Ana Poza ( Médico en un mundo herido)




MÉDICO EN UN MUNDO HERIDO

Era una fría mañana de invierno. Otra vez esos ruidos ensordecedores que ya se iban convirtiendo en costumbre y con los que apenas podías dormir. Llevaba ya cuatro años en este país y las cosas habían cambiado mucho desde entonces, la ciudad había cambiado, las personas y hasta yo había cambiado. Muchas experiencias que he vivido desde entonces me habían hecho llegar hasta donde estoy ahora.

Hace cuatro años decidí mudarme a Siria como voluntario, pues había algo dentro de mí que me impulsaba a hacerlo. Era médico en el hospital y aunque cuando llegué las cosas no estaban tan mal, este país me llamaba mucho la atención, y me quise ir a vivir allí y ayudar en lo que pudiera.

Como cada mañana, me levantaba e iba al trabajo sin saber a lo que iba a enfrentarme. ¡Qué diferente al hospital en el que empecé a trabajar al acabar la carrera, donde todo estaba programado y planificado, con poco lugar para los imprevistos! En mi trabajo actual todos hacíamos lo que podíamos con los medios de los que disponíamos, que a veces eran muy escasos, para intentar salvar el mayor número de vidas.

Por la tarde, paseaba por las calles e iba a visitar a unos niños a los que conocía desde hacía un tiempo y les tenía muchísimo cariño: Samir, Ali y Yaser. Ver a estos niños me daba fuerzas para enfrentarme al sufrimiento diario y energía para no cansarme en ayudar al mayor número de personas posible. Veía su alegría por las pequeñas cosas a pesar de su terrible vida.

Samir, había perdido a sus padres en un bombardeo y vivía con su abuelo, tenía una hermana pequeña y estaba con ella todo el rato cuidándola. La quería más que a nada.

Ali, era una niña risueña, que siempre iba con su muñeca a todas partes. Tenía una luz muy especial y le encantaba que yo le contará historias de mi país natal.

Yaser, tenía una enfermedad y yo le intentaba proporcionar las medicinas que necesitaba. Soñaba con ser medico algún día.

Aquella tarde pudimos compartir un poco de pollo y arroz que había conseguido llevarles. Después los niños cantaban y bailaban canciones que habían aprendido cuando todavía podían ir a la escuela. Antes de anochecer les deje para regresar a mi habitación con una sonrisa en la cara.

Por el camino iba pensando lo afortunado que había sido toda mi vida, pues nunca me había faltado de nada; también pensaba lo mucho que echaba de menos a mis padres, pero la verdad, es que gracias a ellos yo estaba aquí debido a los valores que me habían inculcado desde pequeño, darse a los demás y estar atento a las necesidades del otro.

También me sentía un afortunado de haber podido conocer a estos tres niños, y como ellos sin saberlo me habían dado momentos de felicidad como nunca los había sentido. Eran muy importantes para mí.

Solo espero que esta guerra termine pronto y que estos niños puedan tener un futuro lleno de oportunidades y cosas buenas. Con estos deseos llegue a mi cuarto y me acosté.

Este texto fue escrito por Diego Rodríguez, la última noche antes de que una bomba destrozara la casa donde dormía y perdiera su vida.

Ana Poza 1ºA
7/02/2019

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