“Las pruebas muestran
discapacidad” oigo decir una voz, aunque no sé muy bien que significa eso.
“Sabes que cuando quieras te puedes deshacer” vuelve a decir. No sé muy bien
que está pasando, pues no veo nada, pero siento un temblor nervioso y oigo otra
voz, esta vez una más familiar y cercana decir “lo sé, lo sé…pero me lo tengo
que pensar...”
Y vuelve a ser todo
silencio. Desde que llegué aquí tengo unas ganas tremendas de salir y conocer a
todos. Quiero poder ver y conocer a aquella persona detrás de una voz que le
dice a la que se ocupa de mí que me lleve a delante. La que quiere que me
quede. La que oigo casi todos los días venir a hablar con ella y me ha tenido
mucho cariño desde el principio.
También quiero conocer
a ese niñito que todos los días viene cargado de ilusión y a hablar con ella.
Que le cuenta como ha ido su día y le pregunta siempre “¿Qué tal está mi
hermanito?”. Creo que se refiere a mí porque siempre que lo hace me intenta
tocar y, al igual que yo, quiere conocerme.
Pero sobre todo quiero
conocerle a ella. No a la que quiere que me quede, sino a la que me ha llevado
con ella a todas partes, la que me mantiene día a día. Aquella persona que se
despierta todos los días sin saber que hacer. Si seguir o no. No me preguntéis
con qué porque yo no lo sé. Pero ella sí, y noto que es algo a lo que se tiene
que afrontar todos los días, su gran batalla.
Ojalá yo pudiese
ayudarla. A veces le doy alguna patadita porque quiero que sepa que me tiene
ahí y se inclina a mirarme y su corazón empieza a latir cada vez más rápido.
Como si estuviese nerviosa o tuviese miedo, pero yo sigo sin entender nada.
Unos días más tarde
oigo que está hablando con el señor que vio la semana pasada. “He decidido que
sí. Al final sí”, dice ella, “¿qué tengo que hacer?”. A lo mejor es que está
mala o algo, porque oigo al médico guiándola hasta una sala diciéndole que esté
tranquila que no notará nada y será rápido.
Ella empieza a ponerse
muy nerviosa y a temblar y yo también lo siento. Me viene un sentimiento
escalofriante como si algo malo fuese a pasar, y empiezo a pasar miedo yo por y
con ella.
“Empecemos” le dice el
señor. Y en ese mismo instante, en esos 15 segundos, tan rápidos, pero tan
lentos. Tan abrumadores que se sienten como minutos, como horas o como si
fuesen a ser infinitos.
Y tras una avalancha de
tantos distintos sentimientos a la vez grita “¡no!¡basta! No puedo hacerlo…no
puedo” y estalla a llorar. Y sigue llorando durante un rato. Y sin yo tenerle
que dar ninguna patada o algo se inclina, pone su mano encima y noto un
sentimiento de cariño, me siento protegido por ella. Siento que me quiere.
Sale corriendo y su
corazón le late a mil por hora. Yo sigo sin saber que le pasa. Sin saber que es
lo que acaba de pasar. Tan solo quiero que ella esté bien, pues por lo que
parece está muy agobiada y no para de llorar y gritar que se va a casa. Que
ella no lo va a hacer y que se va a casa.
Después de un rato ya
se ha tranquilizado un poco, pero siento que sigue triste. En estos momentos
son en los que más me gustaría poder conocerla. Saber por qué está así. Poder
ayudarla, y decirle que la quiero.
Un rato más tarde
vuelvo a oír la voz de la primera. La que quiere que me quede. Y le está
consolando. Le dice que ha hecho lo correcto y que no se arrepentirá. Que todo
va a salir bien y que no se preocupe, que ella le ayudará.
4 meses más tarde, este
sitio ya es demasiado pequeño para mí, y aunque ha sido mi refugio durante
mucho tiempo, ya es hora de salir, de vivir por mí mismo y de ver todo lo que
hay ahí fuera esperándome.
Unas grandes manos me
agarran y me sacan de esa pequeña burbuja en la que yo vivía y veo una grande
luz blanca y muchas personas vestidas de verde y empiezo a llorar. Pero lloro
de felicidad. De entusiasmo. De ganas de vivir.
Y espero impaciente
hasta que me acercan a ella. Bueno, a mamá. Que me acoge en sus brazos y que a
pesar de estar agotada tiene una sonrisa de oreja a oreja y no separa sus ojos
de mí. Y me quedo dormido en ella y ella en mí.
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