Gonzalo Alonso (El fantasma del olvido)




EL FANTASMA DEL OLVIDO


Era lunes, y, como todos los días, Alfredo se levantó a las 6.00. Juana dormía todavía, ella no tenía que levantarse tan pronto como él. Desayunó y se vistió, preparado para trabajar. La semana pasada había cumplido 72 años, pero no podía permitirse jubilarse, no porque su pensión no le permitiera vivir con holgura, sino por la honda pena que le invadiría si abandonaba su trabajo.

Bajó al garaje y sacó el tractor, al que enganchó el arado mecánico que su hermano le regaló por su cumpleaños. Le esperaban 98 hectáreas de barbecho por arar, eso por la mañana. Después, debía asegurarse de que el riego de las 26 restantes estuviera en correcto funcionamiento. Era un día aciago, gris y lluvioso, de esos típicos del otoño burgalés a los que tan acostumbrado estaba.

Juana, su mujer desde hacía 45 años se había jubilado hace ya cinco años y ahora cuidaba la casa y se encargaba de la administración del ayuntamiento y las visitas a la vieja iglesia del siglo XIV que presidía la plaza mayor.

Alfredo y Juana tenían tres hijos, uno vivía en Valladolid, otro en Burgos y el tercero en Madrid. Cada vez que se veían, ellos intentaban convencerles de que dejaran el pueblo y marcharan a Burgos para estar mejor atendidos; pero ellos no querían abandonar el pueblo que les vio nacer, enamorarse y envejecer juntos. Allí estaban sus raíces, las de su familia, y nunca abandonarían Villanueva de Pisuerga.

En Villanueva eran 25 vecinos, todos de entre 60 y 90 años, menos un joven matrimonio que cuidaba de sus padres y regentaba una casa rural que siempre estaba reservada y ocupada. Eso le daba cierta vidilla al pueblo, eso y el bar Manolo, enfrente de la iglesia, el único que quedaba abierto en el pueblo. Aquel día había muerto Josefina, la tía de la mejor amiga de Juana, pero el funeral no sería hasta dentro de una semana, porque el cura tenía a su cargo 15 pueblos además de Villanueva y no podría ir hasta esa fecha.

Alfredo recordaba mientras conducía el tractor hacia sus campos los tiempos de su juventud, cuando Villanueva rondaba los 1.500 habitantes y era el pueblo más importante de la comarca, famoso por su mercado semanal de productos agrícolas y ganadería. Pensaba en cómo el pueblo había ido sumiéndose lentamente en el olvido. Al empezar el siglo XXI, aún eran 200 habitantes, pero con la terrible crisis económica de 2008, la población había huido a la ciudad, quedando en 2018 esos 25 vecinos.

Las cooperativas agrícolas habían ido cerrando por bancarrota o trasladándose a las afueras de Burgos por falta de mano de obra. Sus hijos, que en un principio pensaban fundar una empresa familiar en Villanueva, habían seguido ese mismo camino ante la cruda realidad de la despoblación de Villanueva. Juana, su mujer, al ser funcionaria no había sufrido tanto la crudeza de la crisis, pero él, como autónomo, sí. La época en la que más alegre se sentía era la época de siembra y la de recolección, porque contrataba mano de obra y no trabajaba solo durante al menos un mes.

El resto del año, la soledad le acompañaba durante la jornada laboral al completo. Al llegar la noche, veía el telediario mientras cenaba junto a Juana, viendo y escuchando noticias que, en su mayoría no afectaban la realidad de Villanueva: en una generación, el pueblo habría dejado de existir si nadie ponía remedio a la despoblación que lo desangraba, al igual que a toda Castilla y León, Extremadura, Castilla-La Mancha, Galicia, La Rioja y Aragón. El 70% del territorio español agrupa tan solo al 10% de la población española.

Alfredo también se alegraba de que al joven matrimonio de la casa rural les fuera tan bien. Se rumoreaba por el pueblo que esperaban un hijo. No había niños en Villanueva, pero el viejo parque aún se podía usar. Alfredo pensó en arreglarlo para cuando naciera el niño. Pensando en ello le vino a la mente su padre, llevándole al parque con sus amigos. Antaño también había una pequeña escuela en Villanueva, con casi 200 alumnos, pero ahora se utilizaba como almacén agrícola.

En eso pensaba cada día Alfredo. Las únicas cosas que le alegraban el día eran su mujer y la partida de mus que jugaba diariamente en el bar Manolo junto a Eustaquio, Alberto y Francisco, sus amigos de toda la vida. Entre los cuatro se tiraban dos horas al día entre naipes y aceitunas. Después volvía a casa y cenaba con Juana.

Cada vez que había elecciones, Alfredo oía cómo los políticos visitaban la España vacía, interior y despoblada, pero sabía, como todos, que aunque ganaran las elecciones, nunca cumplían sus promesas de ayuda al mundo rural. Desde los pequeños ayuntamientos locales poco se podía hacer.

Alfredo y Juana veían cómo, día a día, el pueblo quedaba más solitario, más abandonado. Nunca había habido tan poca población en Villanueva desde el siglo XIX. El fantasma del olvido se cierne de nuevo sobre los pueblos de la España rural, interior e histórica, y, si no se le pone remedio, pronto esos pueblos que son nuestras raíces acabarán por desparecer.

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