Rodrigo de Oñate (Nueva vida)




                                               NUEVA VIDA

Con solo diecisiete años Pierre tuvo que dejar atrás su país, su familia, sus amigos, todo. Un único objetivo: llegar a Europa. Primero, tenía que llegar a Marruecos y, de ahí, a España. El hambre le llevó a recorrer cinco mil kilómetros, cinco países, el desierto más grande del mundo.

En el desierto tuvo que caminar sobre cadáveres, esconder el poco dinero que tenía dentro del tubo de la pasta de dientes, dormir enterrado en la arena para combatir el frío, corriendo el riesgo de morir asfixiado, etc. Además, el tema de cruzar fronteras siempre fue complicado ya que era ilegal y en alguna ocasión tuvo que huir de la policía. Y obviamente, tener que buscarse la vida en países con idiomas distintos al suyo.

A pesar de todo y después de un año y cinco meses, logró llegar a Marruecos. Cuando llegó a la valla que le impedía llegar a España, se encontró con gente que llevaba allí durante cinco años intentando saltarla. La primera vez que lo intentó, consiguió saltar la primera, ya que hay dos, pero no la segunda. Como había llegado hacía poco tiempo fue de los últimos en saltar y, por tanto, tenía menos posibilidades. Sin embargo, la segunda vez sí que lo logró. Una vez en Melilla acudió a un centro de acogida, que lo llevó a la península.

Después de dos años llamó a su familia, que ni siquiera sabía si seguía vivo. El teléfono lo cogió su madre, con la que no se podía comunicar directamente ya que ella hablaba en kikongo y él en francés.

Desde entonces, su situación mejoró bastante. Cuando volvía al Congo para visitar a su familia lo hacía en 6 horas, frente al año y medio que tardó en recorrer esa misma distancia unos años antes. Aun así seguía preguntándose si de verdad había merecido la pena. Al fin y al cabo, ya no estaba con su familia, ni en su país, sino en una realidad muy distinta a la que conocía antes, donde se encontró todo tipo de cosas.

Mucha gente con problemas de estrés y con depresión. De hecho, el número de suicidios no hacía más que aumentar. Una sociedad en la que nadie sabía siquiera el nombre de sus vecinos, una sociedad egoísta hasta tal punto que tener hijos era una desgracia porque a nadie le interesaba tener que ocuparse de alguien que no fuera de ellos mismos. Y por eso se mataban fetos. El dinero por encima de la familia. También gente que ofrecía ayuda únicamente a aquellos que habían nacido en España, mientras que el resto, por el simple hecho de haber nacido en otro país, quedaban echados de lado. Ridículo, un gran ridículo.

 Rodrigo de Oñate Cruz 1ªA febrero de 2017

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