UNA
GRAN AVENTURA
No me lo podía creer,
me había quedado paralizada en medio de mi pequeño salón. El mundo se estaba
cayendo a mis pies, en aquella habitación, aquel piso que tantos momentos había
podido vivir: risas, llantos, cuatro nocheviejas ya desde que decidí saltar a
la piscina y comprarme mi pequeño nidito. Estaba situado en el centro de
Bilbao, cada día estaba más enamorada de esta ciudad; su casco antiguo, la ría,
los pintxos, el ambiente al salir de la oficina… Me consideraba una más en esa
pequeña burbuja del norte. Llevaba 5 años viviendo aquí, y por mucho que me
preguntasen por qué había elegido Bilbao, yo siempre respondía lo mismo, ¡Nada
le falta a esta ciudad!
Vine huyendo de Madrid,
y encontré lo que siempre me faltó en la capital, nuevas oportunidades.
No me podía creer que
hubiese dado positivo el test de embarazo, como se lo iba a contar a papá. No
podía soltarle una bomba así después de que mamá nos dejase tan pronto, aún
estaba muy sensible; si quería seguir adelante con un bebé iba a ser sola.
Necesitaba respirar
aire puro, era septiembre, pero aquí siempre había que llevar la txamarra por si acaso. Cogí lo mínimo, llaves, la
bufanda y todas las dudas que llevaba encima en ese momento. Sabía dónde tenía
que ir, una cafetería al lado de la oficina, era mi sitio preferido en el
mundo, y siempre encontraba las respuestas a mis continuas preguntas. La
camarera era ya amiga mía de tantas veces que iba. La saludé, y pedí lo de
siempre. Me miró y enseguida supo que hoy no era el día para hablar, quería mi
espacio, mi sillón de siempre al lado de la calefacción para poder evadirme de
todo. Me senté y enseguida me sumergí en mis pensamientos. Iba a ser madre,
pero yo no quería, no estaba preparada, y no tenía a mi madre para poder
preguntarla como antes hacía cada vez que me rondaba alguna preocupación por la
cabeza. Mi madre era de esas pocas personas que sabía qué hacer en cada momento
para ser de gran ayuda, y en parte en estos casos es cuando la echaba más de
menos. No sabía que hacer, así que pensé en recurrir a lo fácil: el aborto, no
estaba preparada para madurar y no necesitaba más complicaciones en mi vida en
este momento. Me recosté en el sillón, y por un momento dejé todo a un lado y
caí en un profundo sueño.
¡Empuja cariño,
empuja!, no entendía como había llegado aquí, ¿por qué estaba papá a mi lado,
dándome la mano y con lágrimas en los ojos?, ¿por qué tenía que empujar?, tardé
5 segundos en darme cuenta de donde estaba. Me encontraba rodeada de médicos,
estaba a punto de nacer mi hijo, y en ese momento solo pensé en él o ella, no
sé por qué no había abortado, pero ahora que iba a nacer iba a empujar por el
bebé.
Cuando le vi la cara,
lo supe, iba a querer a esa criatura para el resto de mi vida, tenía que
hacerlo, el médico me felicitó y dejó en mis brazos lo que iba a ser de ahora
en adelante mi tesoro más preciado. Mi niña, mi preciosa Carlota.
Todas mis amigas me
preguntaron cómo iba a llamarla, según tuvimos nuestro primer contacto visual
lo supe, Carlota, iba a ser la niña más especial del mundo.
Contemplé la imagen
absorta durante un periodo de tiempo que no sé cuánto duró. Los 3 pilares de mi
vida, María, Maite y Carlota, junto a mi tesoro más preciado. Ellas habían
estado conmigo siempre, ayudándome y sacando la mejor parte de mí, enseñándome
que tengo muchas cosas buenas y haciendo todo lo posible para que siguiera
adelante, lo habían dado todo por mí siempre, y en ese momento supe que iban a
ser las mejores tías del mundo. Decidí Carlota como nombre, porque quería que
mi niña fuese valiente, que se esforzase y que supiese que siempre la iba a
querer. Miré a mis tres amigas y lo tuve claro. Nunca iba a estar sola con
Carlota, las tenía a ellas, no iban a dejarnos nunca solas y quería que
inculcasen a mi bebé los mismos valores que les hacían a las 3, las mejores
personas de mi vida.
Bautizamos a Carlota, y
pude ver el orgullo reflejado en los ojos de la gente que se encontraban junto
a mí en ese momento.
Vi sus primeros pasos,
y puedo jurar que fue la primera vez que lloré de felicidad, cuando dijo mamá
por primera vez, su primer día de cole, que solo lloraba porque se creía que la
estaba abandonando, y en verdad, a mí también se me cayeron algunas lagrimillas
al verme reflejada en ella la primera vez que mamá me dejó en clase. Cuando
vino contenta, eufórica y con los mofletes rojos de haber corrido hacia mis
brazos porque se había hecho su primer amigo, que ya habían jurado que iban a
ser mejores amigos para siempre, la primera vez que la vi llorar
desconsoladamente porque se había enfadado con su amiga Carla y no quiso ir al
cole al día siguiente. A mí siempre se me había dado fatal consolar a las
personas, así que lo único que se me ocurrió fue llevarla al cine y comprarle
chuches, funcionó y al día siguiente vino con esa sonrisa de oreja a oreja sin
la mitad de los dientes que tantas preocupaciones me quitaba siempre solo con
verla. Su primer suspenso que le afectó tanto, fuimos al cine y le compré chuches como hacía siempre que algo le
afectaba más de la cuenta, la consolé contándola todas las miles de veces que
yo había suspendido, y al final apareció esa risa, melodía para mi vida es como
la había clasificado ya. Llegó su primer viaje fuera de casa sola, y me puse
más nerviosa yo que ella al final. Su primera fiesta de cumpleaños, vinieron
sus tres tías para hacerme compañía, pero al final acabamos nosotras en la
fiesta como unas niñas más. Su primer amor, y la primera vez que la rompieron
el corazón, que tuvimos que ir muchas veces al cine y comprar muchas chuches
para que volviera a sonreír. Su último año de colegio, que lo viví yo más
emocionada que ella casi, ver que se iba haciendo tan mayor tan rápido, no
quería que me dejase nunca. Fuimos a ver a papá, Carlota y él se llevaban tan
bien a lo largo de todos estos años. Eran tan iguales y papá siempre le contaba
mil historias de mamá y de mí después de que le suplicara tantas veces que no
parase nunca de hablar, se admiraban tanto, que a mí no se me podía inflar más
el corazón de amor, verles juntos, después de tantos años. Papá siempre me
repetía que tenía los ojos de mamá, pero había heredado el desorden y el caos de
mí.
Papá nos dejó dos meses
después de esa tarde, y yo solo quise llorar y no salir de casa; pero Carlota
no me dejó, me cogió de la mano, nos vestimos y me llevó al cine, me compró
chuches y me prometió que siempre iba a poder contar en ella y que el abuelo y
la abuela por fin estarían juntos. Me quedé observándola toda la película, pensé,
¿cómo pude plantearme la idea de abortar?, ¿cómo algo tan pequeño hace que sea
tan feliz?, no obtuve respuesta alguna, pero si me di cuenta de lo afortunada
que era, como alumbraba mi vida y mi camino, siempre, simplemente con su
sonrisa.
Oía sus gritos por toda
la casa, y aunque la quería más que a nada, muchas veces era insoportable.
¡Mamá!, dónde está mi camiseta básica, ¡no vamos a llegar!, voy a perder el
vuelo, y aún no he acabado la maleta. Respiré hondo y me quedé en el marco de la
puerta observándola, era tan igual a mí, siempre haciendo todo a última hora,
que desastre pensé, mamá seguro que se estaba riendo de mí, diciendo: ¡a que
voy yo y la encuentro!, sonreí por el pequeño recuerdo y cerrando la maleta aun
saliendo por la puerta de casa, nos montamos en el coche y llegamos a tiempo,
despidiéndome con la mano junto a los otros padres del colegio, le dije que
tuviese cuidado, que fuese educada y que disfrutase de su viaje de fin de
curso.
Minutos después cogí el
coche y fui a una cafetería al lado de mi antigua oficina, cuando trabajaba
allí, iba casi todos los días, entré y reconocí rápidamente a la camarera que
años atrás me había atendido tantas veces, me vio y no hizo falta decir nada,
ella me sirvió lo de siempre. Recogí mi pedido y me senté en el sillón que años
atrás había sido mi guarida cuando yo necesitaba pensar. Eché la vista atrás,
haciendo una pausa, para poder apreciar hasta donde había llegado. Mi niña, mi
luz, mi Carlota, mi tesoro más valioso, había sido la mejor decisión de mi
vida, sus tres tías; Maite, María y Carlota habían sido mis muletas cuando yo
cojeaba en algún punto y han sido sus madres al igual que yo. Jamás pensé que
mi vida iba a ser así, era feliz, había llegado a un punto que jamás llegué a
pensar que iba a alcanzar algún día. El sueño iba cayendo sobre mí lentamente,
y de repente noté unos brazos arropándome y abrazándome, era ella, mi madre,
cuanto la echaba de menos pensé, me susurró el te quiero más sincero que había
escuchado nunca. Y de repente noté que alguien empezaba a sacudirme, empecé a
despertarme poco a poco, iba a mandarle un mensaje a Carlota para ver que tal
había aterrizado el avión, pero no encontré su contacto. Me despierto del todo
y veo que están mis tres amigas, con cara de preocupación, apunto de derramar
alguna lágrima, me pienso lo peor y pregunto: ¿Carlota ha llegado bien?, las
tres se miran, cómo preguntándose que quien era Carlota a través de la mirada.
Las tres se arrodillaron
al lado de mi sillón y me cogieron las manos con cariño, hasta que Maite se
decide a hacer la pregunta que las tres estaban deseando hacerme desde que me
había despertado: ¿Has abortado al final?, mi mundo se paró por unos instantes,
o quizá horas, no quise moverme, no podía, jamás me iba a perdonar haber
abortado si hubiera cometido este gran fallo. Debieron de caerse mil lágrimas
por mis ojos, porque cada una sacó un clínex de su bolso y limpiaron mis
lágrimas como tantas veces habían hecho ya. Se va a llamar Carlota, y no voy a
abortar nunca. No sé con que energía fui capaz de pronunciar esa frase, pero
pude.
Me llevaron al cine,
compramos chuches y en ese preciso instante todo lo que nunca había tenido
sentido para mí, encajó, iba a luchar por mí y por Carlota, mi niña, mi razón
de ser. Íbamos a ser felices juntas, en esta gran aventura llamada: ser madre.
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