Jordi se levantó a las
7.30 de la mañana, como todos los días. Su padre ya se había ido media hora
antes a patrullar, también como todos los días. Su madre estaba ya a punto de
salir de casa, y, como todos los días, le dio dos besos antes de irse.
Jordi se preparó el
desayuno. Aquel día le apetecía pan tumaca, junto, como siempre, a la gran taza
de Colacao. Después de desayunar, se duchó y se vistió, y a las ocho y cuarto
ya estaba en la puerta de la casa-cuartel esperando a su mejor amigo; Carles.
Carles solía llegar muy puntual, pero aquel día no llegaba, y Jordi decidió ir
yendo a su colegio, el IES Sant Andreu de la Barca, en Barcelona; esperaría a
Carles allí; se dijo.
Carles no fue al
colegio aquel día, Jordi no sabía porqué. Estará malo, pensó. Estaba pensando en sus cosas cuando el
profesor de Historia; Don Josep, dijo: “Como ya sabéis, anteayer se produjeron
en nuestro país hechos gravísimos de durísima represión al pueblo catalán por
exigir el cumplimiento de nuestros derechos. Supongo que veríais las imágenes
de la opresora y fascista Guardia Civil, esos bestias españoles, maltratando sin justificación a los pacíficos
manifestantes, que nos impone aquí la opresión del Estado franquista español.
Ahora, todos los que estéis en contra de estos lamentables hechos cometidos por
las fuerzas franquistas, salid al patio a protestar. Los que no salgan deberán
atenerse a las consecuencias.”
Jordi estaba paralizado
por la rabia. No podía articular palabra. Ante su asombro, todos sus compañeros
bajaron detrás de Don Josep. Se levantó a mirar por la ventana que daba al
patio. Nunca olvidará ese espectáculo. Casi todos sus compañeros de colegio
gritando junto a varios profesores consignas a favor de la independencia, pero
lo peor y lo que más se oía eran los graves insultos hacia la Guardia Civil y
la Policía Nacional.
Salió al pasillo, sacó
el móvil y llamó a su padre.” Papá, esto es horrible”; le dijo. “Sácame de
aquí, por favor”. “Te está insultando todo el mundo aquí”. Su padre le
respondió que en un momento estaba allí.
En la hora siguiente,
Doña Alba, profesora de matemáticas; preguntó al llegar a clase: “¿No habrá
aquí ningún familiar de un monstruo, un policía o guardia civil, verdad?”.
Jordi no dijo nada, pero todos sus compañeros se volvieron a mirarle. Entonces
sonó por megafonía su nombre. Por fin, pensó. Salió de clase lo más rápido que
pudo. Sabía que su profesora y muchos de sus compañeros lo miraban con asco y
con odio, no necesitaba mirarlos para darse cuenta. Bajó a la puerta y corrió
hacia su padre, llorando. Había vivido un infierno. No quería volver a aquel
colegio. Ahora entendía porqué el hijo del teniente Joan, su amigo Carles, no
había ido a clase. Era 2 de octubre de 2017. El peor día de sus 12 años de vida.
Un día para olvidar.
El día anterior su padre volvía a casa lleno
de moratones por los empujones de la gente,
que quería votar en el falso referéndum por la independencia de
Cataluña. Ahora, su familia tenía miedo. Miedo por expresarse libremente, por
decir lo que piensan, por tener colgada en la ventana una bandera de nuestro
país, de España. Miedo por vivir rodeado de gente que lo odia, que basa su odio
en falsedades y mentiras. Miedo por vivir en Cataluña.
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