Lucía Marín Fernández (Ni una más) -



NI UNA MÁS

Me llamo Marta Rodríguez, tengo cuarenta años y estoy sentada hoy día 24 de mayo de 2018 delante de la cámara para poder contar mi historia.

Nací el 17 de julio en Galicia, somos cinco hermanas: María, Laura, Esperanza, Blanca y yo, Marta. Fui al colegio de los Maristas junto a mis hermanas. Allí conocí a las que hoy en día siguen siendo mis mejores amigas: Carolina y Miriam. Acabé el bachillerato en la rama de ciencias y me fui junto a Carolina a Pamplona a estudiar. Acabamos los estudios y nos volvimos a Galicia a trabajar en el hospital de Barbanza.

Allí conocí a Manuel, él fue el hombre con el que me casé el 25 de abril; yo pensaba que era un hombre bueno: siempre estaba atento de mí, me cuidaba cuando estaba mal… también pensaba que me quería, pero todo esto cambió cuando tuvimos a nuestro primer y único hijo, Miguel, en 2002.

Siempre llegaba tarde a casa y siempre que llegaba estaba borracho y de mal humor, la mayoría de las veces lo pagaba conmigo. Al principio solo eran palabras malsonantes como: eres inútil, no sirves para nada…, pero más tarde estas palabras se empezaron a convertir en empujones y de empujones pasaron a tortazos. En ese momento de ira, yo me quedaba parada, no porque no quisiera pegarle, sino porque tenía miedo, miedo a que el próximo golpe que me fuera a dar fuese más fuerte y acabara matándome y dejando a mi hijo solo. Después de estas noches me quedaba en casa sin salir porque me daba vergüenza ir con moratones a la calle y la gente o, sobre todo, mi familia y amigos se dieran cuenta de todo lo que estaba ocurriendo. Esos días le decía a Manuel, que ya contaba con nueve años, que se fuera con la vecina al colegio.

Mi madre, que siempre sabía lo que me pasaba, y me comprendía mejor que nadie, me preguntó la noche de fin de año que si estaba todo bien con Manuel y que si me cuidaba. Justo cuando le iba a contar todo, apareció por la puerta, Manuel se acercó a mí, me agarró del brazo y me llevó junto a Miguel a la puerta. Cuando llegamos a casa metió a Miguel en su cuarto y me llevó al nuestro. Empezó a preguntarme si quería destrozar nuestra familia, que si quería arruinarle la vida y, como era de costumbre, esas palabras iban acompañadas de golpes. Pero esa vez la puerta de la habitación se abrió, apareció Miguel y se interpuso entre nosotros, empezó a defenderme y a enfrentarse a quien durante mucho tiempo había sido mi peor pesadilla. En ese momento me di cuenta de que mi hijo de 15 años, estaba siendo más fuerte que yo, me hice fuerte y junto a mi hijo logramos llamar a la policía para que se lo llevara y lo metiera en la cárcel.

Por eso, hoy estoy sentada aquí delante, para deciros a vosotras, que no os dejéis hacer lo que este hombre me ha hecho, que no tiene, ni debe haceros nadie. No podemos dejar que nos traten así, somos mujeres, no objetos y debemos luchar por vivir libres y sin miedo.

Este relato no es una historia real, pero hoy en día podría serlo. Por desgracia, todavía siguen existiendo cosas así, la mujer está bastante minusvalorada ante el hombre, hagamos que cambie. NO ES NO


Lucía Marín Fernández
4ºE Eso

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