Carlos Fernández Baena (No me puedo mover)






NO ME PUEDO MOVER

Me he levantado esta mañana con una mala leche del copón y no me apetece nada ir al colegio, estoy por intentársela colar a mi madre diciendo que estoy mala pero dudo que me crea.

Miro el calendario para tachar el día y ver si tengo gimnasia o no y lo que me faltaba… Hoy es San Valentín y no tengo ninguna posibilidad de recibir alguna carta, flores o esas cosas cursis que hacen los chicos para sorprender a las chicas. Llevo sin hablarle a un chico desde la guardería por lo menos.

Típica mañana abaratada, mi hermana se deja los esquemas de sociales en casa, volvemos, no tenemos gasolina, lo de siempre... Pero tengo suerte ya que a primera hora no viene el profesor y no me ha contado el retraso.

Las horas pasan lentas, parece que el reloj no se mueve pero llega la hora del patio. Los veinticinco minutos me los paso hablando de fricadas con el profesor de informática y se me pasan volando, de vuelta al infierno…

Matemáticas después del patio suele entrar bastante bien pero después tenía gimnasia cosa que odiaba por lo que el día no podía ir peor. Hasta que, cuando todos estaban concentrados en el logaritmo que nos había puesto la profe, se oyen disparos.

No nos lo podíamos creer, todos muy asustados realizamos el protocolo de emergencia unos pegados a otros como tantas veces habíamos ensayado. Estaba tratando de darle sentido a todo esto mientras bajaba las escaleras, llegué a pensar que era un simulacro pero los profesores estaban muy asustados. Yo también, hasta que salimos al patio y todo es llenado por una nube de humo, la fila se rompe quedando yo más asustada aún, completamente paralizada pensando en todo e intentando que mi cuerpo reaccionara.

Vuelven los disparos, esta vez los oía cerca y estaba segura de que era un fusil de asalto, mi padre me había enseñado a disparar con ellos y reconocía el sonido. Con el miedo, lo único que había conseguido había sido tirarme al suelo, mientras los disparos se acercaban sin cesar.

En aquel momento todo iba mucho más lento, me puse a pensar en el día que había tenido, en lo que le podría haber ocurrido a mi hermana, en lo mal que lo pasarían mis padres si nos pasaba algo… Entre todo este eterno pensamiento, muchos gritos, disparos y sin poder ver nada, noto un calor extremo en la espalda y me toco. Retiro rápido la mano porque me dolía aún más si lo rozaba, en ese momento mis párpados comenzaron a cerrarse, supongo que por el dolor del balazo que acababa de recibir.

Me acuerdo de ese preciso momento y de un corto visual del panorama de aquel recreo de mi colegio en el que tanto tiempo había pasado, manchado de sangre y mi amigo y profesor de informática diciéndome que no cerrara los ojos.

 Lo hice, vamos, eso creo, porque desperté dos días más tarde y aquí me encuentro, sola en una habitación con una grabadora para dar mi testimonio. Me han dicho que era el abusón de octavo curso al que llamaban “Rocky”, que habían expulsado hace tiempo.

Estoy un poco agobiada pero me alegra saber que mi familia y mis amigas están bien, llevo horas pensando lo poco que apreciamos la vida y la locura que es la permisión de armas a la población civil.

Carlos Fernández Baena, 4ºE, febrero 2018.

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