Marta Aguilar Porras (Aquí viven los Porras)




AQUÍ VIVEN LOS PORRAS

-¡Qué extraño, Pilar sigue dormida!, ¿no ve la hora que es? Mi cuerpo marca las once de la mañana. –Con lo madrugadora que es siempre esta señora…, -¡Qué carita de dormida tiene! - Hoy me da pena sonar.

Los rayos de sol están entrando por las estrechas rejillas de la persiana. Puedo ver el recorrido que estos hacen hasta los ojos de ella. Me recuerdan a una sandía por fuera: verde con pequeños trazos amarillos. Así de preciosos son sus ojos.

Me río. -¡Qué tonto soy, casi la despierto! Ni siquiera estos rayos que desprenden tanta luz son capaces de ayudarme a despertarla. Me estoy aburriendo, por lo tanto, voy a aprovechar este momento, hasta que se despierte, para contaros cómo llegué hasta aquí.

Soy un simple despertador que lleva cuarenta y nueve años viviendo aquí, en una preciosa casa en Palencia. Tengo recuerdos sobre sucesos que han ocurrido entre estas cuatro paredes, aunque también tengo alguna que otra laguna, porque a veces se les olvidaba cambiarme las pilas…

Recuerdo el día en que el abuelo “cucu” me presentó a la abuela Pilar. Él me eligió de entre todos los relojes de una inmensa tienda.

Cuando entré en esta casa, el llamador que se situaba encima de la puerta me recibía con su preciosa melodía. -¡Qué acogedor!, -pensé. Yo iba envuelto en papel de regalo y estaba dentro de la mochila del abuelo, pero esto no me impedía imaginar cómo sería aquella preciosa entrada. El suelo crujía.

-¡Papi!, -gritó Ladis. –Hola hijo, -dijo él. Apareció también ella, Pilar.

-Feliz aniversario, -le dijo Cucu, entregándome a la abuela. –¡Gracias, cariño!, -respondió ella, mientras abría el papel que me recubría entero.

-¡Qué bonito, ya podía ver todo!

Lo primero que vislumbré aquella mañana en la casa, fue un cuadro en el que se leía: AQUÍ VIVEN LOS PORRAS

El silencio se hacía hasta que llegó Pepa, llorando enfadada, porque su hermana Pipo le había quitado la muñeca con la que esta jugaba. -¡Qué mona!, -pensé.

Me acercaron al salón. En ese momento me puse nervioso al ver que había más relojes como yo, y acabé sonando como lo hace cualquier despertador cada mañana.

-Vaya, lo acabo de comprar y ya están fallando las pilas, -dijo el abuelo. –Suena cuando quiere…

Me puse a contar los relojes que había en ese salón, y me percaté de que había unos cincuenta y dos rodeándome.

-¡Qué suerte!, ¡haré amigos!, -me dije a mi mismo.

Todos ellos eran relojes de cuco que, al parecer, eran los favoritos del abuelo, por excelencia. Entendí entonces, por qué a este le llamaban “cucu”.

La abuela intervino diciendo que fuéramos a la cocina, porque ya era era la hora de comer.

Para llegar allí, había que pasar por un larguísimo y oscuro pasillo. Me daba un poco de miedo porque todo estaba oscuro, pero me sentía seguro al estar entre los brazos de la abuela.

Observé que el suelo estaba lleno de cochecitos de juguete, con los que David, el cuarto hermano, se divertía.

Al llegar, me vino de repente un intenso aroma apetitoso a paella, y allí estaba Teresa, hambrienta, esperándonos sentada en la trona.

Me divertían las historias que contaban mientras almorzaban, pero algo no iba bien; me empecé a encontrar mal. Es verdad lo que decía el abuelo, me había comprado un poco roto.

No se qué pasó, pero lo siguiente que recuerdo es que había aumentado el número de niños en la familia; habían pasado de tener cinco hijos, a tener ocho. Aparecieron Gabi, Jorge y Octavio, y Pipo ya se había casado. -¡Cómo crecen!, -pensé.

Parece ser que había transcurrido nueve años sin pena ni gloria, y yo no había podido disfrutar de ellos, pero estaba seguro de que habían sido muy felices y pasado por muchos momentos geniales, así que me alegré por ellos.

Los años pasaban y pasaban, hasta que los niños se hicieron mayores. Ahora ya solo venían de vez en cuando, pero no venían solos: también pude conocer a los trece nietos maravillosos que tienen…

Otra vez me volví a parar y me recuperé de nuevo hace doce años. El abuelo “cucu” ya no estaba, pero seguía cuidando de la abuela como el primer día desde donde estuviese.

Pilar siempre me miraba con buena cara, porque yo le recordaba a su difunto marido. Me llevó a su habitación, y aquí sigo desde entonces, disfrutando de lo feliz que la veo todos los días al hablar con sus hijos y nietos por teléfono.

Bueno, ya son las once y media y ya va siendo hora de despertarla...












Marta Aguilar Porras  1ºB (BCH)  31/10/2018


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