Ignacio del Cuvillo (El grito sordo)



EL GRITO SORDO

Siempre soñé con ese momento, cuando tus labios de mantequilla rozaran mi mejilla sólida y rígida y que por un momento me pudiera dejarme llevar y derretirme contigo, que me mires y veas algo que no viste, como un ciego que lleva ignorando toda la vida que puede ver, y que por primera vez lo hace, que tus pupilas de fuego fundiesen con ellas las mías gélidas y oscuras, que abarcan un sufrimiento que no se puede ni explicar.

Tú eras mi único salvoconducto para salir de esta vida, y no me hacía falta que supieras quien era ni tan solo que me dirigieras una palabra, a mí me valía con verte a la lejanía intentando una y otra vez tener ese valor para hablar contigo, pero no lo conseguía, pero lo intentaba una y otra y otra vez, pero siempre en vano, maldecía mil veces mi timidez y me maldecía a mi mismo por no ser capaz ni de saludarte. Odiaba a cada uno de los chicos que hablaban contigo, los celos recorrían mi cuerpo como truenos y retumbaban en mi interior, como una bestia intentando salir de un cuerpo que no le pertenece, pero que no puede, esa impotencia me absorbía una y otra vez.

No podía aguantar que estuvieras con alguien que no fuera yo, pero claro, quien podría pensar que sin tener el valor ni para hablarte, pudiera estar contigo, por que yo siempre fui y seré el ese niño tímido y cobarde que cuando pasabas a mi lado, no era capaz de gesticular ni una sola palabra, y no sabes cuánto desearía hacerlo, poder hablar contigo y poder estar a tu lado compartiendo el tiempo juntos, pero cuanto más pasaban los días, más me arrepentía de no hacerlo, pero yo seguía siendo ese plebeyo que sueña por poder estar con la faraona y que se cree que no se ha rendido, cuando en realidad ya lo ha hecho hace mucho tiempo, cuando dejó que la vergüenza le ganara la batalla.

Todavía me acuerdo el día que te vi con ese que iba de tu mano y ese beso que le diste, en ese momento sentí como si acabarán de condenarme a muerte, sin poder echar para atrás, y por una vez y sinceramente no me arrepiento, la bestia salió, corroído por la ira, el odio y sobre todo la envidia, me levanté y fui a por ese chulo y el primer puño directo a la mandíbula y fue la mejor sensación que sentí en mi vida, hasta que mis ojos se cruzaron con los tuyos, con miedo, mirándome como si fuera un monstruo, como si en vez de quererte te odiase y entonces comprendí lo que había hecho y todo lo que significaba, intenté hablar contigo, pero las palabras no querían salir de mi boca, fue como un grito ahogado desde el fondo del océano más profundo, que intenta ascender pero se queda en el intento.

Cuando me diste la espalda fue como si me hubieran clavado uno a uno mil alfileres ardiendo en todo el cuerpo.

Tras ese arrebato, fui a por ti, no se me pasó ni por un momento, que yo para ti era un extraño que no había visto en su vida, yo para ti no era nada y tú para mí lo eras todo, por eso, en ese momento, en el que vi ese camión a punto de quitarme todo lo que quería, no me pensé ni un segundo en correr por ti y ponerme en tu lugar.

Aunque ya sea tarde y tú estés llorando a una caja de madera de la cual yo estoy dentro, aunque me llores como el niño que te salvo la vida, y no como quien te quiso hasta la muerte, ahora me atrevo a decirte lo que nunca te dije.

Te quiero

Ignacio del Cuvillo 4°F N°11

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