UN DÍA EN EL FÚTBOL
Hoy era un día normal
en Madrid para muchos, un simple domingo como otro cualquiera, pero para mí no,
porque hoy iba con mi padre y mi mejor amigo al fútbol, lo llevábamos planeando
desde hace meses ya que mi equipo preferido de toda la vida, el Atlético de
Madrid, jugaba contra el equipo preferido de mi padre, el Deportivo de la
Coruña, y el partido se disputaba en el Vicente Calderón, el estadio del
Atleti.
El día anterior me
había costado mucho dormir por la emoción y encima mi padre nos había prometido
que si ganaba el Atleti nos llevaría el próximo fin de semana al parque de
atracciones, y yo nunca había estado, pero si ganaba el Deportivo tendríamos
que invitar a mi padre a unas cañas en su bar preferido, donde se reunían los
hinchas del Depor que vivían en Madrid.
El partido empezaba a
las doce y mi padre quería que llegáramos pronto porque así sería más fácil
entrar, y así lo hicimos; estuvimos dos horas antes de que empezara el partido.
Mientras tanto, mi padre nos llevaba por los distintos sitios cerca del
estadio, paseábamos y nos metíamos en distintos bares donde mi padre se
compraba alguna cerveza y nos invitaba a mi amigo y a mí a una Coca-Cola con
patatas. También aprovechamos y fuimos a la tienda oficial del Atleti a que mi
padre me comprara el regalo de cumpleaños que me debía, un balón y una bandera
de mi equipo.
Por fin llegó la hora
del partido y yo no paraba de animar a mi equipo, pero de vez en cuando los
hinchas del Depor gritaban y nos llamaban asesinos, yo le pregunte a mi padre
porque nos llamaban esa palabra tan fea y el me respondió que no lo sabía y que
sería una broma así que no le di más importancia.
El partido terminó con
una victoria del Atleti y salimos del estadio. Habíamos quedado con un amigo de
mi padre que era del Depor, así que nos dirigimos hacia la zona donde habían
colocado a los hinchas del Depor. Cuando llegamos, había un gran cordón
policial que separaba a los ultras del Depor, que lanzaban botellas. Mientras
mi padre preguntaba qué había pasado a un policía, mi amigo y yo nos quedamos
observando los rostros teñidos por la ira de los ultras del equipo rival. En
ese momento me percaté de que uno de ellos me miraba a la cara y me llamaba
asesino; eso es lo último que recuerdo antes de que perdiera el conocimiento.
Cuando me desperté
estaba en el hospital tumbado en una cama y junto a ella estaba mi padre que me
examinaba con la mirada para ver cómo estaba. Luego me explicó lo que había
sucedido: un pequeño grupo de los ultras de los dos equipos había quedado para
pegarse y uno del equipo rival había muerto por causa de esto, y por eso nos llamaban
asesinos; también me explicó que uno de los ultras del Depor me había lazado una
botella y me había dado en la cabeza.
En ese momento me quedé
reflexionando, ¿por qué había pagado yo los errores que otros habían cometido?,
¿cómo podía pagar un grupo de personas por una cosa que una minoría aislada,
con ideas totalmente ajenas a las nuestras, había cometido?, y sobre todo ¿cómo
una cosa como el fútbol que se supone que debe unir a la gente podía provocar
unas cosas así?
Mi padre debió de
leerme el pensamiento porque me dijo que no es el futbol el que provoca esto
sino las personas que lo toman como excusa para poder resolver sus problemas a
golpes.
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