Pablo de la Nuez (Un día en el Fútbol)



UN DÍA EN EL FÚTBOL

Hoy era un día normal en Madrid para muchos, un simple domingo como otro cualquiera, pero para mí no, porque hoy iba con mi padre y mi mejor amigo al fútbol, lo llevábamos planeando desde hace meses ya que mi equipo preferido de toda la vida, el Atlético de Madrid, jugaba contra el equipo preferido de mi padre, el Deportivo de la Coruña, y el partido se disputaba en el Vicente Calderón, el estadio del Atleti.

El día anterior me había costado mucho dormir por la emoción y encima mi padre nos había prometido que si ganaba el Atleti nos llevaría el próximo fin de semana al parque de atracciones, y yo nunca había estado, pero si ganaba el Deportivo tendríamos que invitar a mi padre a unas cañas en su bar preferido, donde se reunían los hinchas del Depor que vivían en Madrid.

El partido empezaba a las doce y mi padre quería que llegáramos pronto porque así sería más fácil entrar, y así lo hicimos; estuvimos dos horas antes de que empezara el partido. Mientras tanto, mi padre nos llevaba por los distintos sitios cerca del estadio, paseábamos y nos metíamos en distintos bares donde mi padre se compraba alguna cerveza y nos invitaba a mi amigo y a mí a una Coca-Cola con patatas. También aprovechamos y fuimos a la tienda oficial del Atleti a que mi padre me comprara el regalo de cumpleaños que me debía, un balón y una bandera de mi equipo.

Por fin llegó la hora del partido y yo no paraba de animar a mi equipo, pero de vez en cuando los hinchas del Depor gritaban y nos llamaban asesinos, yo le pregunte a mi padre porque nos llamaban esa palabra tan fea y el me respondió que no lo sabía y que sería una broma así que no le di más importancia.

El partido terminó con una victoria del Atleti y salimos del estadio. Habíamos quedado con un amigo de mi padre que era del Depor, así que nos dirigimos hacia la zona donde habían colocado a los hinchas del Depor. Cuando llegamos, había un gran cordón policial que separaba a los ultras del Depor, que lanzaban botellas. Mientras mi padre preguntaba qué había pasado a un policía, mi amigo y yo nos quedamos observando los rostros teñidos por la ira de los ultras del equipo rival. En ese momento me percaté de que uno de ellos me miraba a la cara y me llamaba asesino; eso es lo último que recuerdo antes de que perdiera el conocimiento.

Cuando me desperté estaba en el hospital tumbado en una cama y junto a ella estaba mi padre que me examinaba con la mirada para ver cómo estaba. Luego me explicó lo que había sucedido: un pequeño grupo de los ultras de los dos equipos había quedado para pegarse y uno del equipo rival había muerto por causa de esto, y por eso nos llamaban asesinos; también me explicó que uno de los ultras del Depor me había lazado una botella y me había dado en la cabeza.

En ese momento me quedé reflexionando, ¿por qué había pagado yo los errores que otros habían cometido?, ¿cómo podía pagar un grupo de personas por una cosa que una minoría aislada, con ideas totalmente ajenas a las nuestras, había cometido?, y sobre todo ¿cómo una cosa como el fútbol que se supone que debe unir a la gente podía provocar unas cosas así?

Mi padre debió de leerme el pensamiento porque me dijo que no es el futbol el que provoca esto sino las personas que lo toman como excusa para poder resolver sus problemas a golpes.
Pablo de la Nuez

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