Beatriz Sobera (Una gran aventura)




UNA GRAN AVENTURA

No me lo podía creer, me había quedado paralizada en medio de mi pequeño salón. El mundo se estaba cayendo a mis pies, en aquella habitación, aquel piso que tantos momentos había podido vivir: risas, llantos, cuatro nocheviejas ya desde que decidí saltar a la piscina y comprarme mi pequeño nidito. Estaba situado en el centro de Bilbao, cada día estaba más enamorada de esta ciudad; su casco antiguo, la ría, los pintxos, el ambiente al salir de la oficina… Me consideraba una más en esa pequeña burbuja del norte. Llevaba 5 años viviendo aquí, y por mucho que me preguntasen por qué había elegido Bilbao, yo siempre respondía lo mismo, ¡Nada le falta a esta ciudad!

Vine huyendo de Madrid, y encontré lo que siempre me faltó en la capital, nuevas oportunidades.

No me podía creer que hubiese dado positivo el test de embarazo, como se lo iba a contar a papá. No podía soltarle una bomba así después de que mamá nos dejase tan pronto, aún estaba muy sensible; si quería seguir adelante con un bebé iba a ser sola.

Necesitaba respirar aire puro, era septiembre, pero aquí siempre había que llevar la txamarra  por si acaso. Cogí lo mínimo, llaves, la bufanda y todas las dudas que llevaba encima en ese momento. Sabía dónde tenía que ir, una cafetería al lado de la oficina, era mi sitio preferido en el mundo, y siempre encontraba las respuestas a mis continuas preguntas. La camarera era ya amiga mía de tantas veces que iba. La saludé, y pedí lo de siempre. Me miró y enseguida supo que hoy no era el día para hablar, quería mi espacio, mi sillón de siempre al lado de la calefacción para poder evadirme de todo. Me senté y enseguida me sumergí en mis pensamientos. Iba a ser madre, pero yo no quería, no estaba preparada, y no tenía a mi madre para poder preguntarla como antes hacía cada vez que me rondaba alguna preocupación por la cabeza. Mi madre era de esas pocas personas que sabía qué hacer en cada momento para ser de gran ayuda, y en parte en estos casos es cuando la echaba más de menos. No sabía que hacer, así que pensé en recurrir a lo fácil: el aborto, no estaba preparada para madurar y no necesitaba más complicaciones en mi vida en este momento. Me recosté en el sillón, y por un momento dejé todo a un lado y caí en un profundo sueño.

¡Empuja cariño, empuja!, no entendía como había llegado aquí, ¿por qué estaba papá a mi lado, dándome la mano y con lágrimas en los ojos?, ¿por qué tenía que empujar?, tardé 5 segundos en darme cuenta de donde estaba. Me encontraba rodeada de médicos, estaba a punto de nacer mi hijo, y en ese momento solo pensé en él o ella, no sé por qué no había abortado, pero ahora que iba a nacer iba a empujar por el bebé.
Cuando le vi la cara, lo supe, iba a querer a esa criatura para el resto de mi vida, tenía que hacerlo, el médico me felicitó y dejó en mis brazos lo que iba a ser de ahora en adelante mi tesoro más preciado. Mi niña, mi preciosa Carlota.

Todas mis amigas me preguntaron cómo iba a llamarla, según tuvimos nuestro primer contacto visual lo supe, Carlota, iba a ser la niña más especial del mundo.

Contemplé la imagen absorta durante un periodo de tiempo que no sé cuánto duró. Los 3 pilares de mi vida, María, Maite y Carlota, junto a mi tesoro más preciado. Ellas habían estado conmigo siempre, ayudándome y sacando la mejor parte de mí, enseñándome que tengo muchas cosas buenas y haciendo todo lo posible para que siguiera adelante, lo habían dado todo por mí siempre, y en ese momento supe que iban a ser las mejores tías del mundo. Decidí Carlota como nombre, porque quería que mi niña fuese valiente, que se esforzase y que supiese que siempre la iba a querer. Miré a mis tres amigas y lo tuve claro. Nunca iba a estar sola con Carlota, las tenía a ellas, no iban a dejarnos nunca solas y quería que inculcasen a mi bebé los mismos valores que les hacían a las 3, las mejores personas de mi vida.

Bautizamos a Carlota, y pude ver el orgullo reflejado en los ojos de la gente que se encontraban junto a mí en ese momento.

Vi sus primeros pasos, y puedo jurar que fue la primera vez que lloré de felicidad, cuando dijo mamá por primera vez, su primer día de cole, que solo lloraba porque se creía que la estaba abandonando, y en verdad, a mí también se me cayeron algunas lagrimillas al verme reflejada en ella la primera vez que mamá me dejó en clase. Cuando vino contenta, eufórica y con los mofletes rojos de haber corrido hacia mis brazos porque se había hecho su primer amigo, que ya habían jurado que iban a ser mejores amigos para siempre, la primera vez que la vi llorar desconsoladamente porque se había enfadado con su amiga Carla y no quiso ir al cole al día siguiente. A mí siempre se me había dado fatal consolar a las personas, así que lo único que se me ocurrió fue llevarla al cine y comprarle chuches, funcionó y al día siguiente vino con esa sonrisa de oreja a oreja sin la mitad de los dientes que tantas preocupaciones me quitaba siempre solo con verla. Su primer suspenso que le afectó tanto, fuimos al cine y le compré  chuches como hacía siempre que algo le afectaba más de la cuenta, la consolé contándola todas las miles de veces que yo había suspendido, y al final apareció esa risa, melodía para mi vida es como la había clasificado ya. Llegó su primer viaje fuera de casa sola, y me puse más nerviosa yo que ella al final. Su primera fiesta de cumpleaños, vinieron sus tres tías para hacerme compañía, pero al final acabamos nosotras en la fiesta como unas niñas más. Su primer amor, y la primera vez que la rompieron el corazón, que tuvimos que ir muchas veces al cine y comprar muchas chuches para que volviera a sonreír. Su último año de colegio, que lo viví yo más emocionada que ella casi, ver que se iba haciendo tan mayor tan rápido, no quería que me dejase nunca. Fuimos a ver a papá, Carlota y él se llevaban tan bien a lo largo de todos estos años. Eran tan iguales y papá siempre le contaba mil historias de mamá y de mí después de que le suplicara tantas veces que no parase nunca de hablar, se admiraban tanto, que a mí no se me podía inflar más el corazón de amor, verles juntos, después de tantos años. Papá siempre me repetía que tenía los ojos de mamá, pero había heredado el desorden y el caos de mí.

Papá nos dejó dos meses después de esa tarde, y yo solo quise llorar y no salir de casa; pero Carlota no me dejó, me cogió de la mano, nos vestimos y me llevó al cine, me compró chuches y me prometió que siempre iba a poder contar en ella y que el abuelo y la abuela por fin estarían juntos. Me quedé observándola toda la película, pensé, ¿cómo pude plantearme la idea de abortar?, ¿cómo algo tan pequeño hace que sea tan feliz?, no obtuve respuesta alguna, pero si me di cuenta de lo afortunada que era, como alumbraba mi vida y mi camino, siempre, simplemente con su sonrisa.

Oía sus gritos por toda la casa, y aunque la quería más que a nada, muchas veces era insoportable. ¡Mamá!, dónde está mi camiseta básica, ¡no vamos a llegar!, voy a perder el vuelo, y aún no he acabado la maleta. Respiré hondo y me quedé en el marco de la puerta observándola, era tan igual a mí, siempre haciendo todo a última hora, que desastre pensé, mamá seguro que se estaba riendo de mí, diciendo: ¡a que voy yo y la encuentro!, sonreí por el pequeño recuerdo y cerrando la maleta aun saliendo por la puerta de casa, nos montamos en el coche y llegamos a tiempo, despidiéndome con la mano junto a los otros padres del colegio, le dije que tuviese cuidado, que fuese educada y que disfrutase de su viaje de fin de curso.

Minutos después cogí el coche y fui a una cafetería al lado de mi antigua oficina, cuando trabajaba allí, iba casi todos los días, entré y reconocí rápidamente a la camarera que años atrás me había atendido tantas veces, me vio y no hizo falta decir nada, ella me sirvió lo de siempre. Recogí mi pedido y me senté en el sillón que años atrás había sido mi guarida cuando yo necesitaba pensar. Eché la vista atrás, haciendo una pausa, para poder apreciar hasta donde había llegado. Mi niña, mi luz, mi Carlota, mi tesoro más valioso, había sido la mejor decisión de mi vida, sus tres tías; Maite, María y Carlota habían sido mis muletas cuando yo cojeaba en algún punto y han sido sus madres al igual que yo. Jamás pensé que mi vida iba a ser así, era feliz, había llegado a un punto que jamás llegué a pensar que iba a alcanzar algún día. El sueño iba cayendo sobre mí lentamente, y de repente noté unos brazos arropándome y abrazándome, era ella, mi madre, cuanto la echaba de menos pensé, me susurró el te quiero más sincero que había escuchado nunca. Y de repente noté que alguien empezaba a sacudirme, empecé a despertarme poco a poco, iba a mandarle un mensaje a Carlota para ver que tal había aterrizado el avión, pero no encontré su contacto. Me despierto del todo y veo que están mis tres amigas, con cara de preocupación, apunto de derramar alguna lágrima, me pienso lo peor y pregunto: ¿Carlota ha llegado bien?, las tres se miran, cómo preguntándose que quien era Carlota a través de la mirada.

Las tres se arrodillaron al lado de mi sillón y me cogieron las manos con cariño, hasta que Maite se decide a hacer la pregunta que las tres estaban deseando hacerme desde que me había despertado: ¿Has abortado al final?, mi mundo se paró por unos instantes, o quizá horas, no quise moverme, no podía, jamás me iba a perdonar haber abortado si hubiera cometido este gran fallo. Debieron de caerse mil lágrimas por mis ojos, porque cada una sacó un clínex de su bolso y limpiaron mis lágrimas como tantas veces habían hecho ya. Se va a llamar Carlota, y no voy a abortar nunca. No sé con que energía fui capaz de pronunciar esa frase, pero pude.

Me llevaron al cine, compramos chuches y en ese preciso instante todo lo que nunca había tenido sentido para mí, encajó, iba a luchar por mí y por Carlota, mi niña, mi razón de ser. Íbamos a ser felices juntas, en esta gran aventura llamada: ser madre.

Beatriz Sobera. Noviembre 2018, 1ºA

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