Otro día más, otro día
con la misma gente de siempre, nada ha cambiado, todos los días son iguales, se
ha convertido en una rutina.
Nadie me conoce
realmente, se piensan que estoy bien, aunque tampoco se molestan en preguntarme
qué tal estoy. Cada mañana pasa lo de siempre, viene un profesor, da su
asignatura y se va. En los intercambios todos se juntan en grupitos y yo me
quedo solo, sin saber a cuál ir o qué hacer. Algunos me miran raro, otros ni si
quiera se molestan en mirarme o en saludarme, y otros si tengo suerte, me
hablan, pero solo para pedirme algo, porque en el resto del día ni me dirigen
la palabra. Lo que siempre me pregunto es qué habré hecho yo para que la gente
no quiera hablar conmigo…soy amable con ellos, intento agradarlos, ser yo
mismo, pero nada…a lo mejor es que ser uno mismo, no es tan bueno o positivo
como dicen los demás. Llega la hora del patio y no muchas cosas han cambiado, a
veces me voy con unos chicos, pero ellos intentan alejarse de mí cada dos por
tres, así que opto por irme lejos de todo el mundo para no molestar a nadie. Me
siento con un libro a leer, que al parecer son los únicos que no me abandonan.
Una vez terminado el
día en el colegio toca irse a casa, durante el trayecto siempre hago lo mismo,
ir inventándome las anécdotas del colegio que le voy a contar a mi madre para
que no se piense que me pasa algo o que no tengo amigos.
Me acerco a la puerta
antes de llamar y respiro, venga no te preocupes, no va a notar nada. Estoy
listo, y llamo. Me recibe con una sonrisa de oreja a oreja como siempre, esto
es lo más complicado, ahora me toca fingir la mejor de mis sonrisas con una
persona que me conoce a la perfección y que odio mentirla, pero es que, no me
queda más remedio, no quiero preocuparla.
Llegamos al salón y
como siempre su primera pregunta es un qué tal, yo le podría decir que mal
porque me paso todos los días solo, la gente me mira con desprecio como si les
diese asco, o como si les hubiese hecho algo muy grave, que no son capaces de
perdonarme. También le podría decir que me critican, me miran por encima del
hombro como si fuesen superiores, hablan de mí a mis espaldas, a veces pienso que
a lo mejor no les importo tan poco, porque siempre invierten parte de su tiempo
en pensar en mí, por no decir todo. Una vez recapacitada la respuesta, le digo
a mi madre que todo va bien, y que este año es uno de los mejores de mi vida
por cómo me lo paso en clase, aunque esto no tenga nada que ver con la
realidad.
Cuando consigo evitar
más preguntas, me meto en mi habitación, no paro de pensar el por qué me pueden
tratar así o por qué hay días que me pegan sin yo haberles hecho nada.
Llegan las nueve de la
noche, ya he terminado de estudiar, al menos así no pienso tanto en mis
compañeros. Cojo el ordenador, me pongo la música a tope para intentar
olvidarme de mis problemas, cuando sin saber por qué me suena el móvil. No es
un sonido típico de notificación de juegos, ya que esas son las únicas
notificaciones que me suelen llegar, o sino mensajes de Vodafone intentándome
vender algo. Este era un sonido de mensaje de Whatsap, lo miro y veo que es
Jaime, pero bueno no me voy a hacer muchas ilusiones, seguro que solo me habla
para tenerme que pedir apuntes o algún ejercicio que hayamos hecho en clase. Su
primer mensaje es un qué tal, y eso me sorprende porque tampoco creo que le
importe mucho como estoy en realidad, así que me limito solo a decirle que
bien. Sigo escuchando música, me pongo a jugar con mi ordenador cuando otro
mensaje llega, es él otra vez. Al leerlo me quedo sorprendido ya que es una
disculpa, me dice que lo siente por cómo me trata la gente y de cómo se ha
comportado él, me dice que no me lo merezco, y que cuando quiera que vaya con
él en los patios para que no esté solo. No puedo creer lo que está pasando, no
quiero parecer una víctima o darles pena a los demás, decido preguntarle qué
por qué hacen eso. Su respuesta me sorprende, me dice que es porque la gente
les ríe las gracias o les poyan y eso les hace por así decirlo más “fuertes”.
Por un lado me alivia saber que ha sido sincero conmigo aunque la respuesta no
haya sido algo que me agradase la verdad. Le digo que gracias por su sinceridad
y le perdono, solo espero que mañana sea un día diferente y poder hablar al
menos con una persona.
Me despierto contento,
a diferencia de otros días, supongo que será por las disculpas de Jaime, aunque
intento no hacerme ilusiones porque una cosa es hablar por el móvil y otra
hacerlo delante de todo el mundo, ya que le mirarían mal. Cuando llego a clase
lo primero que hace Jaime es saludarme con una sonrisa, eso me alivia. Pasan
las horas de estar en clase y toca bajarse al recreo, viene Jaime a preguntarme
que si quiero irme con él y con sus amigos, y yo acepto. Me acogen muy bien, la
verdad es que es el primer día del curso que me divierto con alguien, y no es
lo mismo de siempre. Pasan los días y cada vez me lo paso mejor con ellos, y
ellos conmigo, creo que ya les puedo llamar esas palabras que no las suelo
decir muy a menudo, son mis amigos.
Gracias a Jaime
encontré mi lugar, mis amigos, me ayudó, y ya no volví a llorar por las cosas
que me hacían, ya que como ahora tenía amigos no lo veían tan divertido y lo
dejaron de hacer. ¿Por qué no todo el mundo actúa así? ¿Por qué hay gente que
necesita hacer daño a los demás? ¿Por qué siguen las gracias a personas que
hacen daño a otras? Creo que las personas que tratan así a los demás es porque
hay gente que les sigue el juego, porque si se quedasen solas al hacerlo, no
habría nadie que se atreviese, ya que son muy cobardes y solo pueden cuando
están respaldados. Con qué ayude una persona, la cosa cambia, como en mi caso
me paso con Jaime. ¿Por qué no lo intentas tú?
Raquel González Vázquez
1ºB 02/2018
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