SEMÁFORO
EN ROJO
Todas las mañanas bajo
la Castellana para llegar a mi oficina y siempre en el mismo semáforo de Emilio
Castelar, está él.
Un chico joven, no más
de 25 años, de procedencia rumana, que en cuanto el semáforo se pone en rojo,
empieza su andadura por los carriles y se acerca a los coches con una gran
sonrisa ofreciendo pañuelos de papel a todos los conductores y ocupantes de los
vehículos.
Me impresiona mucho,
porque casi todos los días me toca el semáforo en rojo y su actitud siempre es
la misma, llueva, haga frío, calor, le bajen las ventanas o no, igual de
agradable con quien le compra y con quien no, como si realmente no le importase
o no lo necesitara.
El siempre
mantiene una sonrisa en la cara y anda con la misma energía entre los coches
como si fuese la primera vez que hace ese trabajo.
Recorre ágil los
100 metros que más o menos le da tiempo, en el corto plazo en el que vuelve a
cambiar el semáforo, convirtiéndolo en una prueba sencilla y cotidiana, que
vuelve a repetir y vuelve a empezar cada vez que se pone el semáforo en rojo.
No puedo evitar
pensar en ello y me parece algo muy valioso, porque muchas veces veo en mí
mismo o en la gente que me rodea, que cuando no nos salen las cosas como
esperamos y aun teniendo un montón de premios en la vida, como la familia, amigos,
trabajo, casa, vacaciones y tantas cosas buenas que nos rodean, no vemos más
allá y no las apreciamos.
También imagino
a veces, que algún día en uno de esos coches que baja diariamente la Castellana
y se para ante el semáforo en rojo de la Plaza Emilio Castelar, esté un
importante empresario, que como yo, vea esa actitud positiva y esa energía
vital y decida darle una oportunidad que le ayude a progresar.
Mientras tanto
seguiré comprándole pañuelos, mientras pienso en que para algunos el día es más
difícil que para otros y aun así nos regalan una sonrisa.
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