HOLA TÚ
Mi vida se fue poco a poco. Las horas, allí
sentada se iban lentamente y yo notaba que ya no era la persona que había sido.
Ya no podía expresar lo que sentía y la gente que me rodeaba apenas podía
imaginar lo que en cada momento yo necesitaba. Tampoco podía comer y cada vez
me costaba más moverme.
Disfrutaba cuando los míos venían a mi casa.
Mis hijos, mis nietos… Un buen día, mi hija empezó a saludarme con un sencillo
“Hola tú”. Eso me animaba. Yo intentaba responder con otro “Hola tú”, pero cada
vez me costaba más. Ahora, desde aquí, sé lo mucho que me querían y me siguen
queriendo mis hijos y mis nietos, y desde aquí pude recibir la preciosa carta
que me dedicó mi hija al morir.
“Hola Tú.
Hace unos años, cuando te pusieron la sonda en el
hospital, empecé a saludarte así. Al principio te esforzabas en contestarme con
otro “Hola Tú”. Cada día que pasaba te costaba más, hasta que un día dejé de
oírlo físicamente, pero en mi interior te seguía oyendo. Últimamente al entrar
a tu casa, te saludaba con un hola tú, ¿Cómo vas? ¡Que bien te veo hoy! Hoy
quiero decirte no lo bien que te veo, sino lo bien que te siento, tan cerca,
aquí a nuestro lado.
Se que tu estás bien. Aquí abajo estamos un
poco tristes, y egoístamente algunos seguimos llorándote; pero ya sabes lo
llorona que soy yo. Como te digo, lo hacemos por egoísmo, porque te echamos de
menos. Porque nos gustaba sentarnos a tu lado a dormirnos, a ver la tele o a
ver pasar los minutos en el reloj atrasado. Perdónanos por nuestro egoísmo.
Pronto volveremos a reírnos y a veremos las cosas de otra manera.
Igual que nosotros estamos los cuatro
orgullosos de ti, así debes estar tú ya que lo que siempre nos enseñaste es a
“tirar pa’ lante” sabiendo que “nunca pasa nada”. Pues aquí estamos los cuatro
más unidos que nunca, acordándonos de ti y siguiendo tus pasos, educando a
nuestros enanos como lo hiciste tú con nosotros; esperamos hacerlo igual de
bien.
En estos últimos días que estabas en el
hospital, me leí un libro “La escafandra y la mariposa”. Es la historia de un
señor que, como a ti, la vida le jugó una mala pasada. Al final acabó como tú,
con el síndrome del cautiverio. Aprendió a disfrutar de la vida como tú, a
través de algunos sentidos; a través de los olores, oliendo a tu gente, las comidas…;
con la vista, disfrutando al ver a tu gente; con el tacto, dándonos la mano o
recibiendo las caricias que te dábamos. Leyendo, me di cuenta que él, igual que
tú, lo más seguro, en alguna ocasión os habréis sentido impotentes al desear y
no poder acariciar a los vuestros por esa maldita escafandra. Pero el final del
libro es igual de bonito que tu final. Se acabó la escafandra y vuelas libre
como una mariposa. Como bien nos decías, que nos enseñabas a aprender a volar y
al fin tú lo has conseguido. Por eso y por mucho más, gracias y hasta siempre.
Tus
hijos.
Comentarios
Publicar un comentario