La no tan “Gran Guerra”
Los silbidos que retumban en mis tímpanos hacen que
respire como si fuese la ultima vez, al fin y al cabo, ¿Qué hacia yo aquí? En
un frío infernal que me quema las manos, en una lluvia helada que calaba mis
huesos, y en una tierra inhóspita, lejos, muy lejos de casa. Allí hablaban del
honor y de la valentía, “recordad muchachos, a las chicas les encantan los
soldados” gritaban en los puestos de reclutamiento, “vamos chico, alístate”
susurraban las ancianas.
Antes de que pueda notarlo los disparos cesan, habrán
vuelto a sus trincheras supongo, yo no tenia la misma suerte, era mi noche de
guardia, la mía y la de mi hermano, de 17 años, y solo teníamos unas cartas
para entretenernos, también había cambiado sobres y papel por un paquete de
cigarros, dicen que nos los envía el rey, pero no creo que se preocupe tanto
por nosotros, de todas maneras estaba prohibido fumar de noche, los alemanes
siempre acechan decía el sargento Laws.
Ni siquiera odiaba a los alemanes, solo quería que la
guerra acabase pronto y volver a casa por Navidad, Mamá dice que los campos están
vacíos, que ya no se canta en los bares y que aquellos que vuelven a casa no
son los mismos. Yo llevaba aquí ya un año, cuando llegué todo estaba lleno de
árboles pero ahora solo hay troncos quemado, y el aire fresco se ha convertido
en olor a carne podrida y pólvora. Lo único que he conseguido son unas buenas
ampollas en los pies.
El frente no es tan malo como dicen, de hecho, es mucho
peor. Siempre la misma comida el mismo tabaco y el mismo sargento imbécil dando
órdenes como si fuese el Rey. Por no hablar de los bombardeos incesables o los
ataques de gas, yo llevaba tres, eso que llaman gas mostaza parecía salido del
mismo infierno, aun recuerdo la sensación de mi pecho quemándose mientras mis
ojos lloraban, apenas quedaban supervivientes tras los ataques de gas pero supongo
que tuve suerte.
La noche se hacía larga y empezaba a tener la necesidad de fumar,
me siento el suelo y enciendo el cigarro, el fuego de las cerillas me
reconforta. Un zumbido como si un avión se tratase viene y va fugazmente seguido de un martillazo en mi
costado. No entiendo nada, el cigarro se cae de entre mis dedos y se apaga
contra el frío barro. Y empiezo a tener
una sensación de sueño, mi hermano esta encima mío con las manos llenas de
sangre y sin saber que ocurre rompo a llorar a la vez que el.
Ya no siento las
piernas ni los brazos, y estoy metido en
una caja de madera, puedo oír a mi madre llorar y a mi hermano no le oigo pero sé
que esta allí. Cada domingo oigo las flores reposando sobre mi, el himno
nacional y los homenajes a camaradas, cada uno cuenta su historia, un obús, una
bayoneta o una ametralladora, algunos vuelven con medallas, aunque bajo tierra
todos somos iguales, aquí abajo no hay glorias. Solo esperamos que no te
cuenten la vieja mentira, “dulce y glorioso es, morir por la patria”.
Lucas Klingenberg 4º D
Comentarios
Publicar un comentario