EL
GRITO SORDO
Siempre
soñé con ese momento, cuando tus labios de mantequilla rozaran mi mejilla
sólida y rígida y que por un momento me pudiera dejarme llevar y derretirme
contigo, que me mires y veas algo que no viste, como un ciego que lleva
ignorando toda la vida que puede ver, y que por primera vez lo hace, que tus
pupilas de fuego fundiesen con ellas las mías gélidas y
oscuras, que abarcan un sufrimiento que no se puede ni explicar.
Tú
eras mi único salvoconducto para salir de esta vida, y no me hacía falta que
supieras quien era ni tan solo que me dirigieras una palabra, a mí me valía con
verte a la lejanía intentando una y otra vez tener ese valor para hablar
contigo, pero no lo conseguía, pero lo intentaba una y otra y otra vez, pero
siempre en vano, maldecía mil veces mi timidez y me maldecía a mi mismo por no
ser capaz ni de saludarte. Odiaba a cada uno de los chicos que hablaban
contigo, los celos recorrían mi cuerpo como truenos y retumbaban en mi
interior, como una bestia intentando salir de un cuerpo que no le pertenece,
pero que no puede, esa impotencia me absorbía una y otra vez.
No
podía aguantar que estuvieras con alguien que no fuera yo, pero claro, quien
podría pensar que sin tener el valor ni para hablarte, pudiera estar contigo,
por que yo siempre fui y seré el ese niño tímido y cobarde que cuando pasabas a
mi lado, no era capaz de gesticular ni una sola palabra, y no sabes cuánto
desearía hacerlo, poder hablar contigo y poder estar a tu lado compartiendo el
tiempo juntos, pero cuanto más pasaban los días, más me arrepentía de no
hacerlo, pero yo seguía siendo ese plebeyo que sueña por poder estar con la
faraona y que se cree que no se ha rendido, cuando en realidad ya lo ha hecho
hace mucho tiempo, cuando dejó que la vergüenza le ganara la batalla.
Todavía
me acuerdo el día que te vi con ese que iba de tu mano y ese beso que le diste,
en ese momento sentí como si acabarán de condenarme a muerte, sin poder echar
para atrás, y por una vez y sinceramente no me arrepiento, la bestia salió, corroído
por la ira, el odio y sobre todo la envidia, me levanté y fui a por ese chulo y
el primer puño directo a la mandíbula y fue la mejor sensación que sentí en mi
vida, hasta que mis ojos se cruzaron con los tuyos, con miedo, mirándome como
si fuera un monstruo, como si en vez de quererte te odiase y entonces comprendí
lo que había hecho y todo lo que significaba, intenté hablar contigo, pero las
palabras no querían salir de mi boca, fue como un grito ahogado desde el fondo
del océano más profundo, que intenta ascender pero se queda en el intento.
Cuando
me diste la espalda fue como si me hubieran clavado uno a uno mil alfileres
ardiendo en todo el cuerpo.
Tras
ese arrebato, fui a por ti, no se me pasó ni por un momento, que yo para ti era
un extraño que no había visto en su vida, yo para ti no era nada y tú para mí
lo eras todo, por eso, en ese momento, en el que vi ese camión a punto de
quitarme todo lo que quería, no me pensé ni un segundo en correr por ti y
ponerme en tu lugar.
Aunque
ya sea tarde y tú estés llorando a una caja de madera de la cual yo estoy
dentro, aunque me llores como el niño que te salvo la vida, y no como quien te
quiso hasta la muerte, ahora me atrevo a decirte lo que nunca te dije.
Te
quiero
Ignacio
del Cuvillo 4°F N°11
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