Lucía Marín Fernández (Un final inesperado )



UN FINAL INESPERADO

Después de tanto tiempo esperando, había llegado el momento.

Hace dos meses, cuando María me propuso ir a hacer un voluntariado a una región de Etiopía, creía que estaba loca, pensé; ¿ella y yo solas viajando para ir a ayudar a la gente? Eso no hay quien se lo crea.

Pero aquí estamos en el aeropuerto de Adolfo Suárez facturando las maletas a las cinco y media de la mañana, ya nos habíamos despedido de nuestras respectivas familias y amigos, nunca había visto a mi madre más orgullosa de mí, en parte este voluntariado lo hacía por ella. Sé que si ella hubiera podido hacer este viaje a mi edad lo habría hecho sin dudar un momento. Ya sentadas en el avión repasamos si llevábamos todo, el visado de los dos meses, la tarjeta del voluntariado, el DNI …

Después de muchas horas el avión aterrizó, cogimos nuestras maletas y fuimos a una parada de autobús que nos iba a llevar a nuestra región, Afar. En el autobús conocimos a un grupo de jóvenes que venían desde Alicante. Cuando llegamos, un montón de niños vinieron corriendo a darnos la bienvenida y muchos abrazos.

Los primeros días fueron muy duros para todos ya que nos dimos cuenta de las duras condiciones de vida de la gente de Afar, y de lo afortunados que éramos nosotros.

A mediados del primer mes a María la escogieron como enfermera en el pequeño hospital que había en la región y a mí como profesora. Enseñando a los niños me di cuenta de que son felices con muy pocas cosas, que les encanta ir a la escuela para aprender nuevas cosas y que se ayudan mucho los unos a los otros.

Como era de esperar, el tiempo pasó volando y cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos en los últimos días de nuestro voluntariado.

Dos días antes de irnos María y yo nos levantamos antes de lo normal para ir a ver el amanecer, ambas sabíamos que íbamos a echar mucho de menos aquel lugar, ya que habíamos aprendido muchísimo de aquellas personas. Después de desayunar un poco de pan y agua, que era lo normal allí, fui a la escuela, empecé a dar clases, cuando de repente oí unos gritos de mujeres, hombres y relinchos de caballos. Entonces recordé que aquellas regiones estaban amenazadas por un grupo de soldados, o ellos lo llamaban así, pero en realidad era un grupo de locos que intentaban hacerse con el mando de todas las regiones de Etiopía matando y secuestrando a sus habitantes, y entonces los niños y yo salimos corriendo lo más rápido posible. Yo me dirigí al hospital para ver si allí seguía María, pero cuando entré vi a María chillando y gritando a un hombre que estaba de espaldas a mí, para que las dejara irse. María estaba con un bebe recién nacido. Sin pensármelo dos veces empujé al hombre con todas mis fuerzas, con la suerte para mí de que calló dándose un fortísimo golpe en la cabeza y sin poder levantarse, pero con la mala de suerte de que llegaba tarde, el hombre ya había apretado el gatillo y la tripa de María empezó a sangrar mientras su cuerpo se caía con la niña en brazos. Me quedé en estado de shock durante unos momentos, pero rápidamente me agaché para ayudar a María quien con mucha dificultad me dijo entre sollozos que la dejara y que me fuera corriendo con la niña y que cuidara de ella, ya que era huérfana. Yo no quise, pero entonces oí que alguien más entraba en el hospital, y con mucho dolor y con lágrimas en los ojos, le di un beso en la mejilla de despedida, cogí a la niña y me fui corriendo lo más rápido posible y sin poder mirar atrás. Después de un gran rato corriendo llegamos a un refugio.

Cuando se acabó todo, cogí el primer billete de vuelta a Madrid, durante el viaje no pude quitarme de la cabeza la escena del cuerpo de María sin vida cayendo al suelo. En cuanto llegué le conté todo a mis padres y junto a ellos, y con mucho dolor, se lo contamos a los padres de María.

¿Y qué hiciste tú después, mamá? Preguntó una niña negrita.
Cumplir con lo que le prometí, cuidar de ti, María.


Lucía Marín Fernández 1ºA Bachillerato 2/11/2018

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