María Tejada (Siento, luego padezco)




SIENTO, LUEGO PADEZCO

Un pequeño rayo de sol entraba por mi casa, pasaba por la ventana, por el salón, esquivaba todo lo que se ponía en su camino hasta toparse con mi cara. Y de la manera más relajada y cálida posible me empezaba a acariciar.

La verdad es que si lo cuento así puede sonar agradable, pero no hay cosa peor que despertarse con luz en la cara, los ojos te pesan, no puedes abrirlos  porque los tienes llenos de legañas y cuando intentas esquivar esa luz tan molesta ya te has acostumbrado y no te queda otra que ponerte en pie.

Pero a decir verdad ese día no me costó tanto levantarme, quiero decir, la luz me molesto como nuca y mis pensamientos llenos de enfado, desesperación y angustia iban creciendo poco a poco por el hecho de no poder dormir ni un segundo más. A medida que iban creciendo todos esos pensamientos, desde lo más profundo de mi interior florecía un recuerdo, una idea, una simple fecha que consiguió que aquello de madrugar no fuese para tanto. ¡Era mi cumpleaños! Por fin había llegado el día, ya tenía 8 años, ya era mayor o por lo menos es lo que mi padre había dicho siempre.

Mi padre, era cazador, durante el día no estaba mucho tiempo en casa y cuando llegaba siempre comía solo, apartado de mis hermanos de mi madre y de mí y luego sin previo aviso se iba a dormir. Era un hombre bastante frío, bastante antiguo en sus valores y forma de vivir, siempre hablaba de lo duro que había sido sacar una familia adelante y que cuando nos llegara el momento debíamos hacerlo igual que el.

En cambio luego estaba mi madre, los pilares de la casa, aquella mujer que siempre era la última en acostarse y la primera levantarse. Aquella persona que estaba en todos lados pero como era tan sigilosa nunca te enterabas. Lo triste pero real es que la recuerdo en todos los momentos, pero nunca y repito nunca la recuerdo sonriendo, ni mostrando  una pizca de cariño, yo la verdad es que no lo entendía, supongo que era por su carácter o eso es lo que yo a mi misma me hacía creer.

Antes de levantarme me pare un momento a pensar y me di cuenta que eso que llevaba tanto tiempo esperando, eso que había sido un sueño durante tantos años, por fin se había hecho realidad. Había llegado la hora de que mi familia cumpliera esa promesa que me habían hecho durante tantos años. Solían decir dos cosas, una mucho más que la otra, pero bueno también la decían. Ellos estaban todo el día recordándome que debía prepararme porque cuando cumpliera los 8 años iba a ser mujer que por fin sería una adulta, esta parte de la historia la verdad es que me da un poco igual porque a mí lo de ser adulta tampoco me importaba mucho, pero lo que sí me hacía ilusión era lo que conllevaba todo eso, tras tanto insistir, tantos lloros, pataletas … me dejarían ir a la escuela y  finalmente poder ser profesora.

No podía perder ni un segundo más remoloneando en la cama  por lo que de un salto me levante y fui a jugar a la calle. Al salir recuerdo sentir una gran diversidad de sensaciones unas llenas de orgullo, de cariño de felicidad y otras sin embargo llenas de miedo, de desesperación de tristeza. Sinceramente yo no entendía muy bien esa situación pero supongo que entre la euforia del momento y el calor tan insoportable que había ese día, no me percate demasiado de lo que verdaderamente sucedía o iba a suceder.

A medida que pasaba el día el ambiente se iba poniendo más tenso, era como si algo muy malo iba a ocurrir pero yo era la única que no sabía lo que era. Recuerdo estar con toda la familia en mi casa pasándolo bien, riéndonos, cantando, bailando, vamos haciendo todo lo que se suele hacer en una fiesta de cumpleaños. Cuando de pronto todo eso desapareció, todo se fue en apenas un segundo, toda esa felicidad y alegría se perdió entre las palabras de mi padre que decían –Ya ha llegado el momento-

Yo no tenía ni idea de a lo que se refería, me esperaba que fuera un regalo o algo similar, algo que me impactara y así fue pero no le da manera que esperaba.

Uno de los hombres que estaba en mi casa me pidió que me tumbara y que abriera las piernas. El hombre sin previo aviso, sin ningún tipo de cuidado, ni de respeto ni nada propiamente humano empezó a cortar. Yo grité, lloré, intentaba huir de ahí. Durante esos segundos yo sentí como dos personas  me sujetaban, me apretaban, me hacían más doloroso ese momento. Eran mis padres, mi madre mientras dejaba caer su mar de lágrimas sobre mi cara presionaba mis brazos contra aquel suelo frío y agrietado para que no pudiera huir  y mi padre hacía lo mismo con mis piernas.

Por suerte, me desmalle, no aguantaba más ese dolor y mi cuerpo decidió protegerse, tenía que escapar de todo eso. En mi cabeza se repetía mil y una veces la misma pregunta, la pregunta que nunca tenía respuesta, esa pregunta que sin darme yo cuenta había conducido toda mi vida desde que nací. No entendía por qué me había tocado a mí, si yo era una persona normal. Y fue cuando pronuncie esa frase en mi cabeza cuando empecé a oír la voz de mi padre tranquilizándome diciéndome que lo estaba haciendo muy bien, que soy una gran mujer, que tengo la pureza en mis venas.

Yo en ningún momento odie a mi padre, simplemente no le entendía, no entendía porque me hacía sufrir tanto, no entendía porque me hizo ser tan débil. Porque juro que en ese momento yo no quería ser otra persona, yo era quien era y estaba orgullosa, solo que necesitaba fuerzas, me faltaban fuerzas para luchar, para seguir adelante, me faltaban fuerzas para sobrevivir.

Para finalizar llegaba la hora de coser, de cerrar y con ello evitar la entrada del mal en mi interior. Ahora me doy cuenta que se tenían que haber preocupado más de lo que salía que de lo que entraba. Desde ese día yo no fui la misma, me sentía como un objeto, como un cristal que en cualquier momento se podía romper. Esa fuerza que siempre había tenido desapareció, se fue cuando hicieron aquel corte, ya no quería ir al colegio, no quería jugar, no quería hablar, no quería vivir.

Siento decirle que tras una serias complicaciones en el parto su esposa y su hija han fallecido. Le dijo el doctor a mi marido.

Mis fuerzas han llegado hasta donde han podido y hoy era el final. Sonara un tanto egoísta pero cuando me he enterado de que iba a traer a una niña al mundo, de  manera inconsciente mi cuerpo ha evitado que esa niña naciera, que esa niña sufriera lo mismo que yo. Mientras mi corazón se iba a pagando poco a poco junto al de mi hija, tras participar en una carrera llena de obstáculos como ha sido mi vida, no he podido evitar acordarme de mi madre, los pilares de la casa, aquella mujer que siempre era la última en acostarse y la primera en levantarse. Aquella persona que estaba en todos lados pero como era tan sigilosa nunca te enterabas. Aquella mujer que no me mostró cariño nunca, simplemente para que no lo echara de menos. Aquella mujer que escondió su dolor y sufrimiento para que yo solo tuviera que cargar con mis penas y no con las suyas también.

Yo Assamala Anami nací el 19 de abril de 2002 en Kenia y a la edad de 8 años fui mutilada.

María Tejada Bartrina. 1ºA de Bachillerato. (Febrero-2019)

Comentarios