mientras mis ojos lloraban, apenas quedaban  supervivientes tras los ataques de gas pero supongo que tuve suerte.

La noche se hacía  larga y empezaba a tener la necesidad de fumar, me siento el suelo y enciendo el cigarro, el fuego de las cerillas me reconforta. Un zumbido como si un avión se tratase viene  y va fugazmente seguido de un martillazo en mi costado. No entiendo nada, el cigarro se cae de entre mis dedos y se apaga contra el frío  barro. Y empiezo a tener una sensación de sueño, mi hermano esta encima mío con las manos llenas de sangre y sin saber que ocurre rompo a llorar a la vez que el.

 Ya no siento las piernas ni los brazos,  y estoy metido en una caja de madera, puedo oír a mi madre llorar y a mi hermano no le oigo pero sé que esta allí. Cada domingo oigo las flores reposando sobre mi, el himno nacional y los homenajes a camaradas, cada uno cuenta su historia, un obús, una bayoneta o una ametralladora, algunos vuelven con medallas, aunque bajo tierra todos somos iguales, aquí abajo no hay glorias. Solo esperamos que no te cuenten la vieja mentira, “dulce y glorioso es, morir por la patria”.

Lucas Klingenberg 4º D





Comentarios