UN DÍA DE INVIERNO
La caída del agua desde el balcón donde
una señora mayor riega con esmero sus plantas, el canto de los pájaros, el
susurro de las hojas moviéndose… es un ambiente magnífico para dibujar. Me
tumbó en el césped, un poco húmedo y con ese aroma tan peculiar que lo
caracteriza. Algunas hierbas me acarician las piernas y los lados de la cara,
pero en lugar de incomodarme me hace estar más relajada delante del admirable
crepúsculo. No pienso, sólo observo esa maravilla e intento inmortalizarla en
el papel.
El parque solitario, como siempre, los
niños deben de estar jugando con los juguetes en sus casas mientras los padres
llegan de trabajar, las farolas iluminan tímidamente la calle, y por los huecos
de las casas se perciben los humos negros de las chimeneas encendidas. Observó
el estanque de aquel parque, y de pronto, me doy cuenta de que sentados en un
pequeño banco se encuentra un matrimonio anciano, contemplando los últimos
rayos de sol que les deslumbran dejando unas maravillosas sombras tras ellos.
Están apurando los últimos trozos de pan de una barra para dárselos a los patos
que se están nadando plácidamente.
Un perro callejero que estaba
vagabundeando por el parque, no puede resistirse al olor del pan y aunque de
manera tímida y calmada se acerca a la pareja. Camina despacio y se coloca
delante de la mujer con miedo. El hombre sin pensárselo dos veces, corta con
cuidado un trozo de pan y se lo entrega al perro cariñosamente. La mujer
acaricia su espalda dándole calor.
El perro, comienza a mover el rabo y a
devorar trozo tras trozo el pan que le proporcionan los ancianos. Escucho como
ambos se ríen y conversan animadamente, se nota que le han cogido cariño a
aquel pequeño perro. La escena es perfecta para retratarla, tres sombras negras
que se encuentran en un mismo escenario bajo los escasos rayos de sol.
El hombre se levanta con cautela y ayuda
a su mujer, que debe tener algunos años más que él, le tiende la mano y con
paso lento, caminan hasta la salida del parque. A su lado aquel gracioso perro,
que no esperaba encontrar tanto amor y cariño. Ambos pasan por mi lado y me
saludan con una sonrisa sincera. Les devuelvo la sonrisa mientras les observo
marcharse.
Terminó el dibujo de aquella bonita
estampa frente al lago, recojo mis cosas esperando volver mañana y encontrarme
a la pareja sentada frente al estanque.
Como no era de esperar, a la tarde
siguiente estaban los dos ahí sentados de nuevo, y así, lo hicieron durante
mucho tiempo. Me gustaba bajar a ese parque y encontrármelos, dados de la mano
y cuidando de aquel travieso perro.
Desgraciadamente, una fría noche de
invierno, el marido se encontraba solo con el perro sentados en el banco,
contemplando como se acababa el día. Me acerqué a él con un afable gesto, y le
pregunté dónde se encontraba su mujer. El hombre con la voz quebrada me contó
que su mujer ya estaba muy cansada para salir a la calle a ver el atardecer. Le
propuse traerles ese atardecer que les unía todos los días a su casa. Recopilé
todos los bocetos que había estado haciendo sobre ellos, y los enmarqué para
que Gloria, así se llamaba la mujer, no dejara de disfrutar nunca de aquel
maravilloso paisaje con la persona que más quería a su lado.
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