UN
DESPERTAR PECULIAR
Ese olor, ese olor tan
peculiar a mantequilla frita. Ese olor hacía que el estómago de Timmy McArthur
rugiera sin control alguno, podía casi saborearlo. A las 8 de la mañana, como
era habitual en las calles de Addison (Texas), abría el humilde local del
vecino de Timmy, una pastelería caracterizada por sus exquisitos donuts. Como
cualquier otro fin de semana, Timmy baja corriendo las escaleras para pedirle
dinero a su madre para comprar donuts antes de que se acaben. Las prisas hacen
que se deje la chaqueta.
Esa mañana Timmy nota
que el ambiente es ligeramente distinto. No hay nadie en las calles de Addison.
No está la señora Dostal paseando a sus perros, tampoco está su mejor amigo
Steve Rogers, el cual conocía de toda la vida. Sin darle mucha importancia,
Timmy sigue andando hacia la pastelería y en la lejanía, no es capaz de divisar
la numerosa cola de gente encargando donuts que suele haber los fines de semana.
Sin embargo, es capaz de observar que sale humo de la pastelería, lo cual
indica que ya está abierta. Esto hace que Timmy se olvide por un momento de la soledad en la que se encuentra
y continúa con su más que memorizada ruta.
Timmy se reconforta con
el olor a mantequilla frita hasta que de repente, siente una ola de frío. Timmy
mira al cielo y observa como un grupo de nubes bloquean el sol. “Debería
haberme traído la chaqueta” se dice a sí mismo. Mientras anda, Timmy solo puede
pensar en los top pings que va a ponerle a su donut. “Crema de cacahuete y
azúcar glas están clarísimos” piensa Timmy. Cuando estaba a punto de decidir el
resto de condimentos, se da cuenta de que no está avanzando. Sus piernas se
mueven con fluidez, izquierda derecha, izquierda derecha, izquierda derecha...
Pero no se desplaza ni un mísero centímetro. Mientras una sensación de angustia
recorre su cuerpo, Timmy se da cuenta que el humo desprendido por los hornos de
la pastelería cada vez son más oscuros. Su color oscurece exponencialmente
hasta que parece que en vez de hacer donuts, se está quemando carbón. También
se da cuenta de que el olor está cambiando, el olor anterior a mantequilla
frita cambia por un olor a quemado repugnante. El estómago de Tim se retuerce.
Instantes después la peste se intensifica y cambia. Ya no huele a mantequilla,
huele a metal quemado, huele, específicamente, a acero quemado. Además del frío
y la peste, empieza a haber un ligero temblor, que al igual que el olor, se
intensifica por momentos. Los temblores pasan a ser sacudidas, Timmy se cae al
suelo y grita desconsoladamente. Los nervios, el miedo y la angustia hacen que
Timmy, entre gritos, cierre los ojos. Nada cambia, todo sigue igual, hasta que
Timmy abre los ojos de nuevo.
Aturdido observa que está
en un camarote de 2 camas, un poco pequeño pero suficiente para 2 personas. En
la pared ve un calendario: “7 de Diciembre de 1941”. Mira su reloj, marca las
7:49 de la mañana, hora local. En un instante se da cuenta de que todo lo de la
pastelería no había sido nada más que un sueño. Sin embargo se da cuenta de que
sigue teniendo las mismas sensaciones, tiene frío, lo cual se explica porque
está sin camiseta. Pero sigue oliendo a acero quemado y el acorazado en el que
se encuentra se menea violentamente. Mira a su alrededor, Steve… No está. Con
un nudo en el estómago, sale de su camerino y sube lo más rápido que puede a
cubierta. Cuando abre la puerta que da al exterior, observa el horror.
Incontable aviones con
lo que parece la bandera japonesa pintada en sus alas, están estrellándose
contra la flota americana de Pearl Harbor. Un brote de adrenalina recorre la
sangre de Timmy. Extremadamente preocupado, Timmy busca a Steve, su mejor amigo
y compañero de cabina. Al cabo de unos minutos lo divisa manejando uno de los
dos antiaéreos del acorazado. El otro antiaéreo estaba ocupado por un cadáver.
Sin dudarlo ni un segundo Timmy, se sienta en el antiaéreo y empieza a
disparar. Steve y Timmy eran conocidos por sus compatriotas debido a su
excelente puntería y su aguda visión periférica. Se compenetraban
perfectamente, tenían todos los ángulos cubiertos. “Parece que las horas de
entrenamiento han servido de algo ¿eh Tim?” grita Steve. Timmy sonríe y sigue
disparando mientras frunce el ceño.
Durante un breve
instante, parecía que los americanos iban a salir victoriosos en su defensa
contra la ofensiva Japonesa y todo ello gracias a sus dos mejores soldados,
Steve Rogers y Timmy McArthur. Justo cuando la esperanza inundaba sus
corazones, Timmy y Steve observan como 2 acorazados aliados explotan en llamas.
Ambos se miran y siguen disparando. A los pocos segundos los antiaéreos se
detienen. No queda munición en todo el barco.
Ambos dispuestos a
saltar al agua observan como un obús del tamaño de una motocicleta enduro, se
clava justo en frente suyo. Se miran y se dan un buen apretón de manos. Desde
la lejanía se pudo ver como el último acorazado Estadounidense se hundía en
llamas. Todo había acabado.
Gonzalo Bódemer Guerra
1ºBachillerato Grupo B
Mayo de 2018
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