NADA COMO VIVIR
No aguanto más, no soporto un segundo más viviendo esta vida de
mierda. Llevo meses con pensamientos suicidas, he pensado en mil maneras
distintas de cómo acabar con todo esto. ¿Me pego un tiro? No, mucho drama.
También he pensado en tirarme por la ventana, pero al fin y al cabo no quiero
montar un show para los vecinos. Miro de repente a la caja de pastillas que hay
en el armario abierto de mi baño, supongo que esa sería la forma más sencilla y
menos sangrienta de hacerlo. ¿Cuántas me tomo? Me trago todas las que hay en el
bote, total, que más da, si voy a estar muerta cuando las vea mamá. Puf,
muerta, qué grande se me quedaba esa palabra hace unos meses y ahora es en lo
único que pienso. Me imagino que cuando muera lo primero que haré será ver a
papá. Me las trago de golpe, me trago las ocho pastillas que quedaban y caigo
al suelo. Noto que me doy un golpe con un mueble en la parte superior derecha
de mi frente y espero, tumbada, mi muerte.
Todo comienza a moverse alrededor, lo veo todo turbio y empiezo a
escuchar todos los ruidos de la ventana más lejos que antes. Lo que veía
alrededor va desvaneciéndose. Veo mi vida pasar. Mis primeros amigos del cole,
el primer chico que me gustó, la muerte de mi padre cuando no pudo superar
aquel maldito cáncer. Espera un segundo.. ¿Por qué ahora estoy en una cafetería?
Solo diviso una mesa ocupada por dos personas, un chico bastante raro y una joven
sin piernas. No entiendo nada ni me acuerdo de nada. Solo sé que me duele la
cabeza y que esta sensación es muy rara.
¡Hola! Me suelta el tío este indicándome que me sentara con ellos. Lo
hago aún dudando del porqué, ya que para empezar hay otras 10 mesas y están
todas vacías. Aún así, asiento y me siento. No les conozco de nada pero me
hablan como si fueran íntimos amigos míos. Empiezan a hablar de sus cosas y
luego comienzan a hablar sobre la forma en la que murieron. ¿¿Qué?? Me quedo
callada. ¿Cómo que cómo murieron?
Caigo en que me había tomado las pastillas y les cuento con total
tranquilidad que sí, que me he suicidado, que no aguanto más vivir este
infierno, que segundo de bachillerato es un coñazo y que prefiero la muerte a
vivir con eso. Con las constantes peleas en mi casa, los comentarios de odio de
los que pensaba que eran mis amigos, con mi tutor que me acosa y con el chico
que me mola que no me hace ni caso.
El chico que estaba en la mesa, Santi, que tendría como 19 años me
mira perplejo un minuto intensamente. Le pregunto qué pasa, y le suelto no me
gusta que me miren. Me dice que cómo he podido tirar mi vida, que él habría
dado todo por superar aquella paliza que recibió hace un mes y algo por ser
homosexual, que su madre está hecha polvo y que ojalá pudiera haberla hecho más
feliz. Joder, si es que a saber como estará mamá ahora. Primero sin papá, luego
sin mí. Espero que se sienta apoyada por mi hermana Aldara, al fin y al cabo es
lo único que le queda. Solo quiero que no reaccione como con papá, que estuvo
sin hablar por la depresión un año.
Me sigue hablando de lo que echa de menos a su madre, bueno, a ella, y
a su novio. Si, la única persona que le ha demostrado que siempre hay que
seguir para delante. Le conoció hace dos años y es el único que le había hecho
aceptar sin vergüenza su orientación sexual. Era un chico alto, de piel morena,
adoptado de Senegal. Vaya por Dios, homosexual y de color, los problemas que tendrá
que superar y yo aquí quejándome por no aprobar y por tener peleas con mis
amigas.
La chica, que aún no me había contado
como había muerto, me dice que fue cuando iba con su novio, de unos 26 años, en
coche y una moto se les cruzó por delante. Al principio el chico fue
hospitalizado por quemaduras de primer grado y a la chica le amputaron las
piernas. No aguantó viva más de una semana. La peor semana que jamás pudo
tener. Decía que todo había sido culpa suya, que fue demasiado pesada con que él
cambiase la canción y que por eso se estrellaron. Me lo contó traumatizada.
También me contó que iban camino a una playa, en la que él le pediría que se
casase con ella. Pero no, desgraciadamente no, porque murió.
Se me empieza a caer una lágrima que me corre por la mejilla y
cae sobre el café que me estaba tomando. Qué casualidad, antes el café me sabía
amargo y ahora lo disfruto. En ese preciso instante me di cuenta de lo que vale
vivir, de lo tonta que he sido al querer quitarme la vida, cuando hay gente que
lucha por vivirla unos meses más. Aunque sea un ratito más incluso. De repente
se apaga todo, desaparece aquella cafetería y solo veo luces rojas y gente
corriendo. Estaba confusa, no me enteraba de lo que estaba pasando. Soy yo en
el hospital. En Urgencias.
He superado el coma en el que me encontraba, todos pensaban que iba a
morir, total, en el fondo es lo que quería. Quería, en pasado, porque ahora
mismo, lo único que quiero es vivir para poder verte a ti, con tus hijos, hija
mía, para que puedas hacerme la abuela más feliz del mundo, para el resto de mi
vida.
María Quijano Sánchez
1º Bachillerato B
4 noviembre 2018
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