NUESTRO GRANITO DE ARENA
Vuelve a ser el último sábado de mes y a pesar de los
exámenes, hoy toca voluntariado. Es nuestra primera vez en el Hogar de Santa
Teresa. Sinceramente, no nos morimos de ganas, son las once de la mañana.
Al llegar, nos recibe Sor Elisete. Durante quince
minutos, nos explica como viven las mujeres allí. Nos advierte de que a partir
de ese momento íbamos a ser los espejos de todas esas chicas. Iban a querer
imitarnos, ser como nosotros, todo lo que dijéramos o hiciésemos, ellas lo
tomarían y lo harían suyo. Nos contó una anécdota en la que hacía poco, una
voluntaria llevó los pantalones rotos y cuando se marchó, encontraron a una de
las chicas cortando con unas tijeras sus pantalones. Por ello, nos piden no vestir
con rotos. Muchas de nosotras, sin saberlo, vamos vestidas así y nos miramos
con cara de preocupación. Las hermanas nos tranquilizan, es el primer día,
"les diremos que vienen así de fábrica" dicen.
Nuestras chicas viven en cuatro casas. Entramos en una de
ellas y leemos en las puertas de las habitaciones los nombres y fotos de las
que duermen ahí. Cada casa tiene además una cocina, salón y un cuarto de estar
lleno de fotos. Todo, por supuesto, muy ordenado, ya que según nos dicen cada
una tiene asignada unas tareas que cumplen sin rechistar.
Salimos de la casa y nos recibe nuestra primera nueva
amiga, Vicky. Está enfadada porque su periquito no le hace caso. Sor Elisete,
le invita a venir con nosotros a la sala de estar. Allí, nos esperan con ilusión.
Jugamos, pintamos, les leemos cuentos, damos un paseo e incluso bailamos un
baile que tienen preparado. Muy contenta viene una de ellas, Lauren, y me
enseña sus uñas, recién pintadas. Me cuenta entusiasmada que todas las semanas
vienen de un salón de belleza a ponerles guapas.
Observo a mi alrededor, ponemos música y veo a todas en
pie bailando, menos a una. Me inclino a sacarla a bailar cuándo me encuentro
con que está conectada a una máquina para poder respirar. Me encojo de hombros
hasta que me doy cuenta de que disfruta bailando sentada en el sofá como la que
más.
Lo que más me llama la atención, es que comprendan todas
las edades y que a pesar de que todas tengan distintos síndromes o condiciones,
todas sean amigas. Todas son felices, disfrutan de cosas que para nosotros
son insignificantes y sobre todo no paran de reír.
Ya nos han convencido, no nos queremos ir. Tenemos nuevas
amigas que en unas horas, nos han enseñado a valorar más que nunca lo que
tenemos.
Llega la tarde y nos toca el segundo turno. La
experiencia de por la mañana, nos ha animado a seguir ofreciendo nuestra ayuda
y ya no sentimos pereza. Lo primero que hacemos al llegar a Nazaret, es llenar
los coches de alimentos. No es nuestra primera vez, así que rápidamente las
mujeres que ayudan allí, nos indican las cantidades de "bricks" de
leche y de bolsas rojas y verdes con alimentos que debemos repartir. A cada
grupo, le asignan una ruta de casas y partimos para empezar con el reparto en
el Barrio de San Blas.
Las familias que solicitan la ayuda nos acogen con una
sonrisa. Unos se desahogan contándonos sus problemas; otros no dejan de
agradecernos nuestra ayuda; los mayores, nos enseñan fotos de sus nietos e
incluso los más pequeños nos preguntan como nos llamamos. Vemos situaciones
distintas a las que estamos acostumbrados, situaciones duras, ellos nos
permiten la entrada a sus casas sin conocernos y nunca nos dejan irnos sin
darnos repetidamente las gracias.
Al final del día nos preguntamos por qué somos
voluntarios. Ahora lo sabemos. Podemos asegurar que recibes algo mucho más
grande que lo que ofreces: La satisfacción de haber podido hacer un poco más
feliz a otra persona. Para nosotros, es más que suficiente.
Tristemente, no todos tenemos las mismas condiciones o
capacidades y por ello, algunos alumnos de primero de bachillerato hemos
querido poner nuestro granito de arena.
¿Por qué ellos y no nosotros? Quizá, esto sea lo que más
nos haya motivado a ser voluntarios.
Teresa Hyam Echarren
Comentarios
Publicar un comentario