UNA
NUEVA OPORTUNIDAD
- ¿Beatriz López?
pregunta una voz al otro lado del teléfono.
- Sí, soy yo ¿Quién es
usted?
- Buenas tardes, soy
Mario, médico del hospital Ramón Sánchez en Murcia, le llamo porque su madre
Almudena Romero, está ingresada de mucha gravedad debido a que su cáncer de
pulmón se está expandiendo bastante rápido, y es muy posible que muera en poco
tiempo, ya que no hay ningún donante.
Debe de ser una broma
pensé, a mi madre no le puede pasar esto, no.
Pero a medida que el
médico me lo iba explicando iba siendo más real y cuando colgué, me quedé
paralizada, después de un par de horas, compré el primer billete de avión que
había y cogí una mochila con un par de cosas.
Llegué al hospital
habitación número125 y en efecto estaba allí, la persona
a la que más quiero en este mundo y también a la que más he hecho sufrir con
mis tonterías, en una camilla al lado de un monitor que marcaba sus constantes,
con una venda alrededor de su cabeza y con respiración asistida.
Mientras estaba sentada
al lado suya y cogiéndole sus manos, esas manos trabajadoras, esas manos que
estaban ahí para apoyarme en cualquier momento, me puse a pensar en todo lo que
había vivido con ella.
Si tuviera que
describir a mi madre en dos palabras sería: trabajadora y buena, siempre nos
dedicaba su tiempo a Papá y a mí.
Cuando eres pequeña
tienes a tus padres en un pedestal y no te separas de ellos ni un solo segundo,
incluso te da pena irte a dormir a la casa de tu vecino que está justo encima
de la tuya, pero todo esto cambió en la adolescencia.
Cuando fui adolescente
empecé a cansarme de mis padres, porque mis amigos o al menos los que parecían
serlo decían que lo único que querían mis padres era arruinarme la vida porque
no me dejaban salir de fiesta o porque me tenían prohibido fumar. Hubo hasta
una vez que cogí una maleta y me fui de casa a la de una amiga, porque estaba
harta, harta de esas personas que decían
quererme mucho pero luego no me dejaban hacer lo que me hacía feliz, esa noche
nos fuimos a una fiesta en la que muchos amigos y yo nos pasamos fumando y
bebiendo, llegó la policía nos pidieron los DNI y al ver que éramos menores
llamaron a nuestros padres, aún me acuerdo de la cara de mi madre, era una cara
de “No te reconozco” “Esta no es mi hija” o simplemente una cara de dolor al
ver a su hija, yo, estaba cambiando tanto y no precisamente hacia bien.
En la época de la
Universidad ya me deshice de esos falsos amigos y me empecé a dar cuenta de los
padres tan geniales que tenía, pero todo esto cambio muy rápido, cuando José
Antonio López, mi padre, murió el 19 de noviembre del 2009, en un accidente de
tráfico, tan inesperado y que provocó tanto dolor. Hay gente que es más de
mamá, pero yo siempre había sido la niña de Papá, por eso me afectó tanto, a
partir de ese día llegó la peor época, dejé de hablar a mi madre, cuando en
realidad debería haber estado apoyándola como ella había hecho siempre, su
sonrisa contagiosa desapareció de golpe y dejó de cocinar esos bizcochos que mi
padre apodaba como “delicias de la vida”.
Después de cuatro años,
acabé la carrera y me fui de casa dejando a mi madre sola y rota de dolor.
Había veces que mi
madre venía a Almería a verme y a preguntarme ¿qué tal todo?, pero nunca se
volvió a crear esa relación de madre e hija, y es por eso por lo que creo que
mi madre no me quiso contar su enfermedad, o simplemente no me quería preocupar
como cualquier otra madre.
Ahora yo estaba ahí,
sentada al lado de esa mujer que seguramente lo había estado pasando bastante
mal y a la cual yo no he ayudado como una hija cualquiera hubiera hecho.
Entonces se me ocurrió esa gran idea. Fui
corriendo a Mario, el médico de mi madre
le conté que quería darle a mi madre uno de mis pulmones para que
pudiera respirar y sobre todo para que pudiera vivir, el médico me indicó que
iba a ser muy peligroso y si salía viva de la operación mi vida iba a cambiar y
no precisamente para bien, pero a mí me daba igual, era mi madre y no podía
dejar que se muriera sin decirle todo lo que la quiero. Firmé muchos documentos
y me preparé, estaba más nerviosa que nunca, no porque corriera riesgo mi vida
sino porque iba a poder vivir con mi madre todo lo que no había vivido hasta
ahora.
Lucía Marín Fernández
5/02/2019
Muy buen relato!!!
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