SIENTO,
LUEGO PADEZCO
Un pequeño rayo de sol
entraba por mi casa, pasaba por la ventana, por el salón, esquivaba todo lo que
se ponía en su camino hasta toparse con mi cara. Y de la manera más relajada y
cálida posible me empezaba a acariciar.
La verdad es que si lo
cuento así puede sonar agradable, pero no hay cosa peor que despertarse con luz
en la cara, los ojos te pesan, no puedes abrirlos porque los tienes llenos de legañas y cuando
intentas esquivar esa luz tan molesta ya te has acostumbrado y no te queda otra
que ponerte en pie.
Pero a decir verdad ese
día no me costó tanto levantarme, quiero decir, la luz me molesto como nuca y mis
pensamientos llenos de enfado, desesperación y angustia iban creciendo poco a
poco por el hecho de no poder dormir ni un segundo más. A medida que iban
creciendo todos esos pensamientos, desde lo más profundo de mi interior
florecía un recuerdo, una idea, una simple fecha que consiguió que aquello de
madrugar no fuese para tanto. ¡Era mi cumpleaños! Por fin había llegado el día,
ya tenía 8 años, ya era mayor o por lo menos es lo que mi padre había dicho
siempre.
Mi padre, era cazador, durante
el día no estaba mucho tiempo en casa y cuando llegaba siempre comía solo,
apartado de mis hermanos de mi madre y de mí y luego sin previo aviso se iba a dormir.
Era un hombre bastante frío, bastante antiguo en sus valores y forma de vivir,
siempre hablaba de lo duro que había sido sacar una familia adelante y que cuando
nos llegara el momento debíamos hacerlo igual que el.
En cambio luego estaba
mi madre, los pilares de la casa, aquella mujer que siempre era la última en
acostarse y la primera levantarse. Aquella persona que estaba en todos lados
pero como era tan sigilosa nunca te enterabas. Lo triste pero real es que la recuerdo
en todos los momentos, pero nunca y repito nunca la recuerdo sonriendo, ni
mostrando una pizca de cariño, yo la
verdad es que no lo entendía, supongo que era por su carácter o eso es lo que
yo a mi misma me hacía creer.
Antes de levantarme me
pare un momento a pensar y me di cuenta que eso que llevaba tanto tiempo
esperando, eso que había sido un sueño durante tantos años, por fin se había
hecho realidad. Había llegado la hora de que mi familia cumpliera esa promesa
que me habían hecho durante tantos años. Solían decir dos cosas, una mucho más
que la otra, pero bueno también la decían. Ellos estaban todo el día
recordándome que debía prepararme porque cuando cumpliera los 8 años iba a ser
mujer que por fin sería una adulta, esta parte de la historia la verdad es que
me da un poco igual porque a mí lo de ser adulta tampoco me importaba mucho,
pero lo que sí me hacía ilusión era lo que conllevaba todo eso, tras tanto
insistir, tantos lloros, pataletas … me dejarían ir a la escuela y finalmente poder ser profesora.
No podía perder ni un
segundo más remoloneando en la cama por
lo que de un salto me levante y fui a jugar a la calle. Al salir recuerdo
sentir una gran diversidad de sensaciones unas llenas de orgullo, de cariño de
felicidad y otras sin embargo llenas de miedo, de desesperación de tristeza.
Sinceramente yo no entendía muy bien esa situación pero supongo que entre la
euforia del momento y el calor tan insoportable que había ese día, no me
percate demasiado de lo que verdaderamente sucedía o iba a suceder.
A medida que pasaba el
día el ambiente se iba poniendo más tenso, era como si algo muy malo iba a ocurrir
pero yo era la única que no sabía lo que era. Recuerdo estar con toda la
familia en mi casa pasándolo bien, riéndonos, cantando, bailando, vamos
haciendo todo lo que se suele hacer en una fiesta de cumpleaños. Cuando de
pronto todo eso desapareció, todo se fue en apenas un segundo, toda esa
felicidad y alegría se perdió entre las palabras de mi padre que decían –Ya ha
llegado el momento-
Yo no tenía ni idea de
a lo que se refería, me esperaba que fuera un regalo o algo similar, algo que
me impactara y así fue pero no le da manera que esperaba.
Uno de los hombres que
estaba en mi casa me pidió que me tumbara y que abriera las piernas. El hombre
sin previo aviso, sin ningún tipo de cuidado, ni de respeto ni nada propiamente
humano empezó a cortar. Yo grité, lloré, intentaba huir de ahí. Durante esos
segundos yo sentí como dos personas me
sujetaban, me apretaban, me hacían más doloroso ese momento. Eran mis padres,
mi madre mientras dejaba caer su mar de lágrimas sobre mi cara presionaba mis
brazos contra aquel suelo frío y agrietado para que no pudiera huir y mi padre hacía lo mismo con mis piernas.
Por suerte, me
desmalle, no aguantaba más ese dolor y mi cuerpo decidió protegerse, tenía que
escapar de todo eso. En mi cabeza se repetía mil y una veces la misma pregunta,
la pregunta que nunca tenía respuesta, esa pregunta que sin darme yo cuenta
había conducido toda mi vida desde que nací. No entendía por qué me había
tocado a mí, si yo era una persona normal. Y fue cuando pronuncie esa frase en
mi cabeza cuando empecé a oír la voz de mi padre tranquilizándome diciéndome
que lo estaba haciendo muy bien, que soy una gran mujer, que tengo la pureza en
mis venas.
Yo en ningún momento
odie a mi padre, simplemente no le entendía, no entendía porque me hacía sufrir
tanto, no entendía porque me hizo ser tan débil. Porque juro que en ese momento
yo no quería ser otra persona, yo era quien era y estaba orgullosa, solo que
necesitaba fuerzas, me faltaban fuerzas para luchar, para seguir adelante, me
faltaban fuerzas para sobrevivir.
Para finalizar llegaba
la hora de coser, de cerrar y con ello evitar la entrada del mal en mi
interior. Ahora me doy cuenta que se tenían que haber preocupado más de lo que
salía que de lo que entraba. Desde ese día yo no fui la misma, me sentía como
un objeto, como un cristal que en cualquier momento se podía romper. Esa fuerza
que siempre había tenido desapareció, se fue cuando hicieron aquel corte, ya no
quería ir al colegio, no quería jugar, no quería hablar, no quería vivir.
Siento decirle que tras
una serias complicaciones en el parto su esposa y su hija han fallecido. Le
dijo el doctor a mi marido.
Mis fuerzas han llegado
hasta donde han podido y hoy era el final. Sonara un tanto egoísta pero cuando
me he enterado de que iba a traer a una niña al mundo, de manera inconsciente mi cuerpo ha evitado que
esa niña naciera, que esa niña sufriera lo mismo que yo. Mientras mi corazón se
iba a pagando poco a poco junto al de mi hija, tras participar en una carrera llena
de obstáculos como ha sido mi vida, no he podido evitar acordarme de mi madre,
los pilares de la casa, aquella mujer que siempre era la última en acostarse y
la primera en levantarse. Aquella persona que estaba en todos lados pero como
era tan sigilosa nunca te enterabas. Aquella mujer que no me mostró cariño
nunca, simplemente para que no lo echara de menos. Aquella mujer que escondió
su dolor y sufrimiento para que yo solo tuviera que cargar con mis penas y no
con las suyas también.
Yo Assamala Anami nací
el 19 de abril de 2002 en Kenia y a la edad de 8 años fui mutilada.
María Tejada
Bartrina. 1ºA de Bachillerato. (Febrero-2019)
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