CARTAS
DE GUERRA
A
principios del siglo XX corrían unos tiempos difíciles en la historia de
España. Pasé varios años sirviendo al ejército, en África
¿Cómo
se lo digo?, la batalla de anoche fue terrible, no sé como he sobrevivido, lo
único que oigo son los gritos, explosiones disparos lejanos y al enemigo encima
de nosotros. El bueno de Tomás, ha muerto en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo
contra los marroquíes. No sé cómo en este caos, rodeado de cadáveres, sangre,
compañeros heridos agonizando y gritando de dolor, mi pensamiento esté en una
simple carta.
“Apreciada Srta. Elvira, le escribo en nombre
de mi compañero y amigo Tomás Bermejo Martín, que no podrá continuar la
correspondencia que desde hace casi un año mantiene con usted, porque con mucho
pesar tengo que comunicarle que desgraciadamente ha muerto hace dos días como
un héroe en un duro combate contra el enemigo.
Desde que nos reclutaron hace más
de dos años, hemos compartido la misma tienda y sabíamos todo el uno del otro,
igual que el resto de soldados de la octava Compañía.
Tengo que decirle que Tomás,
tenía mucha dificultad para leer y escribir, aunque le ponía mucha voluntad y
había aprendido mucho, como antes de la guerra yo había sido maestro, le ayudaba
a escribir todas sus cartas. Ahora, me veo en la obligación de comunicarle que ha
fallecido.
La impaciencia y alegría con la
que Tomás esperaba y leía sus cartas, mejor dicho, leíamos sus cartas, nos
hacía olvidar las penalidades de esta guerra. Usted se interesaba por él y contaba
cosas de su vida cotidiana en Gijón que los dos seguíamos con mucho interés.
Todo esto hace que me atreva a pedirle, con todo respeto, Elvira, que me haría
muy dichoso poder continuar escribiéndole igual que hacía Tomás.
Espera impaciente su respuesta, con
mucho afecto, José Nuez.”
Tras
enviar la carta esperaba ansioso la respuesta. En los días que siguieron, en el
frente, no paraba de imaginar y pensar en Elvira y si no habría recibido la
carta o la había recibido pero no quería responderme, afectada por la muerte de
mi compañero.
Las
tropas agradecíamos la ayuda que aportaban estas “madrinas de guerra”
voluntarias en España para dar apoyo y moral a los soldados en el frente, sin
conocerlos, mediante cartas en las que se contaban lo que vivían día a día, sus
miedos, sus inquietudes…
Los
soldados las leíamos una y otra vez en alto, nos servía de motivación pensar
que si sobrevivíamos los duros y largos combates, cuando acabase la guerra nos
podríamos encontrar con ellas y al fin conocerlas. Alguno hasta había pedido
matrimonio por correspondencia con su madrina, quien había aceptado casarse.
Siempre me hacía especial ilusión ayudar a mis compañeros con este tipo de
cartas.
El
catorce de octubre por la mañana, al llegar la correspondencia, el cartero
militar tenía una carta para mí, me temblaban las manos al coger el sobre y leer el remitente “Elvira Castiello
Lauredo”- Gijón. El corazón se salía de mi pecho y los compañeros de tienda que
conocían mis sentimientos, compartían la emoción conmigo. Con mucha impaciencia
me aparté a un rincón donde leer la carta que decía:
“Estimado José, con mucha tristeza
también le doy el pésame por la muerte de su compañero y amigo Tomás Bermejo.
Un buen muchacho que ha dejado un vacío en los dos.
Con mucho gusto y orgullo,
seguiré la correspondencia con usted que espero mantener mucho tiempo. Si fuera
posible, le agradecería una fotografía suya que me sirva como recuerdo.
Un cordial saludo, Elvira.”
Al
leer estas palabras me dio un vuelco al corazón y me llenó de alegría y
felicidad, y a pesar de que la guerra continuaba, estas palabras hicieron que
por unos instantes me olvidase de toda la desgracia que había a mi alrededor.
Elvira
y yo mantuvimos esta correspondencia durante año y medio, me hablaba de su
familia, de la tienda de ropa de sus padres en la que trabajaba, los clientes
que entraban, los nuevos edificios y como iban cambiando las cosas de la
ciudad. Día tras día, aunque a veces las cartas tardaban un poco más en llegar.
Pasado
un tiempo, tras haberlo estado meditando mucho, en todas las horas muertas en
el campamento me atreví a pedirle que fuese mi esposa, y que si accedía y Dios
lo quería, nos casaríamos al terminar la
guerra.
Aunque
la carta de vuelta solo tardo en llegar tres días, fueron los tres días mas
largos de mi vida. No estaba muy seguro de su respuesta, cabía la posibilidad
de que me rechazase, al fin y al cabo no nos habíamos visto nunca, solo en
fotografías que nos mandábamos de vez en cuando.
La
carta llego por fin, estaba muy nervioso, pero no podía esperar ni un segundo más
sin saber su respuesta. Cuando terminé de leer la carta era el hombre mas feliz
del mundo, a pesar del lugar en donde estaba. ¡Había accedido, quería casarse
conmigo!
Lola
Nuez Aguado
1ºB
20
mayo 2018
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