GENTE
Gotas de agua caen sin
cesar, de un lado para otro, van sin dirección ni sentido, pero con una banda
sonora detrás de cada una de ellas. Son diferentes, una inmensa vida hay dentro
de ellas, tienen problemas, pasiones, vicios y algún que otro día malo. Pero
juntas forman un gran volumen de agua.
Suelen estar recogidas
en jarras u otros recipientes, algunas son más libres, como las de la lluvia en
un día tormentoso acompañado de unos potentes truenos, otras se sitúan en mares,
dibujando olas salvajes y perfectamente onduladas. Las de los ríos no se me
olvidan, bajan con energía por las laderas y son muy rápidas, y las de los
pantanos y lagos, densas y vagas descansan sin mover ninguna articulación.
Me gustaría decir que
ellas son originales, pero todo lo contrario. Todas son exactamente iguales y
casi no se diferencian entre ellas por una sencilla razón. Se mueven juntas al
mismo ritmo, coordinadas, donde va una va la otra sin separarse en algún
momento y todas ellas forman un conjunto llamado agua. La única diferencia que
poseen es su estado y las diferentes situaciones en las que se pueden
encontrar.
Puedo intuir que cada
una de ellas en su interior se siente especial, única y brillante, y que piensa
que todas las demás simplemente son agua y nada más que eso, son egoístas. Algo
hay dentro de cada una, sentimientos espectacularmente distintos. Emociones
infinitas, unas muy dramáticas, otras un tanto enamoradizas...Pero, ¿De qué
sirven estos sentimientos si a la hora de actuar son idénticas?
Ellas se mueven en un
ciclo interminable y todas desembocan en el mismo sitio, tienen capacidad para
cambiar, pero no quieren, prefieren ser igual que todas ya que es lo más
cómodo. Es triste, me da pena que no reaccionen, pero nunca lo harán.
Cambiemos el rumbo del
relato y digamos que las gotas somos
cada uno de nosotros, al fin y al cabo
tampoco hay tanta diferencia.
Lucía Fernández-Gil
Ríos, 1º Bach. A
26/05/17
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